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sábado, 6 de abril de 2013

Comentario. La tumba de Ciro II el Grande en Pasargada.

Comentario. La tumba de Ciro II el Grande en Pasargada.



La tumba de Ciro II.

El rey Ciro II.
Ciro II el Grande, Gran Rey de Persia entre 558 y 530 aC, consolidó primero su dominio sobre los persas y a continuación venció a sus enemigos medos, babilonios y lidios, para fundar el imperio aqueménida que dominó casi toda Asia occidental hasta la invasión de Alejandro Magno dos siglos después. Fue un monarca eminente como estadista y militar, que respetó las culturas y religiones de los países conquistados.
Tras su muerte en una batalla contra los masagetas, en la que Heródoto cuenta que perdió la cabeza, fue enterrado en un anexo del palacio real de su capital, Pasargada.


            Mapa de conquistas de Ciro II.


Mapa del imperio persa, con las conquistas de Ciro II y sus sucesores.

La ciudad de Pasargada y la tumba de Ciro II.
Pasargada es la capital ancestral del reino persa, la primera escogida por la dinastía aqueménida, antes de Darío I la trasladara a Persépolis, a unos 87 km de distancia hacia el Oeste.
La ciudad se halla casi en el centro de la región de Pérside, en una cubeta denominada llanura de Murghab, bordeada de montañas atravesadas por tres pequeños valles que miran hacia la tumba, que puede ser vista así como el centro de una estrella de tres puntas, cada una de ellas un camino para los visitantes.

Palacio de Ciro en Pasargada

Vista de la llanura de Pasargada. 




Estela de Ciro, en su palacio real de Pasargada. "Yo, Ciro, rey de Persia".

La tumba fue un lugar sagrado para los sucesores de Ciro, que consiguieron salvarlo de los saqueos durante más de doscientos años. Según una tradición recogida por historiadores griegos, cuando un nuevo rey subía al trono emprendía un viaje al palacio real de Pasargada, y ante la tumba del rey Ciro celebraba una ceremonia, un ritual muy pautado y con probable origen en las costumbres de los primitivos nómadas, en la que se vestía con un austero vestido de piel, tomaba una comida de higos, leche agria y hojas de terebinto, y finalmente se ponía la capa del rey Ciro. Solo entonces se le consideraba ungido con la soberanía de la antigua Pérside.


Pasargada en 1935, con la tumba erecta en el centro, proyectando su sombra.

Pasargada: tumba de Ciro
            
            Vista aérea en 1935, con la tumba a la derecha.
       
  
File:Tomb of Cyrus-Qajar era.jpg

Fotos de la tumba, probablemente c. 1935, en las que se observa que el lugar estaba abandonado e incluso crecía la maleza sobre el monumento.



Las columnas que se divisan han sido retiradas en la más reciente restauración.

Alejandro Magno y la tumba de Ciro II.
La importancia política de la tumba se revela en la famosa visita que le rindió el gran monarca macedonio, Alejandro Magno, que sentía gran admiración por Ciro.
Hay varias versiones sobre esta visita, diferenciadas en un punto fundamental: si la visitó una o dos veces, lo que tendría consecuencias distintas.
La opción más probable en mi opinión, en la que sigo a la escritora y biógrafa Mary Renault y a otros historiadores, es que hizo dos visitas, la primera en 331 y la segunda en 324. Alejandro, en plena campaña de conquista del Imperio Persa, llegó a la región de la Pérside y se apoderó de la ciudad de Persépolis a finales de enero de 331 y en su palacio real residió hasta bien entrado el mes de mayo, cuando lo abandonó después de un famoso incendio y prosiguió su campaña en pos de Darío III. Según las fuentes, aprovechó ese tiempo para emprender al menos una expedición contra los rebeldes de las montañas vecinas y no hay noticia de que visitara Pasargada, ni tampoco de otras actividades, lo que es muy extraño dado el intensísimo ritmo vital del gran conquistador. Las fuentes solo recogen que una partida militar enviada a Pasargada recogió un tesoro de 6.000 talentos y lo llevó a Persépolis, donde se centralizaba el tesoro conquistado a los persas. Ahora bien, ¿es creíble que Alejandro renunciara durante esos tres a cuatro meses a viajar los escasos 85 kilómetros que separaban las dos capitales, un trayecto que él podía hacer en dos días a lo máximo? ¿Cómo podía dejar de visitar una de las grandes capitales persas y la tumba del rey que más admiraba tras su padre Filipo? La razón nos dice que lo más probable es que la visitase entonces y que en las fuentes históricas de la época ésta es solo otra laguna de tantas, y siempre oscuridad al respecto. Estaba custodiada por unos sacerdotes (magos según la literatura de la época, en referencia a los miembros de una tribu meda que eran sacerdotes del dios Ahura Mazda) a cambio de una oveja y un caballo para los sacrificios mensuales, y al abrirla vieron intactos los tesoros de su interior. No parece probable que Alejandro celebrase la ceremonia de los monarcas persas ya citada porque todavía no había caído en su poder el rey Artajerjes III y no se sentía legitimado para coronarse sucesor en Persia (sí, en cambio, ya lo había hecho en los reinos de Egipto y Babilonia, para los que alegaba otros derechos legítimos que no cabe aquí apuntar). En todo caso, el rey macedonio debió mandar que guardasen bien la tumba y probablemente ordenó un inventario oficial de su rico contenido.
Nos ha llegado una interesante descripción del contenido por Aristóbulo de Casandrea, un filósofo que acompañó a Alejandro, y cuyo texto ha sobrevivido en obras posteriores, en especial de Estrabón. No sabemos a ciencia cierta si lo vio en persona en esta visita o reproduce un informe de otros oficiales macedonios enviados por Alejandro.
Las paredes estaban cubiertas de espadas, escudos y cascos. El sarcófago estaba rodeado por un lecho y una mesa, los tres de oro. El cobertor del lecho, así sobre las alfombras y los tapices de las paredes eran de color púrpura (el color imperial). Sobre cobertor del lecho se extendía su vestido real, con la famosa capa con la que se celebraba el ceremonial de coronación. Sobre la mesa (o diván) estaba su servicio de comida y el resto del ajuar, con joyas, collares y otros objetos preciados en su vida.
La opción en cambio más repetida, por A. B. Bosworth y Robin Lane Fox entre los más destacados historiadores, es que Alejandro hizo una sola visita, hacia febrero del 324, para lo que se basan en que la fuente histórica de referencia, esto es Quinto Curcio Rufo, solo documenta una visita (aunque el resto de fuentes nunca digan que no solo hubiera una) y esta es indubitablemente la del 324 por el contexto, pues se narra en asociación con su retorno desde la India. Renault, con buen criterio a mi juicio, considera que el texto del historiador romano, un republicano crítico del poder imperial, recoge aquí fuentes falsas de la propaganda ateniense contra Alejandro, a quien querían representar bajo la peor luz, inmerso como estaba en una brutal represión contra sus posibles enemigos internos.
Pero podemos preguntarnos, si es más cierta la primera opción, ¿por qué visitaría Alejandro otra vez la tumba en el 324? La respuesta es que el contexto político era muy diferente. Seis años antes había muerto asesinado el último rey aqueménida y Alejandro le había sustituido plenamente como rey, salvo que todavía no había celebrado la ceremonia ritual de la vestimenta y la comida. Esta segunda visita tendría como objetivo completar su asunción ritual de la soberanía persa como sucesor legítimo de Ciro, uniendo los mundos de Occidente y Oriente, un empeño fundamental para Alejandro en sus últimos años. Vemos pues la enorme importancia política que la tumba de Ciro el Grande tuvo en su época, como símbolo de la monarquía oriental.
Pero en esta visita del 324, cuando abrió la tumba, se descubrió que la habían saqueado. Es importante señalar que se encontró en el interior solo un humilde sarcófago, una vacía mesa de ofrendas y el cadáver fragmentado en el suelo, lo que indicaba inequívocamente un robo.
Las fuentes indican que los magos vigilantes fueron interrogados mediante tortura pero que no pudieron dar noticia de quién era el culpable; según algunas fuentes fueron los magos fueron ejecutados, pero la mayoría informa que se los dejó en libertad.
Había que seguir buscando a los culpables. Las sospechas recayeron en el sátrapa de la Pérside, un persa llamado Orxines, descendiente directo de Ciro el Grande y jefe del cuerpo de ejército de la Pérside en la batalla de Gaugamela, que había sido perdonado anteriormente por Alejandro y que en durante la campaña de este en la India había sustituido al anterior sátrapa, Frasaortes, sin un nombramiento directo por Alejandro.
Tenemos pues todos los requisitos para una conspiración. ¿Cogió Orxines las prendas reales para asegurarse para sí mismo el poder ritual y así suceder a su lejano pariente si decidía rebelarse? ¿Sospechó eso Alejandro y decidió aprovechar la oportunidad para librarse de un posible pretendiente al trono?
Lo cierto es que Orxines, que al principio rebatió con éxito las acusaciones de robo (Estrabón, Geografia, 730), fue finalmente acusado, según Boxworth por “el siniestro Bagoas” (se basa en Curcio Rufo), de expoliar las tumbas reales (la de Ciro y/o las que había cerca de Persépolis) y de ordenar ejecuciones ilegales, y fue condenado a ser crucificado (Arriano, Anábasis, VI, 30, 2), al mismo tiempo que un oficial macedonio que debía haber cuidado mejor el monumento (Plutarco, Alejandro, 69,3). Ya nunca sabremos si fueron los culpables, pero Badian razona con verosimilitud que probablemente fueron los magos persas los autores del robo, para evitar que Alejandro se apoderara del contenido de la tumba para cumplimentar el rito real [Badian, Ernst. Alexander the Great between two Thrones, en Small, A (ed.). Subject and Power: The Cult of the Ruling Power in Classical Antiquity. University of Michigan Press. Ann Arbor. 1996: 11-26.].
El macedonio Peucestas, el mismo que había salvado heroicamente a Alejandro en Multan, la capital malia en la India, sucedió en la satrapía a Orxines, y siguió los consejos de Aristóbulo para restaurar la tumba, cuyos tesoros originales habían desaparecido y fueron repuestos (Arriano, Anábasis, VI, 6b, 29) con apropiadas copias de gran valor, que en algún momento posterior fueron nuevamente saqueadas.

 

Reconstrucción hipotética de la tumba como sería h. 530 aC, cuando la vio por primera vez Alejandro. Es poco probable que originalmente la envolviera el circuito de corredores con columnas inspiradas en los órdenes dórico y corintio, aunque es posible que un gobernante seléucida la reconstruyera de un modo similar, tal vez siguiendo el plan de restauración de la época de Alejandro.

            
Otra reconstrucción hipotética de la tumba h. 530 aC, con variaciones en los capiteles.

Análisis formal.




Paradisos o jardín persa actual, parecido al modelo original que rodeaba la tumba, pero sin columnatas. El cercano jardín real de Pasargada de Ciro el Grande seguía el modelo cuatripartito de Chahar Bag y sirvió como modelo para los jardines persas de épocas posteriores, hasta la actualidad. El agua se suministraba a través de un sistema de presas, canales y acueductos construidos sobre el río Polvar, a 35 kilómetos. de Pasargada. Jenofonte (Económico, 12) lo describe como un vergel con todo tipo de frutos y bienes.


        
Reconstrucción más fiable de la tumba original, según Stronach. Se advierte que no hay una columnata  helenística, sino solo el Paradisos persa. Tomada de  Persepolis 3D [http://www.kavehfarrokh.com/iranica/achaemenid-era/professors-stronach-and-gopnik-pasargardae/]

El conjunto funerario lo compone la tumba propiamente dicha, bastante bien conservada, más un templete para las ceremonias de culto y un jardín (un paradisos persa) de los que apenas queda rastro, pues las columnas y otros elementos que hoy se ven en algunos grabados y fotos fueron puestos durante posteriores restauraciones, que comenzaron ya en el siglo IV aC, y han sido retirados en la actualidad. Un muro de adobe rodeaba el complejo.
La tumba es una construcción de sillares de piedra caliza gris, de 10,7 metros de alto, de gran sobriedad, acorde con los gustos austeros de Ciro, que muy probablemente aprobó personalmente el plan constructor, que su hijo Cambises II acabaría al tiempo que edificaba también su propia tumba muy cerca, pero ésta quedó inacabada.
Cuenta con sólidos cimientos en previsión de los terremotos que periódicamente asolan la zona, con un elevadísimo basamento doble, el estereóbato inferior de tres gradas anchas y el superior de otras tres más delgadas.
Sobre este podio escalonado se levanta un pequeño y austero edificio de tres metros de altura, con frontón levemente truncado y un tejado a dos vertientes de enormes losas, al modo de las casas y tumbas anatolias de inspiración griega que Ciro pudo admirar en Lidia, todo sin adornos ni relieves exteriores y solo con una pequeña puerta, sobre la cual probablemente discurría la conocida inscripción que leían los visitantes: “Hombre, yo soy Ciro, el que fundó el imperio de los persas y fue rey de Asia. No me envidies por este monumento”. Los muros macizos de 1,5 metros de espesor encierran un interior relativamente pequeño (6,40 x 5,35 metros), sin ventanas.
Al entrar en el pequeño vestíbulo se divisa otra pequeña puerta que lleva a la exigua cámara sepulcral, donde en su tiempo yacía Ciro (tal vez descabezado, si Heródoto no se engañaba respecto a su muerte violenta) en su sarcófago, rodeado del precioso tesoro descrito arriba.

 Archivo:Cyrus tomb.jpg
            
            Lateral de la tumba de Ciro. Foto tomada de Wikipedia.

            Resultado de imagen de tomb cyrus II

File:Pasargades cyrus cropped.jpg
            
            Frontal de la tumba de Ciro. Foto tomada de Wikipedia.


        Tumba algo posterior de Bozpar, de modelo similar aunque de menor tamaño. Hay otras en la región, muy parecidas. [https://en.wikipedia.org/wiki/Bozpar]


Archivo: Yo soy Ciro, rey aqueménida - Pasargadae.JPG

Inscripción con el nombre de Ciro en el palacio de Pasargada, de forma probablemente similar a la que estaba en la tumba.


Interior de la tumba.

Con el tiempo, la tumba cambió de nombre popular y se adscribió a cultos femeninos, de modo que en la Edad Mediaa se conocía como la tumba de “la madre de Salomón”. Las primeras visitas documentadas de viajeros occidentales fueron la del veneciano Giosafat Barbaro en 1474 y del alemán Albrecht von Maldenslo un siglo después. A partir de entonces se multiplicaron las visitas, hasta que en el siglo XIX comenzaron las excavaciones y se atribuyó correctamente a Ciro, gracias a las publicaciones de Curzon (1892) y Herzfeld (1908).


Ilustración de finales del siglo XVI, según la descripción de Maldenslo.

Fuentes.
Internet.
[http://www.oznet.net/cyrus/bagh.htm] Sobre los Paradisos persas.

Documentales / Vídeos.


Pasargada y la tumba de Ciro. 3:26. [http://www.youtube.com/watch?v=PztulMirfUs]


Ciro el Grande5:34. [http://www.youtube.com/watch?v=aNEu5Gt9Tz0Sobre el libro homónimo de Harold Lamb.
La construcción de un imperio. Los persas43:52. Gran parte versa sobre Ciro II y Darío I, y el enfrentamiento con Alejandro Magno.

Libros antiguos.
Arriano de Nicomedia. Anábasis de Alejandro Magno. Introducción de Antonio Bravo García. Traducción y notas de Antonio Guzmán Guerra. Gredos. Madrid. 1982. Libros I-III. 333 pp. Libros IV-VIII (India). 339 pp. Incluye cronología, índice de nombres…
Curcio, Rufo Quinto. Historia de Alejandro. Introducción, traducción y notas de Francisco Pejenaute Rubio. Gredos. Madrid. 1986. 618 pp.
Diodoro Sículo. Biblioteca histórica. Akal. Madrid. 1986. Libro XVII para el reinado de Alejandro.
Estrabón. Geografía.

Libros modernos.
Badian, Ernst. Alexander the Great between two Thrones, en Small, A (ed.). Subject and Power: The Cult of the Ruling Power in Classical Antiquity. University of Michigan Press. Ann Arbor. 1996: 11-26.
Bosworth, A. B. Conquest and Empire: the Reign of Alexander the Great. Cambridge University Press. Cambridge. 1988. Trad. español. Alejandro Magno. Cambridge University Press. Nueva York. 1996. 490 pp. La visita a la tumba en p. 207.
Lane Fox, Robin. Alejandro Magno: Conquistador del mundo. Acantilado. Barcelona. 2007. 956 pp. La visita a la tumba en el capítulo 29, Boda en Susa.
Renault, Mary. Alejandro Magno. Una biografía. Edhasa. Barcelona. 1991 (1975 inglés). 254 pp. El tema aparece en varias partes del libro, así como en su novela El muchacho persa.
Stronach, David. Pasargadae: A Report on the Excavations Conducted by the British Institute of Persian Studies from 1961–63. Oxford University Press. 1978.