El urbanismo en
España 1900-1950.
PROPUESTAS Y
REALIZACIONES DEL URBANISMO EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA. Comentario de: Solà-Morales Rubió, Manuel de. Urbanismo en España: 1900-1950 (182-196), Cap. VIII de AA. VV. Vivienda y urbanismo en España. Banco Hipotecario. 1982.
EL ARTE DE
CONSTRUIR CIUDADES.
«El primer
tercio de nuestro siglo se caracteriza, en lo que al urbanismo se refiere, por
la definición clara de sus instrumentos y objetivos. La tradición decimonónica
consistió, básicamente, en perfeccionar las técnicas del trazado de ciudades y
adaptarlas a las complejas necesidades que la ciudad industrial planteaba. Pero
sólo a finales de siglo, cuando las experiencias en los distintos campos de la
higiene, la vivienda, el tráfico, los servicios y la administración permitieron
una acumulación de conocimientos suficiente, empezaron a elaborarse unas
verdaderas técnicas de la actividad urbanística considerada como algo
plenamente definido» [183].
Es un
fenómeno que llega pronto a España, pese a su atraso industrial, gracias a que
el país había gozado en el siglo anterior de un avanzado desarrollo teórico y
técnico en el aspecto urbanístico, como se advierte en un artículo anterior de
Solà-Morales. Se difunden en los primeros decenios del siglo XX las revistas y
publicaciones especializadas, y se crean a partir de 1914 las primeras cátedras
de urbanística en las Escuelas de Arquitectura.
«El plan,
como instrumento analítico y propositivo, pasa de ser una herramienta sectorial
a convertirse en el elemento de síntesis en el cual permanencia y cambio, forma
y gestión, análisis y proyecto, se conjugan en un único documento técnico y
político» [183]. El plan se convierte en paradigma de la actuación urbanística.
Los planes de las reformas interiores de principio del siglo XX en las ciudades
son el corolario de los planes de ensanche del siglo XIX, una nueva fase en el
proceso de conversión de las ciudades del Antiguo Régimen, casi congeladas, en
ciudades contemporáneas, en constante desarrollo.
Habrá dos
tipos de planes de reforma: las intervenciones internas y las ampliaciones en
el extrarradio.
Las
intervenciones internas en las ciudades obedecían a múltiples motivos: higiene,
creación o reforma de los servicios públicos, ampliación a nuevos espacios,
remodelación y regeneración de los cascos antiguos, recalificación del
patrimonio arquitectónico, etc.
En
Barcelona, el Plan Baixeras (1879) es la reforma de un promotor, que propone
abrir tres grandes vías, dos desde el mar hasta la montaña, una tercera en
diagonal, para facilitar la comunicación y habilitar más terrenos para fines
comerciales y de oficinas, que el Banco Hispano Colonial urbanizaría, consiguiendo
una gran plusvalía. El resultado fue incompleto, con la sola apertura de la Vía
Layetana (1908), que comunicaba directamente las dos partes de la ciudad, la
nueva y la vieja.
Gran Vía de Madrid.
En Madrid,
se abre la Gran Vía (1910-1929), tras decenios de frustrados proyectos, tras la
aprobación en 1904 del proyecto de López Sallaberry. Suponía la apertura de un
importante vía de comunicación a través del casco antiguo de la capital. Como
en el caso anterior, los intereses económicos fueron vitales para su éxito,
pues se sustituyeron las modestas residencias por grandes edificios de oficinas
y servicios, y se remodelaron las zonas adyacentes.
Otras
intervenciones parecidas son: el Plan Goerlich en Valencia (1928), el Proyecto
Cort en Murcia (1926), el Plan Suazo en Bilbao (1923), el Plan Navarro en
Zaragoza (1925). Las nuevas vías eran, en algunos casos, parte de planes más
globales, que corregían defectos en la planificación del siglo XIX.
Las
ampliaciones y experiencias externas son obras de mucha más enjundia urbanística,
en las que se realiza la consumación de la filosofía urbanística del ensanche.
Ejemplos de estos proyectos son la Ciudad Lineal de Arturo Soria, los barrios
residenciales para la burguesía, las barriadas obreras, los barrios
industriales y de servicios, etc.
Se comenzó
con dos proyectos filantrópicos: la Ciudad Lineal de Soria en Madrid y la
Sociedad Cívica de Ciudad Jardín en Barcelona.
La Ciudad Lineal en Madrid.
El madrileño
Arturo Soria y Mata (1844-1920) propuso en 1882 la idea de una ciudad lineal,
que le hizo famoso en el urbanismo mundial de su época y que se relaciona
conceptualmente con la ciudad-jardín. La tesis es que la ciudad se debe
desarrollar a lo largo de una línea, no necesariamente recta, que uniera dos
núcleos. Llevando esta tesis al paroxismo, Soria incluso propondrá más tarde
una línea urbana que una Barcelona y Valencia (lo que se realizará más tarde en
la enorme Megapolis de Nueva Inglaterra entre Boston y Baltimore).
Aprobado el
proyecto por el Gobierno en 1892, Soria fundó en 1894 la Compañía Madrileña de
Urbanización para realizar sus ideas en una Ciudad Lineal a 7 km de Madrid, entre Vallecas
y San Martín (la carretera de Aragón y el pinar de Chamartín), con una calle
principal de 5,2 km
de largo y 40 metros
de anchura con un transporte público eléctrico, con servicios públicos de
teatro, matadero, escuelas, hospital... Une el campo y la ciudad, pues las
casas-jardín tienen una conexión trasera con el campo pues no hay casas en
segunda línea. No era un proyecto para privilegiados sino para todas las clases
sociales. Pero en la realidad actual las casas han sido reformadas, se ha
perdido gran parte de su atractivo natural y se han concentrado en manos de las
clases más pudientes.
La Sociedad Cívica de Ciudad Jardín, en Barcelona.
Otro
proyecto relacionado con la ciudad-jardín de Howard, pero sin la originalidad
de Soria, es el de la Sociedad Cívica de Ciudad Jardín en Barcelona, fundada en
1912. Su dirigente era Montoliu, que «tomó la idea de la ciudad jardín como un
verdadero evangelio de la regeneración social» [184]. Su obra se plasmó en
conferencias, informes sobre la ciudad de Barcelona y, sobre todo, en las
Ciudades Jardín de Olot y Roses.
Estas
experiencias privadas influyeron en las experiencias públicas que siguieron a
continuación, impulsadas desde el gobierno central (en el breve periodo del
gobierno Canalejas, 1910-12) y las autoridades locales (con mayor duración).
En 1911 se
promulgó la Ley de Casas Baratas, que permitió varias experiencias interesantes,
pero que fracasó en resolver el problema social, por la falta de capitales para
unas construcciones a precios tasados y con escasas plusvalías. Hasta los años
1950 no se afrontó decididamente el problema de la falta de suficientes
viviendas obreras y de su baja calidad.
Se
edificaron barrios obreros en Sevilla y Barcelona, debido a las Exposiciones
Internacionales de 1929, de los que destaca el Grupo de Casas Baratas Eduardo
Aunós de Barcelona (1929). Otras experiencias se dieron en las periferias de
Bilbao y Madrid, en general diseñadas en forma de ciudad-jardín con viviendas
unifamiliares o adosadas.
Todas estas
reformas interiores y las experiencias exteriores eran intentos parciales y
puntuales de resolver la problemática global de las ciudades, por lo que surgió
una «contraposición de intereses entre los propietarios del suelo, interesados
en la simple ampliación del mercado inmobiliario, y las incipientes burguesías
industriales, preocupadas por el problema de la total racionalización de la
ciudad como unidad productiva» [187]. En respuesta a esta problemática se
propusieron varios proyectos globales: el Plan de Enlaces de Barcelona (1903),
del francés Jaussely, que no se aplicó por ser demasiado audaz en su objetivo
de unir Barcelona con los municipios vecinos, mediante barrios especializados
en funciones y un complejo sistema viario; el Plan Romeu (1917), más moderado y
consensuado, se basó en el anterior y se aplicó gradualmente en el tiempo hasta
la redacción del Plan Comarcal de Barcelona (1953).
El Plan Núñez Granés y otros en Madrid.
Similar al anterior de Barcelona es
el Plan Núñez Granés (1910), para la urbanización del extrarradio de Madrid,
con un sistema diversificado de zonas y la creación de grandes vías radiales y
concéntricas de crecimiento. Este Plan se completaría con el Plan general de
Extensión de Madrid (1923), de Aranda, García Cascales, Lorite y Sallaberry,
«en el que ya aparecen las nociones de poblados satélites y de crecimiento
discontinuo de la ciudad a través de un esquema radioconcéntrico de sucesivas
actuaciones» [189].
Pero estos
dos grandes proyectos metropolitanos fallaron en su concreción práctica al no
destinárseles los suficientes recursos financieros. La burguesía española no
consiguió aprovecharse ni impulsar la modernización de las ciudades.
EL URBANISMO
RACIONALISTA.
La
transformación ideológica, cultural y artística de Europa entre 1918 y 1939,
sobre todo durante la II República (1931-36), también se extendió al urbanismo,
con la corriente del racionalismo, que consistía desde el punto de vista
metodológico en que «era necesaria una planificación global de los procesos
urbanos, y de que estos deberían producirse a partir de elementos nuevos,
diseñados adecuadamente a sus requisitos funcionales y coordinados mediante
procesos lógicos que abarcasen desde los niveles más simples hasta las
organizaciones más complejas» [189].
El
movimiento más comprometido con el racionalismo fue el GATEPAC, una sociedad
privada, formada por arquitectos comprometidos con la vanguardia europea, que
se interesaron por el urbanismo. Su revista AC difundió las tesis de la ciudad
funcional y una actitud crítica contra la tradición y los planteamientos
dominantes en la Administración y las Escuelas de Arquitectura.
El GATEPAC
estaba dividido en tres grupos: San Sebastián, Madrid y Barcelona, siendo este
el más activo, bajo el nombre de GATCPAC para el ámbito de Cataluña, donde
desarrolló tres importantes proyectos.
En 1931
presentó su proyecto de urbanización de la Diagonal de Barcelona, sustituyendo
la ciudad-jardín por un trazado de bloques laminares a ambos lados del eje
principal viario y según una ortodoxa organización de edificios y espacios
libres verdes con vías secundarias de acceso.
Un segundo
proyecto fue La Ciutat de repòs i vacances (1932-1934), una ciudad
especializada en las playas del sur de Barcelona, pensada para una demanda
masiva de servicios de ocio en el área metropolitana, con instalaciones
deportivas, hoteles, residencias, etc. Era una unión de arquitectura y
urbanismo en una ciudad en miniatura, con un trazado ortogonal y una jerarquía
de supermanzanas especializadas en diversos usos.
En 1933, con
la colaboración de Le Corbusier, se presentó el Plan Macià, el más ambicioso de
los proyectos urbanos vanguardistas jamás hecho en España. El Plan Macià (o
Nova Barcelona) regulaba el crecimiento de Barcelona, de acuerdo a un trazado ortogonal y una jerarquía de
supermanzanas (múltiplos de las manzanas del Ensanche), y de zonas
especializadas en diversos usos, quedando las áreas residenciales, industriales
y representativas radicalmente separadas, con un esquema de grandes ejes
viarios que regulaba un crecimiento lineal de la ciudad en contraste con el
anterior crecimiento en abanico.
El Plan
Zuazo-Jansen para Madrid (1929), fue menos radical y teórico. El madrileño
Zuazo y el berlinés Jansen conjugaron la tradición española con las ideas
centroeuropeas, lo que se plasmó en un esquema básico de crecimiento para
Madrid: «una línea de actuación clara en el interior del centro histórico, y la
definición del nuevo centro monumental y representativo a través de la
potenciación del eje Norte-Sur como nueva espina dorsal de la ciudad» [191].
El casco
antiguo, en lugar de abrirse con nuevas vías, se esponjaría y se definían
polígonos de actuación mediante la sustitución de los edificios antiguos por
otros nuevos. El eje Norte-Sur de la Castellana se monumentaliza, con grandes
espacios libres en relación con los edificios públicos y las áreas limítrofes.
La ciudad crecería de forma radioconcéntrica, apoyándose en núcleos
periféricos, separados del centro por un anillo de zona verde. Durante la
República el Plan Zuazo-Jansen fue desarrollado en la práctica por las obras
públicas del municipio de Madrid y el Gobierno central. El Plan Regional de
Madrid (1939) fue la culminación teórica, a un excelente nivel europeo, del
antedicho Plan, con la descentralización en núcleos satélites, de crecimiento
limitado, con actividades residenciales e industriales. Pero estaba muy cerca
el final del Gobierno republicano y no se realizó.
Otros
proyectos de menores dimensiones reflejan la difusión de las teorías y técnicas
de planeamiento urbanístico entre los arquitectos y urbanistas. F. Gracia
Mercadal colaboró en el Plan de Extensión de Madrid y realizó proyectos para
Bilbao (1926), Burgos (1929), Sevilla (1930), Ceuta (1930), Badajoz (1933) y
Logroño (1935), uniendo tradición y novedad.
LA
URBANÍSTICA DE LA AUTARQUÍA FRANQUISTA.
La Guerra Civil
y el triunfo de los sublevados alteraron totalmente la línea de la política
urbanística. Las instituciones, en especial el Instituto Nacional de
Colonización y la Dirección General de Regiones Devastadas, se aprestaron a la
reconstrucción de los grandes daños producidos en los núcleos urbanos,
siguiendo en parte teorías conservadoras (el recurso a la tradición) y en parte
fascistas (por su grandilocuencia). Se fomentaron en los años 40 las nuevas
poblaciones agrarias, con el fin de asegurar el autoabastecimiento alimentario,
como los pueblos de Seseña (Toledo), Vegaviana (Cáceres), Belchite, Brunete,
estos dos últimos reconstruidos, etc. Son ejemplos de aplicación de la tradición
de la plaza mayor y de la casa rural, pero junto a ellos se aplican la
racionalización y la jerarquización en funciones. También esta mezcla ecléctica
de tradicionalismo y de los principios de la racionalización y la zonificación,
que habían calado entre los arquitectos, se pueden apreciar en los Planes de
Salamanca (1939), Valladolid (1939), Bilbao (1943), Toledo (1943), Sevilla
(1944), Valencia (1946), etc., con especial atención por nuestra parte al de
Gabriel Alomar para Palma de Mallorca (1943). La retórica franquista exaltaba
los valores tradicionales de los centros monumentales de los cascos antiguos de
Salamanca y Burgos, Toledo y Valencia, que se querían reproducir en las nuevas
zonas de crecimiento urbano.
Plan General de Gabriel Alomar para Palma de Mallorca (1943).
El Plan
Bidagor para Madrid (1941), fue el gran ejemplo de este eclecticismo entre racionalismo
y tradición. Por un lado se basaba en el Plan racionalista de Zuazo-Jansen,
pero por el otro debía ser el diseño de la capital nacionalista y tradicional
del nuevo Estado, para el que incluso se ideó un posible Plan Nacional, que
debería haber articulado todo el territorio nacional a partir de la centralidad
de Castilla. Bidagor proponía la monumentalización del centro urbano con la
reeestructuración de la edificación en manzana cerrada y la creación de una
gran vía de comunicación y articulación urbana con la línea de la Castellana,
Nuevos Ministerios, el estadio, las estaciones de ferrocarriles y los centros
comerciales. A ambos lados del centro se erigían dos grandes líneas, una al
Oeste en el Manzanares (con los grandes edificios públicos), otra al Este en la
vaguada del Albroñigal.
En la
periferia se retomaba el Plan Regional de 1939, aunque fuese republicano, para
seguir su modelo descentralizado, con un sistema de núcleos satélites
intercalado en un sistema radial de vías de conexión de la capital con los
centros regionales del país.
Para
Solà-Morales: «Los viejos materiales suministrados por la tradición moderna
eran sabiamente reinterpretados en un nuevo esquema exaltante y sólo
aparentemente tradicional» [196].
FUENTES.
Internet.
Libros.
Sica, P. Historia del urbanismo. IEAL. Madrid. 1980-1983.
Artículos.
Solà-Morales Rubió, Manuel de. Urbanismo en España: 1900-1950 (182-196), Cap. VIII de AA. VV. Vivienda y urbanismo en España. Banco Hipotecario. 1982. Mis apuntes se realizaron durante un curso de doctorado dirigido por Miguel Seguí Aznar, profesor de la UIB.
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