EL URBANISMO
DEL SIGLO XIX.
El urbanismo del
siglo XIX.
La Revolución Industrial
y los nuevos programas urbanísticos.
Comentario: Ildefons
Cerdà y el Plan de ensanche de Barcelona.
Los ensanches. Propuestas y realizaciones del urbanismo en la España contemporánea.
FUENTES.
Comentario: Ildefons Cerdà y el Plan de ensanche de Barcelona.
El Proyecto de Reforma y Ensanche de Barcelona, que
Ildefonso Cerdá ideó en 1855-1859, fue aprobado por el Gobierno de Madrid y rechazado
por el Ayuntamiento de Barcelona, que prefería un proyecto más conservador (se concentraba
el tráfico en la ciudad medieval) de Rovira i Trías. El Gobierno central impuso
en 1860 el de Cerdá, con acierto visto con perspectiva histórica.
Mapa del Plan de Ensanche de Barcelona (1860).
Una visión en la teoría.
Una visión en planta de la realidad.
Una visión en escorzo de la realidad
PROPUESTAS Y
REALIZACIONES DEL URBANISMO EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA.
Apuntes sobre un curso de doctorado dirigido por Miguel Seguí Aznar,
profesor de la UIB.
SIGLO XIX:
ENSANCHE Y SANEAMIENTO DE CIUDADES.
Comentario
de: Solà-Morales Rubió, Manuel de. Siglo XIX: Ensanche y saneamiento de ciudades
(160-181), Cap. VII de AA. VV. Vivienda y
urbanismo en España. Banco Hipotecario. 1982.
INTRODUCCIÓN.
El autor
apuesta por la entidad del urbanismo español en el siglo XIX, entre 1801 y 1900,
tanto en el campo de las ideas como de las realizaciones urbanas, con una etapa
de extraordinaria calidad entre 1840 y 1870. Pero cree que hay una cesura
cronológica importante hacia 1870, coincidiendo con la crisis política devenida
con la Revolución de 1868.
La
importancia de esta etapa de urbanismo progresista es que contribuyó al cambio
de imagen de la ciudad, con un marcado carácter ideológico: eran «propuestas de
un grupo social dominante, difundiendo la ilusión liberal de un futuro
alternativo, basado en el progreso y en la razón» [161]. La etapa de esplendor
del progresismo burgués estuvo marcada por cuatro hechos: 1) la Ley de
alineaciones, de 1842-46, 2) el Plano y la Memoria del Ensanche de Barcelona,
de 1859, 3) los ensanches de Madrid, Bilbao y San Sebastián, 4) la Ley de
Vivienda de 1861-64. Un error llamativo del autor o de la imprenta es denominar
así a la Ley de Ensanches de 1861-64, por confusión con la de Vivienda de 1864,
así como las contradicciones en la fechas, como en la Ley de alineaciones, que
se data en 1842 [161] y en 1846 [162].
Pero junto a
estas realizaciones, hay otras que siguen la estela del urbanismo conservador
del siglo XVIII. Es un urbanismo que es conservador en lo ideológico, pero
«radical en su inserción espacial y en la significación de pública y social de
su resultado» [161], de lo que son ejemplos tres tipos de obras: 1) las plazas
porticadas de Vitoria, La Coruña, Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Pamplona,
Gijón, etc., aprovechando la liberación de terrenos provocada por la
desamortización y siguiendo la tradición barroca en la definición de las plantas
de los Churriguera, 2) las reformas portuarias (complementadas con reformas
urbanas en su entorno) de Málaga, Cádiz, La Coruña, Vigo, Santander y
Tarragona, provocadas por el aumento del comercio marítimo y la llegada del
ferrocarril a los puertos, 3) la construcción de los paseos, alamedas y
espolones extramuros en las ciudades de Madrid, Barcelona, Málaga, Granada,
Burgos, Vitoria, Valladolid, Gerona, Palma de Mallorca, etc., para solaz de la
burguesía, siguiendo las pautas de los paseos del siglo XVIII.
En suma, hay
un eclecticismo en este urbanismo conciliador entre el espíritu dieciochesco y
romántico, y el espíritu decimonónico y progresista, que deben atenerse a las
demandas de una realidad cambiante pues en este siglo se producen los grandes
cambios demográficos y económicas en las ciudades, vertiginosos entre los
decenios de 1830 y de 1930, cuando en esta última fecha se entra en los
planteamientos de la actualidad, y «los problemas de edificación de viviendas
empiezan a dominar toda obra constructiva de la ciudad, y los planes urbanos se
diluyen por tanto en tratamiento especializado del crecimiento por funciones,
zonas, grupos o polígonos [162]».
1854-1868:
EL ENSANCHE DE LAS CIUDADES.
En este
periodo «se produce en España una de las experiencias más peculiares del urbanismo
del siglo XIX, confiriendo al proceso de urbanización español formas
originales, bien distintas de las de los países del Norte de Europa» [162].
Para el
autor hay cuatro acontecimientos esenciales: 1) el Plan Cerdà de 1859, 2) la
Ley de Ensanche de 1861-1864, 3) los ensanches de Madrid, Bilbao y San
Sebastián, 4) la obra de Cerdà, Teoría General de la Urbanización
(1867).
1.-El Plan
Cerdà para el Ensanche de Barcelona se basó en los estudios técnicos del Plano
y la Memoria, que se realizaron en 1854-59 y el Gobierno central aprobó en
julio de 1859 el proyecto del ingeniero y urbanista Ildefonso Cerdà (1815-79).
Muy estudiado, lo que nos exime de desarrollarlo en profundidad, el Plan es una
respuesta a la necesidad burguesa de ampliar la ciudad derribando las murallas
medievales para evitar tener que crecer en altura. Plantea un sistema de calles
de 20 metros
de anchura (Barcelona tiene casi 200
km de calles de este ancho), según una rigurosa retícula
ortogonal, sobre una extensión de 3
a 9 km
del llano barcelonés (diez veces mayor que la superficie anterior), trabada a
la ciudad antigua por el diseño de tres grandes avenidas en diagonal (Paralelo,
Meridiana y Diagonal), con el Paseo de Gracia en el sentido Norte-Sur, para
unir los barrios, dejando manzanas vacías para los parques públicos y los
servicios. La modernidad de su planteamiento y la previsión de instituciones y
mecanismos de gestión (reparcelaciones, cesión de viales, Comisiones de
Ensanche), aseguró su éxito, constituyéndose en uno de los más modernos y
armoniosos modelos de ciudad europea del siglo XIX.
Cerdà planea
hacer una cuadrícula de manzanas achaflanadas, regulares en longitud y altura, con
grandes patios ajardinados en los interiores de las manzanas, de las que diseña
varios tipos (partidas por la mitad, triangulares, en forma de L, etc.). En el
proyecto Cerdá la superficie construida se limitaba para beneficiar a la
superficies viaria y libre, pero la especulación capitalista propia del siglo
XIX y en especial de los diez años de la “fiebre del oro” (1876-86), alteró
esta concepción gradualmente y hoy la ciudad es una de las más densas del
mundo, al aumentar las alturas, reducir las zonas verdes y los patios, cerrar
las manzanas irregulares... Así el volumen edificado en la manzana pudo pasar
de 67.200 m3
a 294.771 m³., con lo que se cuadruplicaba con creces.
2.-La Ley de
Ensanche de 1861. El debate fue muy duro, con grandes intereses económicos en
juego, lo que explica que fuera modificada antes de su aplicación, y convertida
en la Ley de Ensanche de Poblaciones de 1864, aplicada desde 1867. Ya había
empezado el debate gracias a la Ley de alineaciones, de 1846 — que seguía el ejemplo de la ley francesa de 1807—, que obligaba a las ciudades principales a elaborar un “plano
geométrico” con la descripción parcelaria de los ya existente y la previsión de
nuevas construcciones urbanas.
La
experiencia del Plan Cerdà llevó a la idea de extender sus mecanismos a la expansión
de todas las ciudades, a fin de encauzar con unos principios comunes a todo el
país la urbanización. Las obras de extensión urbana fueron declaradas de
utilidad pública, lo que legalizó los procesos de expropiación tan necesarios
para las reformas y extensiones urbanas. Para el autor «El papel
intervencionista del gobierno central en la regulación de los problemas
municipales en la construcción urbana es, desde entonces, uno de los hitos
decisivos, característico de la ciudad capitalista» [164].
«El otro
hito importante será la creciente relación entre la extensión urbana y el
problema de la vivienda» [164]. Por ello, paralelamente, se desarrolló el
debate sobre la Ley de Vivienda, aprobada en 1864, que consideró la protección de
la vivienda como una obligación pública.
3.-Los
ensanches de Madrid, Bilbao y San Sebastián. Los planes de ensanche se suceden,
empezando por el de Madrid (1860), seguido por los de Bilbao (1863), San
Sebastián (1864), Sabadell (1865), Elche (1866), el nuevo de Bilbao (1876),
etc. «A través de estos trazados, se generalizaría una forma de crecimiento
urbano que había de cambiar el paisaje del sistema urbano español, con modelos
de enorme permanencia y cuya adaptabilidad continúa casi hasta hoy día» [164].
En Madrid
(1860), Castro planteó una reforma inspirada por la de Cerdà, amigo y colega suyo.
«Planteó el ensanche como una articulación de varias tramas circundando los
sectores Este y Norte de la ciudad, con manzanas regulares no muy grandes,
ocupadas por hoteles y villas de residencia poco intensa» [164].
En Bilbao
(1863), Lázaro proyectó un ensanche muy generoso en dimensiones aprovechando la
llanura al Sur del río Nervión, separado del Bilbao “Viejo” por el río y del
Bilbao “La Vieja” por la estación de ferrocarril. Pero la guerra civil carlista
(que no cejó hasta 1875) y las presiones de los terratenientes retrasaron su
aprobación, hasta que se consensuó el proyecto de Alzola, Hoffemeyer y
Achúcarro (1876), tras el cual comenzó la expansión, siempre río abajo.
En San
Sebastián (1864), de Cortázar, es un ejemplo clásico de ensanche por lo
acertado de sus resultados, con dimensiones controladas, una excelente unidad
arquitectónica y una espectacular adaptación al relieve del río Urumea y la
bahía de La Concha, lo que beneficiaría su dedicación al turismo de las clases
privilegiadas de la Restauración.
Todos los
ensanches estudiados tenían tres puntos en común: a) una densidad urbana media
de 40 m² por habitante (bastante amplia y
cómoda en contraste con los 20 o 12 de los cascos antiguos), b) una ocupación
del suelo por mitades, c) la abolición de las calles estrechas (este sería el
único que persistiría con los años, atenuados los otros por la especulación).
4.-La obra
teórica de Cerdà, Teoría General de la Urbanización (1867). Cerdà comenzó a
trabajar en él en 1857, coincidiendo con la redacción de la Memoria del
Ensanche de Barcelona. Es el primer tratado teórico del término “urbanización”,
entendiendo el urbanismo como un proceso continuo. El planeamiento se presenta
como una aplicación racional de análisis científicos: soluciones técnicas de
circulación, prioridades higiénicas para el alojamiento, subdivisión racional
de los terrenos, estadística de las necesidades sociales. Cerdà hace estudios
de la vialidad urbana, la manzana, etc.
Cerdà divide
su obra en tres partes:
1. En los
libros I y II, presenta la discusión histórica de las formas sociales y
económicas de urbanización, llegando a la definición de la urbe moderna como un
producto de la forma de urbanización “heterogéneamente combinada”. Es la parte
menos interesante.
2. En el
libro III, hace una distinción estructural de las partes de la urbe (distrito,
suburbio, núcleo urbano), sus interrelaciones mutuas y un análisis específico
de los elementos del núcleo urbano en particular, en el que define como
elementos “secundarios” al solar, el edificio de viviendas y la parcela, y como
elementos “primarios” a las vías e intervías.
3. En el
libro IV, justifica las formas urbanas históricas como efecto de los cambios en
la locomoción.
PECULIARIDADES
DE LOS ENSANCHES.
Para
Solà-Morales, los ensanches significaron: Una nueva idea de la ciudad. Una
nueva actitud metodológica. Nuevos instrumentos. Una teoría.
Una nueva idea de la ciudad.
La ciudad
debía responder al nuevo orden racional-liberal, de la civilización maquinista
y capitalista que la burguesía, nueva clase dominante, aspiraba a reflejar
igualmente en un urbanismo con rasgos propios: fachadas amplias y
representativas, condición higiénica de la vivienda, acceso circulatorio
preponderante, etc.
El ensanche
permitió especializar en funciones a las urbes, al recibir el ensanche la
función de gran ciudad residencial (para la burguesía), mientras la industria,
el ferrocarril y las residencias obreras se trasladan fuera de los límites del
ensanche o en espacios muy acotados y distantes.
La ciudad se
concibe como un negocio, con un mercado inmobiliario activo, en el que la
burguesía obtiene importantes plusvalías con la especulación, la urbanización y
la construcción, los alquileres, las obras públicas, etc.
Una nueva actitud metodológica.
Se
distinguen por primera vez las fases de ordenación del suelo, urbanización y
edificación, superando la praxis poco teórica de las legislaciones anteriores
(como las ampliaciones de las ciudades italianas o las Leyes de Indias de
1573). Estas fases son la plasmación de una nueva concepción de la urbanización
como un proceso dinámico, diacrónico, con el objetivo último del lucro, que el
poder público garantizará estableciendo los derechos y obligaciones de modo que
la burguesía tenga una seguridad jurídica en sus expectativas de negocio.
Habrá, en consecuencia, una clara división entre dos fases de gestión: a)
pública, para la ordenación del suelo, b) privada, para la urbanización y
edificación.
Nuevos instrumentos.
La
ordenación se basa en el trazado y las ordenanzas. El trazado para el mapa
topográfico en el que las calles se dirigen hacia los confines de la ciudad y
las plazas esponjan el espacio. Las ordenanzas para fijar el repertorio de
edificaciones, con sus variadas especificaciones. La Ley de ensanche de 1861
será el cuadro jurídico estable de toda esta normativa.
Una teoría.
Con la obra
de Cerdà, Teoría General de la Urbanización (1867), aparece la primera
reflexión urbanística con voluntad científica desde el Renacimiento. El término
“urbanización” explicita una visión diacrónica del proceso urbano, una visión
de la urbe como sujeto histórico, no estable en un tiempo congelado. La higiene
y la circulación serán los dos grandes apartados de esta teoría de la urbe, con
un análisis estructural de los elementos y relaciones entre estos, con un
análisis empírico y estadístico de los datos. Es un enfoque analítico que
representa la definitiva alba de una nueva ciencia, el urbanismo.
1880: EL
SANEAMIENTO DE LAS CIUDADES.
En la
segunda mitad del siglo XIX se plantea la reforma interior de las poblaciones,
después de la feroces críticas a la insalubridad de las viejas ciudades góticas
y barrocas, caracterizadas por «el hacinamiento, la falta de aire y sol, el
estancamiento de los residuos y basuras, la insalubridad y escasez de viviendas
en definitiva» [176]. Las epidemias de cólera diezman la población hacia en
1854, 1860 y 1880, pero todavía crecen casi todas las ciudades en el periodo
1860-80, aunque habrá un parón selectivo en 1880-1900, que no impedirá el
crecimiento de Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao, en pleno desarrollo en los
ensanches.
En respuesta
a esta situación, hacia 1880 se inicia un cambio en la opinión pública, vuelta
hacia los problemas de la sanidad de las poblaciones, de resultas de lo cual se
acometen los grandes proyectos de servicios de saneamiento. El Cuerpo de
Ingenieros de Caminos desarrolla para el Ministerio de Fomento unos estudios de
servicios urbanos de alcantarillado y agua potable, y participan en el debate
sobre el tema de la sanidad, que tiene visos de carácter ilustrado y utópico,
pre-regeneracionista diríamos nosotros, siguiendo la ola de la polémica higiénico-urbanista
que tanto había hecho por mejorar las condiciones de las ciudades británicas,
pero con unos rasgos distintos en la España aún campesina y retrasada. Monlau y
Cerdà en sus escritos, y los autores de las Memorias de los ensanches, defienden
la necesidad de mejoras en la sanidad del agua y del desagüe, que asocian al
«nuevo orden urbano» [178], no sólo por motivos higiénicos (el caso británico).
En los años
1890 los proyectos de saneamiento de García Faria y Uhagón para las ciudades de
Barcelona y Valladolid, respectivamente, ya son planteamientos conservadores
(como los de Madrid y Bilbao por esas mismas fechas), que reorganizan los
servicios, pero que no se plantean cambios estructurales en las ciudades, cuyos
ensanches están ya demasiado avanzados para poder variarse. Las cuantiosas
inversiones públicas en estos servicios fueron, en todo caso, el «progreso
material más positivo y socialmente más distribuido que el siglo XIX aportó a
la mayoría de los ciudadanos» [178].
Pero el “saneamiento”
no es sólo proporcionar unos correctos servicios de agua y alcantarillado. «La
transformación urbana del siglo XIX llega a constituir un orden urbano
definitivo porque, junto a estas aportaciones esenciales, introduce aquellos
elementos del confort público que hacen del espacio urbano un ambiente más
agradable y más útil» [178], por lo que se añadieron o multiplicaron el
alumbrado público, pavimentación, parques públicos, etc. En definitiva, el “saneamiento”
y el “ensanche” son las dos patas en las que se sostiene el urbanismo del siglo
XIX y están estrechamente asociados al concepto de “reforma”, la reforma que
llevó la modernidad y la urbanidad a las ciudades españolas, cambiando su
carácter, dándonos el modelo que tenemos en la actualidad, con sus virtudes y
defectos.
FUENTES.
Artículos.
Solà-Morales Rubió, Manuel de. Siglo XIX: Ensanche y saneamiento de ciudades (160-181), Cap. VII de AA. VV. Vivienda y urbanismo en España. Banco Hipotecario. 1982.
Terán, Fernando de. El caso del plan Cerdá. “El País” (28-III-2014) 31-32. Rememora el desarrollo de plan de ensanche de Barcelona, aprobado en 1860.
Segura, Isabel. Cerdà
i filla, units en l’oblit. “El País” Quadern 1.614 (24-XII-2015) 1-3.
Ildefons Cerdà y su hija Clotilde Cerdà (1862-), música, antiesclavista.
Segura, Isabel. On
ets Cerdà, on ets? “El País” Quadern 1.614 (24-XII-2015) 3.
Antón, Jacinto. L’Eixample,
la maçoneria i la càbala. “El País” Quadern 1.614 (24-XII-2015) 3.
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