ARTE BIZANTINO: ARTES PLÁSTICAS.
ARTES PLÁSTICAS.
Influencias en el origen.
Estilos iniciales.
Iconografía inicial.
Las artes plásticas del periodo deuterobizantino.
La nueva disposición iconográfica en las iglesias.
La iconografía deuterobizantina.
MOSAICO.
La evolución inicial del mosaico hasta Justiniano.
Comentario: Los mosaicos de San Apolinar in Classe.
Comentario: Los mosaicos de San Apolinar Nuevo de Rávena.
Comentario: Los mosaicos de San Vitale de Rávena.
La evolución posterior.
Los mosaicos deuterobizantinos.
PINTURA.
La evolución de los iconos.
Los frescos murales.
La miniatura.
ESCULTURA.
La evolución de la escultura.
ARTES MENORES.
Marfil.
Orfebrería.
Textil.
Vidrio y cerámica.
ARTES PLÁSTICAS.
Las artes plásticas más importantes son sobre todo el mosaico, desarrollado más en los muros y bóvedas, en oposición al pavimental romano. Sigue en interés la pintura, que continúa el género de la miniatura y desarrolla el icono pintado sobre tabla, que tendrá una gran influencia debido a su movilidad. Mientras, la escultura vive el auge del relieve (bajo y medio sobre piedra, asociado en particular al marfil) y la desaparición de la escultura cortesana.
Influencias en el origen.
Las dos más importantes son la romana y la oriental.
-La romana, de la que perviven las técnicas, la iconografía cristiana, la tradición figurativa y organicista del clasicismo (de base naturalista).
-La oriental, basada tanto en la tradición helenística como en la anterior a ésta, con su rigidez e hieratismo.
Los principales antecedentes artísticos parecen remontarse a Mesopotamia y al interior de Siria y Egipto, donde perduró el arte hierático del Oriente antiguo, como se aprecia en las pinturas murales de Dura Europos en el Éufrates y en los frescos de los primeros monasterios del alto Egipto. A pesar de ello, en dos de las ciudades bizantinas más importantes, Antioquía y Alejandría, se conservó el estilo naturalista helenístico hasta finales del Imperio romano en el siglo IV.
Estilos iniciales.
Hay tres tendencias fundamentales:
-El estilo bizantino, propiamente dicho, también llamado cortesano, que se promueve en los talleres imperiales de la capital, sobre todo en el mosaico.
-El estilo clasicista, con rasgos de figuración clásica, manifiestos sobre todo en las artes suntuarias de los talleres imperiales, lo que indica que el gusto artístico era distinto para el arte religioso y el cortesano, así como en ciertos círculos cultos grecolatinos, como el monasterio de Santa Catalina del Sinaí (con sus iconos clasicistas).
-El estilo popular, sobre todo en iconos, con alguna pequeña influencia cortesana.
Iconografía inicial.
El arte bizantino representó los temas religiosos mediante mosaicos, tablas de marfil y las pequeñas tablas pintadas o iconos. La furia iconoclasta, muy intensa en el siglo VIII, suprimió las representaciones figuradas de la Divinidad, simbolizada entonces mejor por la Hetimasía, que consistía en el Trono de Dios con un texto sacro. Desde mediados del siglo IX y definitivamente desde el XI, reaparecieron las imágenes en los mosaicos, marfiles e iconos. Hay muy poca innovación en la temática hasta que se llega al periodo deuterobizantino.
El tema favorito será el mariano: Virgen Theotokos, Virgen Orante, Virgen Odigitria, Salvador... Pero hay variaciones en los detalles: en Bizancio los apóstoles aparecen sentados mientras que en Occidente están de pie.
Hay también un gran desarrollo de los temas cortesanos o aristocráticos, que perdurarán durante siglos para disminuir más tarde. Mientras, habrán influido en Occidente, en especial en la miniatura carolingia y otónida.
Las artes plásticas del periodo deuterobizantino.
A lo largo de este periodo hay numerosos relieves bizantinos en Italia y sin embargo no los hay en el propio territorio bizantino.
Las artes del color son las dominantes: pintura, mosaico (sobre todo hasta el siglo XII), frescos murales (sobre todo desde finales del siglo XII) y pintura sobre tabla, con técnicas de temple o de encáustica.
En los primeros tiempos la imagen religiosa queda legalizada como instrumento contemplativo y de veneración por sí mismo, con una sacralización de las imágenes. La iconografía se fija estrictamente, así como su distribución en la iglesia. La temática es la misma anterior, pero con novedades e influirá intensamente en el arte medieval de Occidente, al condicionar la producción románica y gótica en Italia, hasta Giotto y Duccio todavía. La iconografía de la imagen bizantina hasta el final del siglo XII alude a una realidad invisible, espiritual y también con una impronta sagrada de lo que representa, como un icono cuya imagen evoca la figura del santo, sin preocupación didáctica (sin el didactismo que sí es básico en Occidente). Esto afecta al estilo, como dice Grabar, y separa claramente la imagen bizantina de la de Occidente. En Bizancio no hay libertad formal, no se puede alterar la imagen por ser ésta sagrada.
Los programas iconográficos y los recursos estilísticos se repiten en las iglesias, según las pautas dictadas desde la segunda mitad del siglo IX en el tratado titulado Hermeneia que compila cómo se deben realizar las escenas y su estricta disposición en el templo. De este modo, surgió un proyecto decorativo común para todas las iglesias.
La Hermeneia no se conserva, pero la conocemos muy bien porque en el siglo XIX se encontró un manuscrito que recogía la Hermeneia en un monasterio del monte Athos.
La nueva disposición iconográfica en las iglesias.
El programa iconográfico se adecúa en periodo deuterobizantino a la iglesia centralizada de cúpula, con un sistema rígido de distribución en los tres lugares básicos y dos secundarios:
- La cúpula central, símbolo del Cosmos, se dedica al Pantocrátor, con un Dios de medio busto, un hombre maduro de rasgos severos, como un juez divino, envuelto a menudo en una mandorla, con los brazos de una cruz en la aureola de su cabeza y con el Libro de la Revelación en la mano izquierda, mientras que con la mano derecha bendice a los fieles.
- El ábside, llamado bema (en Bizancio es el espacio elevado entre el ábside y la nave), es el segundo lugar en importancia, reservado a la Madre de Dios.
- En el presbiterio, antes del bema, hay una representación nueva, la sinaxe de los arcángeles, que están de pie, protegiendo la entrada del bema.
- Los brazos de la cruz están dedicados a imágenes del ciclo de la Vida de Jesús, con una evidente narratividad, pero ya que sólo servían de base a las fiestas litúrgicas no tenían intención didáctica.
- En los ángulos de la planta en cruz en las iglesias grandes, las cúpulas se reservan a las Teofanías (Cordero Pascual, Pentecostés).
Si se observa en altura, la disposición es también estricta.
En el nivel inferior de los muros deben aparecer exclusivamente patriarcas del Antiguo Testamento, profetas, apóstoles, mártires y obispos.
En el nivel medio, esto es en las trompas, las pechinas o los tímpanos deben aparecer historias de la vida de Cristo que recojan sus momentos más trascendentales.
En el nivel superior, esto es las cúpulas y bóvedas de horno en los ábsides, deben aparecer Cristo en majestad, la Virgen y los ángeles.
En las localidades sicilianas de Cefalù y Monreale tenemos ejemplos de una adaptación de esta distribución a iglesias sin cúpula, que pasará también al Románico, con el ábside para el Pantocrátor, con la Madre de Dios debajo y la sinaxe de los arcángeles a los lados de ella, junto a los santos que testifican esta epifanía.
La iglesia de San Marcos de Venecia se inicia en este periodo, en una ciudad ya independiente, pero enteramente sometida al influjo del arte bizantino. Sus arquitectos y decoradores eran bizantinos. El proyecto es de cruz griega, con una cúpula central y cuatro cúpulas más pequeñas. Muchos de sus elementos son fruto del saqueo de Constantinopla en 1204, como los caballos que estaban en el Hipodromo y los mismos restos de San Marcos. El auge de Venecia equivalía al definitivo ocaso de Constantinopla.
La iconografía deuterobizantina.
La iconografía sigue el modelo paleocristiano del Bautizo, la Natividad y otros, organizados en una misma composición, creando un modelo que pasa directamente a Occidente.
La temática mariana es la principal en Bizancio, que será el modelo de Occidente. Hay varias versiones tipificadas:
La Theotokos en trono con el Niño en el centro del cuerpo.
La Hodigitria de medio busto, con el Niño a un lado.
La Blacherniotissa es la Madre de Dios Orante, con los brazos abiertos y el Niño (en una aureola sobre su pecho).
La Eleoussa o de “tipo afectuoso” ya aparece en el siglo XI, con las mejillas de la Virgen y el Niño unidas o con el Niño acariciando la barbilla de ella, que pasa al Gótico y al Renacimiento, pero en Bizancio la intención era conmover al Niño a favor de los hombres, no la ternura materna.
La Galaktotrophousa es la Virgen Lactante que da de mamar al Niño, que pasa al Gótico.
La Kiriotissa es la Virgen de pie con figura entera.
La Nikopeia o Virgen de las Victorias, bajo la cual (sentada en un trono con el Niño) luchan los ejércitos imperiales.
Imágenes no únicamente marianas son:
La Deesis, con Jesús entre la Madre de Dios y San Juan, que el Gótico empleará en los Calvarios.
La Anastasis, de la bajada de Jesús a los Infiernos.
El Juicio Final es poco frecuente en Bizancio, habiendo ejemplos sólo en las miniaturas y en las portadas interiores. Desde principios del siglo XI aparecen elementos de justos y pecadores, infierno, paisaje de almas... Un ejemplo es el Juicio Final de Torcello, del siglo XII, además de una preciosa iconostasis (la pared de separación, decorada con imágenes divinas). Su importancia fue mayor en el Románico, que tomó el tema de Bizancio, como los otros.
MOSAICO.
La evolución inicial del mosaico hasta Justiniano.
Los mosaicos fueron el método habitual para la decoración de las iglesias bizantinas. Estas representaciones, compuestas por pequeñas piezas ortoédricas o teselas de cristal coloreado o revestido con pan de oro, cubrían la superficie interior de los muros y las bóvedas, produciendo un misterioso efecto lumínico que se adaptaba perfectamente al carácter de la religión ortodoxa. Al mismo tiempo, su carácter suntuario simbolizaba la magnificencia de la corte imperial y el poder de su emperador, cabeza visible de la Iglesia ortodoxa.
Los mosaicos del periodo protobizantino o teodosiano en el siglo V son similares en estilo y temática a los romanos del Bajo Imperio por lo que pueden considerarse como paleocristianos.
La diversidad estética del arte bizantino del periodo de Justiniano se refleja en los distintos estilos de los mosaicos, que varían desde la austeridad de la Transfiguración de Cristo (c. 540), en el ábside de la iglesia monástica de Santa Catalina en el monte Sinaí (Egipto), al cortejo de mártires (mediados del siglo VI) de la basílica de San Apolinar Nuovo en Rávena (Italia), que recuerdan las procesiones de figuras oferentes del arte antiguo del Oriente Próximo.
Hay una idealización y desmaterialización de la realidad bajo la influencia oriental y de la doctrina cristiana.
Mientras que en Constantinopla no quedan obras figurativas, sí en cambio encontramos muchas, y de inmensa calidad, en Rávena, capital de los ostrogodos y conquistada por Belisario en mayo de 540. Las obras más célebres son los del emperador Justiniano y su esposa Teodora con sus séquitos, en la iglesia de San Vitale de Rávena.
Comentario: Los mosaicos de San Apolinar in Classe.
Los mosaicos de San Apolinar in Classe, en el ábside son del siglo VI y en las naves del siglo VII, destacan por su figuración simbólica.
En lo alto del arco de triunfo hay un Pantocrátor, rodeado de los Cuatro Evangelistas y de Corderos como símbolos de los Apóstoles.
Detalle de la Cruz con la Mano de Dios encima.
Detalle de la Cruz con la Mano de Dios encima.
En el ábside de fondo azul con estrellas, la bóveda celestial, aparece en la cima el símbolo de la Cruz inserta en un círculo bajo la Mano de Dios, y con dos profetas a los lados, Elías y Moisés, Es el tema de la transfiguración, el momento en el que Cristo se va al campo con tres de sus apóstoles (las tres ovejas del mosaico): Pedro (solo, para destacar su importancia), Juan y Santiago, y se le manifiesta a partir de luces y resplandores como el propio Dios, pero se reveló como Dios junto a dos personajes: el profeta Elías y Moisés.
En el nivel inferior está San Apolinar en actitud orante, rodeado en un prado por 12 Corderos, que representan quizá el conjunto de los bienaventurados o quizá los apóstoles.
Otra cruz presenta unas gemas y el rostro de Cristo, tal vez la primera ocasión en que aparece una referencia figurativa de Cristo en los mosaicos bizantinos.
También hay en los pilares del arco triunfal unos retratos de los obispos de Rávena, pues era su basílica sepulcral. En las naves tenemos escenas narrativas del siglo VII del AT y de los emperadores.
Comentario: Los mosaicos de San Apolinar Nuevo de Rávena.
En San Apolinar Nuevo, hay unos maravillosos mosaicos de dos épocas y estilos, paleocristiano y bizantino.
- Los anteriores o cercanos al 526 (fecha de terminación del edificio), de época ostrogoda, sobre las ventanas de la nave central, tienen un tema cristológico. En la pared del Evangelio está una representación del puerto de Classe y en la pared de la Epístola una del palacio del rey ostrogodo Teodorico.
- Las posteriores al 540, ya de época justinianea, se sitúan en las entreventanas y representan a la Virgen con Santos y Vírgenes. Las procesiones traducen el ámbito cortesano al religioso. En el Evangelio hay una procesión de Vírgenes (representadas como mártires con palmas) que se dirigen hacia la Theotokos y la Adoración de los Magos. En la Epístola hay un cortejo de Mártires varones que confluyen hacia la Maiestas Domini, y entre las ventanas hay profetas y patriarcas. Todos estos personajes con los típicos rostros griegos, pero con una gran diversidad de retratos y con los pies en ángulo.
En su ordenación espacial hay, pues, tres niveles:
1) El superior, sobre las ventanas, con paneles de los Milagros de Cristo y de la Pasión, del periodo paleocristiano ostrogodo.
2) El medio, entre las ventanas, con imágenes de profetas y patriarcas, del periodo bizantino.
3) El inferior, sobre el dintelado, con un cambio excepcional en el orden normal de la asignación de sexos, de modo que las mujeres van por el Evangelio y los hombres por la Epístola, con dos escenas:
El palacio de Teodorico.
Detalle del cortejo de los Santos.
Detalle de un santo.
El palacio de Teodorico.
Detalle del cortejo de los Santos.
La samaritana.
Oración en el Huerto de los Olivos.
Camino al Calvario.
Cristo en Maiestas.
El Juicio Final.
En el lado de la Epístola el mosaico comienza a los pies de la iglesia con una representación ostrogoda del palacio de Teodorico del que sale el cortejo (ya bizantino) de los Santos convergiendo hacia la Maiestas Domini con los Cuatro Arcángeles, situado este grupo cerca del altar.
Detalle de la Adoración de los Magos.
En el lado del Evangelio se comienza con una representación ostrogoda del puerto de Classe del que sale un cortejo (ya bizantino) de las Vírgenes hacia la Theotokos con la Adoración de los Magos, situado este grupo cerca del altar.
Detalle de la Adoración de los Magos.
En el lado del Evangelio se comienza con una representación ostrogoda del puerto de Classe del que sale un cortejo (ya bizantino) de las Vírgenes hacia la Theotokos con la Adoración de los Magos, situado este grupo cerca del altar.
Comentario: Los mosaicos de San Vitale de Rávena.
La iglesia de San Vitale de Rávena fue erigida en 525-547 y estuvo bajo el dominio ostrogodo hasta 540, cuando fue conquistada por el general bizantino Belisario. Tiene dos diferentes estilos figurativos, que aparecen por adaptación a las intenciones temáticas y no por una simple diversidad estilística.
Tiene los mosaicos anteriores a Justiniano en el coro del presbiterio y en el arco de triunfo; mientras que en la pared absidal están los mejores mosaicos, ya de época justinianea, desde 540 hasta 547 o tal vez incluso más tarde.
Sacrificios de Isaac y Melquisedec.
Las escenas del coro, basadas en el Antiguo Testamento son una muestra del modelo narrativo especialmente por su fondo pintoresco de rocas, flores y nubes rosáceas, con evidentes reminiscencias pompeyanas. La figuración ostrogoda del presbiterio, abunda en temas del AT y cristológicos. El anticlasicismo es patente en el uso de una doble imagen en el mismo espacio, con ausencia de perspectiva y proporción, con un color convencional. En el lado del Evangelio, en una luneta con escenas de la hospitalidad de Abraham y el sacrificio de Isaac, y en otras lunetas hay representaciones cristológica con dos ángeles, Moisés en el Sinaí, Jeremías, sacrificios de Abel y Melquisedec, etc. En el vano de la tribuna hay dos Apóstoles sentados. En la bóveda está el Cordero Místico, rodeado de ornamentación similar a la tardorromana.
La hospitalidad de Abraham.
La decoración justinianea, posterior al 540, muestra los tres modelos: narrativo, icónico y de inspiración clásica, que se repitieron en todos los periodos trascendentes del arte bizantino. En la bóveda de horno que cubre el ábside, aparece la figura de Cristo imberbe "como un Apolo" sentado sobre la esfera del universo, esto es un Cristo Cosmocrátor sedente derivado de los sarcófagos paleocristianos que ejemplifica la herencia clásica en el arte bizantino. Cristo y los evangelistas que aparecen en el arco triunfal, representan a la Iglesia que transmitirá la Nueva Alianza y la Salvación a la Humanidad. A Cristo le acompañan San Vitale, dos arcángeles y el obispo Ecclesius portando en sus manos el edificio de San Vitale.
Cristo Cosmocrátor, con San Vitale, dos arcángeles y el obispo Ecclesius,
En los dos lados del muro curvo del ábside aparecen el emperador Justiniano frente a su esposa Teodora, ambos flanqueados por su corte y ataviados con sus atributos imperiales. El emperador, la emperatriz y su séquito se yerguen frente al espectador, con la mirada perdida al estilo de las representaciones icónicas.
Detalle del general Belisario.
Detalle del obispo Maximiano.
Debajo del nicho absidal está en el Evangelio la representación del emperador con su séquito cortesano: el obispo Maximiano, soldados (con un escudo con el crismón). Justiniano (que nunca estuvo personalmente en Rávena) está representado y reverenciado como vicario de Cristo en la tierra, un gobernante temporal con la corona y un gobernante religioso con el nimbo, participando en la ceremonía eucarística. Su vestimenta es altamente simbólica: lleva en los pies sandalias purpúreas, llamadas campagi, que estaban adornadas con piedras preciosas; viste unos calzones sobre los que lleva una túnica blanca, llamada divitision, con una banda de oro hasta las rodillas; la túnica está cerrada por un cinto, el cingulum, que era una enseña distintiva del servicio público (utilizada por todos los funcionarios, de alto o bajo rango); sobre la túnica lleva un manto de púrpura (el color imperial), cerrado en el hombro derecho por una suntuosa fíbula y decorado en un lado por un recuadro dorado de forma rectangular: se trata del llamado tablion, un motivo ornamental que se repite en los mantos de los dignatarios situados a la derecha del emperador.
Detalle del obispo Maximiano.
Debajo del nicho absidal está en el Evangelio la representación del emperador con su séquito cortesano: el obispo Maximiano, soldados (con un escudo con el crismón). Justiniano (que nunca estuvo personalmente en Rávena) está representado y reverenciado como vicario de Cristo en la tierra, un gobernante temporal con la corona y un gobernante religioso con el nimbo, participando en la ceremonía eucarística. Su vestimenta es altamente simbólica: lleva en los pies sandalias purpúreas, llamadas campagi, que estaban adornadas con piedras preciosas; viste unos calzones sobre los que lleva una túnica blanca, llamada divitision, con una banda de oro hasta las rodillas; la túnica está cerrada por un cinto, el cingulum, que era una enseña distintiva del servicio público (utilizada por todos los funcionarios, de alto o bajo rango); sobre la túnica lleva un manto de púrpura (el color imperial), cerrado en el hombro derecho por una suntuosa fíbula y decorado en un lado por un recuadro dorado de forma rectangular: se trata del llamado tablion, un motivo ornamental que se repite en los mantos de los dignatarios situados a la derecha del emperador.
El lado de la Epístola del ábside con el mosaico de la emperatriz Teodora.
Detalle de la emperatriz Teodora.
Detalle de una dama del séquito.
En el lado de la Epístola está la emperatriz Teodora con sus mujeres, mientras a su izquierda un cortesano le abre la cortina de la iglesia, y está representada con la corona temporal y el nimbo religioso, llevando el cáliz.
La iconografía justinianea está relacionada con la ideología cesaropapista, con el rasgo excepcional de que unos personajes vivos estén representados en un lugar tan sagrado como el ábside, aunque en un nivel inferior a Cristo.
La característica principal es la desmaterialización, el hieratismo (apariencia de vivir una experiencia sagrada), la presentatividad de las figuras, sin narratividad ni movimiento, concentrando la expresividad en la mirada fija y ensimismada, frontalidad, perspectiva “tolemaica” (distintas filas en profundidad en las que se sitúan los personajes), pies en V... Los retratos principales son realistas, basados en modelos extraídos de medallas, monedas y platos conmemorativos, los “misssorium”. La desmaterialización es evidente también en el espacio: el fondo dorado (espacio divino), que continúa en Bizancio hasta el siglo VII, y en Occidente hasta el siglo XIV, aunque pierde el sentido simbólico y resta sólo el decorativo. En el Primer estilo bizantino el fondo dorado no está generalizado, pero sí se emplean motivos de arquitectura y paisaje para ilustrar, como la fuente que denota que la emperatriz va a entrar en la iglesia.
El color de las teselas no es siempre natural sino decorativo, con colores vivos y simbólicos.
En resumen el primer mosaico bizantino se relaciona con Oriente (esquematismo, simbolización, estilización) y Occidente (naturalismo, ornamentación vegetal).
Evolución posterior.
Se han perdido los primeros mosaicos justinianeos de Santa Sofía debido a la posterior crisis de la iconoclastia, por lo que los actuales datan de los siglos IX a XII. Son de un estilo muy refinado.
Virgen entronizada, siglo IX, en uno de los ábsides de Santa Sofía. Se cree que lo compuso el mosaiquista Lázaro.
Virgen entronizada, siglo IX, en uno de los ábsides de Santa Sofía. Se cree que lo compuso el mosaiquista Lázaro.
Arcángel Gabriel. Santa Sofía. Siglo IX.
Pantocrátor entre el emperador Constantino IX y la emperatriz Zoé Santa Sofía. Siglo XI.
Virgen con el Niño entre el emperador Juan II Comneno y la emperatriz Irene. Santa Sofía. Siglo XII.
Déesis, Santa Sofía. Siglo XIV.
En Santa Sofía los mosaicos mejor conservados conmemoran las ascensiones al trono imperial, y sitúan al Pantocrátor entre el emperador y su esposa, o representan la Déesis, esto es el Ruego por el que la Virgen y el apóstol San Juan imploran a Jesús el perdón para los mortales.
El mosaico mantuvo su calidad incluso durante el periodo iconoclasta, en obras que se pueden admirar en el mundo islámico, pero que fueron realizadas por mosaiquistas bizantinos, como la decoración a base de volutas de acanto de la Cúpula de la Roca en Jerusalén (685-705), los encantadores paisajes de árboles de la Gran Mezquita de Damasco (706-715) o los motivos geométricos del mihrab de la mezquita de Córdoba.
El típico esquema decorativo de las iglesias de planta de cruz griega del periodo medio puede ser reconstruido por los ciclos de mosaicos de Hossios Lukas, Dafne y otras iglesias griegas del siglo XI. El esquema estaba basado en la disposición jerárquica de los temas en una sucesión ascendente, tal como se recogía en el tratado Hermeneia.
Los santos de menor categoría estaban relegados a las áreas más bajas y menos visibles del interior. Los santos más importantes se situaban en los elementos estructurales principales. En las superficies murales mayores y en los niveles más altos bajo la cúpula se colocaban las escenas de los Evangelios y de la vida de la Virgen María. En las bóvedas se pintaban los temas celestiales, como la Ascensión de Cristo. El tema de Pentecostés, representado por una serie de rayos de luz que descienden sobre los apóstoles, ocupaba la bóveda del brazo oriental.
Al fondo, en el centro de la bóveda de horno (semicúpula) sobre el ábside, impera una espléndida Virgen amamantando al niño Jesús. Desde el centro de la cúpula, el Pantocrátor, o enorme busto de Cristo barbado que gobierna el mundo, mira hacia el universo creado. De esta forma la iglesia se convierte en un símbolo del cosmos, y todo el interior con su jerarquía de imágenes sagradas se transforma en un inmenso icono tridimensional.
Destacan fuera de Constantinopla los mosaicos de la iglesia de Dafne del siglo XI, que han padecido con el paso del tiempo pero se reconoce en la cúpula central el Pantocrátor, cuyo artista está claramente influido por el arte tardorromano: es un Cristo apocalíptico, colérico, tal y como era representado Júpiter, y hay un cierto modelado clásico. La mandorla tiene numerosos colores a modo de arco iris. En el nártex aparece la Anástasis. En una trompa aparece el bautismo de Cristo y en el tímpano aparece la escena de María presentada del templo.
Más tardíos, de los siglos XII y XIII, son los mosaicos sicilianos de un estilo muy hierático en las catedrales de Cefalù y Monreale, y en Palermo los de la Martorana y la iglesia de Santa María del Almirante, y en Venecia los de San Marcos.
Más pictóricos son los mosaicos del periodo paleólogo en Bizancio, como los de la iglesia de Chora, hacia 1310, sobre todo el de la Anástasis (Descenso al Limbo).
Hay que apuntar que desde el 1100 y sobre todo en el siglo XIV abundan los pequeños mosaicos portátiles, con menudas teselas.
Los mosaicos deuterobizantinos.
Distinguimos tres periodos con sus respectivos estilos.
Primero, el Imperio Medio (850-1204), sobre todo con la llegada de la nueva dinastía macedonia (867-1056), que inauguró una segunda edad de oro del arte bizantino, conocida también como el periodo bizantino medio.
Por la sacralización de la imagen se tipifica la representación bizantina de la figura con hieratismo e inmovilidad, sobre todo en la figura aislada, en los iconos, con una desmaterialización en este estilo gráfico y plano, muy ornamental (con acusado preciosismo en los vestidos y joyas), con fondo dorado. En las figuras las teselas son las mismas del fondo lo que contribuye a esta desmaterialización. La diferencia respecto al Primer Bizantino es el uso mayor de la línea rítmica y sinuosa, sin la rigidez del románico coetáneo. En las escenas de grupo cada figura es independiente, sin relación física, pues las figuras ni se miran ni se tocan. Los elementos secundarios se eliminan (no hay decoración arquitectónica, salvo si es necesaria). El color es precioso y puro, con mayor gama cromática que en Occidente. Hay franjas de color para dar una sensación de perspectiva.
En este estilo destacan los mosaicos en las iglesias palatinas imperiales, concentrados en las zonas de nártex y tribunas. Se conservan los cuatro más importantes en Santa Sofía, encargados por los emperadores, estudiados por Lyn Rodley [Byzantine art and architecture. 1994: 154 y ss.]
La obra más antigua (¿c. 920?) está en un luneto del nártex en la entrada principal, con Cristo en Maiestas (joven, barbudo, sentado en un trono imperial, con el texto sagrado en la izquierda y el signo de bendición con la derecha) flanqueado por dos medallones, con la Madre de Dios y el arcángel Gabriel, representando un motivo de anunciación. El emperador macedónico León VI (886-912), aparece nimbado y postrado en adoración a Cristo, de su misma dimensión. Algunos autores piensan que el emperador fue una modificación posterior a una obra clásica (de la época de Justiniano), porque la cabeza de Cristo destaca por su distinción y humanidad. El mosaico es de fondo dorado, cierto volumen, cuidado de la línea. Fue descubierto en 1932.
En otra entrada del nártex hay una Theotokos de fines del siglo X, en la época de Basilio II. Está sentada sobre un trono con el Niño en el centro, flanqueada por dos emperadores, Constantino (derecha) y Justiniano (izquierda), que portan respectivamente la ciudad de Bizancio y la iglesia de Santa Sofía en las manos como ofrenda. Fondo dorado, emperadores con aureola de santo, vestidos lujosos, tonos verdosos en los rostros.
Una obra importante en las tribunas es una Maiestas que muestra a Constantino IX Monómaco (octubre 1042-1055) y a la emperatriz Zoe (978-1050, emperatriz desde 1028), que había tenido anteriormente dos maridos emperadores, Romano III (1028-1034) y Miguel IV (1034-1041), cuyas cabezas parece que ocuparon sucesivamente el lugar de la cabeza de Constantino IX, hasta que la de éste fue la definitiva (incluso la de Zoe fue sustituida una vez, tal vez para rejuvenecerla, pues en 1042 tenía ya 64 años). Esto implica que el mosaico se hizo en el periodo 1028-1050. Cristo tiene la Biblia en su mano izquierda y hace el signo de la bendición con la derecha). El emperador y su esposa con aureolas de santidad, fondo dorado, vestidos lujosos, ofrendas en las manos (bolsa él, rótulo ella). Era una ceremonia anual en la que los emperadores daban dinero y tierras a la iglesia.
En la iglesia de la Virgen del monasterio de Hossios Lukas tenemos del siglo XI o poco después los mosaicos de la bóveda de horno, en los que aparece la Virgen Teotocos y en la cúpula que cubre el tramo recto aparece el Pentecostés. En las trompas, con una ambientación que sugiere una gruta, aparecen el Nacimiento, la Anunciación, la Adoración de los pastores y de los reyes magos, y el Baño del Niño, conformando un variopinto conjunto iconográfico relacionado con el calendario litúrgico bizantino. Otras escenas son la Anástasis (el descenso de Cristo a los infiernos), en el tímpano del nártex, y una Crucifixión con la Deesis y Cristo muerto más un sol, que simboliza la naturaleza divina, y una luna, que simboliza la naturaleza humana.
Pantocrator de Santa Sofía (siglo XII).
Los mosaiquistas comnenos (por la dinastía que reinó entre 1081 y 1185) mantuvieron el prestigio del periodo anterior.
Una obra del siglo XII (1118-1122), situada al lado de la anterior en las tribunas, es el mosaico de Virgen con el Niño (de tipo Odigitria, de medio cuerpo), con la ofrenda del emperador Juan II Comneno (1118-43) con su esposa Irene (a su lado, fuera de la imagen, está su pequeño hijo, Alexios), a los lados de la Virgen, mostrando una donación (portan una bolsa él y un rótulo ella). Fondo dorado, lujo en vestidos. El significado es mostrar a la dinastía conmena como sucesora de la macedonia, con su mismo ritual y aprecio por la Iglesia.
El mosaico de la Kiriotissa (cuerpo entero) del bema (ábside mayor) de la basílica catedral de Torcello, una isla de Venecia, es del siglo XII. La Virgen con el Niño con su vestido azul destaca sobre el fondo dorado en la semicúpula absidal, en la que debajo hay una faja con los doce apóstoles en fila y en pose hierática. También es intreresante el gran paramento del Juicio Final en el muro occidental.
Son también mosaicos del siglo XII los de la iglesia de Dafni, con el Nacimiento de Cristo (luminoso, sobre un fondo de naturaleza, con la cueva silueteando las figuras santas), y Bautismo de Cristo, en los ángulos de la nave de la iglesia, destacando el Pantocrátor en la cúpula, un joven barbudo y ceñudo, con la cruz de fondo tras la cabeza y portando la Biblia en la mano.
Los mosaicos de la Capilla Palatina de Palermo (Sicilia), después de 1148, tienen una novedosa distribución de personajes que se adapta al marco arquitectónico (antecedente del Románico), con la Natividad (con una Anunciación de los Pastores y Reyes Magos, menos frontalidad, más movimiento, la cueva silueteando las figuras de la Virgen y el Niño, con mayor oscuridad en los colores que el Nacimiento de Dafni, con yuxtaposición de escenas en la misma composición) y la Ascensión de la Virgen.
Las series más extensas de los son los realizados a partir de 1174 por artistas bizantinos para la gran iglesia de Monreale en Sicilia. El esquema decorativo de los mosaicos orientales tuvo que readaptarse a la estructura de la basílica. Las escenas del libro del Génesis ocupan los espacios pictóricos situados entre y por debajo de la arquería de la nave central, siguiendo un precedente occidental. Los temas de El Sacrificio de Isaac, Rebeca en el Pozo y Jacob luchando con el ángel, representados en un nuevo estilo narrativo más dinámico, se adaptan hábilmente al espacio plano de los arcos. Arriba, en la inmensa semicúpula del ábside, se alza el gigantesco busto del Pantocrátor.
El ciclo de Chios, del siglo XII, tiene una Anastasis con un color más preciosista, intenso y variado, de un tono verdoso en las encarnaciones de los rostros (un rasgo que pasará al románico), sin sombras ni modelado. La Anastasis en la iglesia de Nea Mone de Chios muestra un Cristo (es joven, barbudo) clavando la cruz en el suelo, y dando la mano a Adán, con una interrelación entre las figuras. Son interesantes también el descenso al limbo (con figuras de preciosos colores), y las tres Marías al pie de la Cruz (con vestidos azules).
El siguiente periodo corresponde a la primera fase del reinado de los Paleólogos (desde 1204 hasta 1300). Aumenta la riqueza de la iconografía, expresando valores afectivos, emociones. Es un estilo que Rodley define como “expresivo”, antecedente del Gótico. En las Crucifixiones se subraya el sufrimiento, así como los efectos de movimiento. Se enriquecen las composiciones, multiplicando los personajes y los detalles anecdóticos sin sentido dogmático. Se intensifica la línea rítmica (los vestidos parecen estar movidos por el viento). No hay plasticidad en las figuras (con excepciones).
Hay obras, ya en el 1164 que anuncian este nuevo estilo, como el fresco de la Lamentación o Piedad de Nerezi (iglesia de San Panteleimon, Serbia), con María y San Juan dominados por el patetismo, sobre el cuerpo de Cristo.
Destacan los mosaicos de San Marcos de Venecia, del siglo XIII, con la Crucifixión (bóveda oeste de la cúpula central), con múltiples personajes, en la que destaca el patetismo de Cristo y las mujeres y discípulos, ángeles arriba, el soldado que le alancea…
Los mosaicos de Gracánica (Serbia, c. 1320), con la Dormición de la Virgen en su lecho rodeada de múltiples personajes, colores intensos y el rostro de San Juan Bautista (con fuerte color amarillento y rasgos de poderosa personalidad).
Una excepción a la carencia de plasticidad es la Deesis de fines del siglo XIII (en la galería sur de Santa Sofía), con el Pantocrátor y a sus lados un fragmento de la Virgen, con rostro de tonos verdosos y un San Juan Bautista (con vestido azul, oscuridad). Otra excepción, con gran plasticidad, es la Synaxe de los arcángeles en Santa Sofía, en la que se ponen pequeñas teselas con las que se consiguen efectos de luz y sombra, sin usar el verde anterior. La fecha de esta obra es polémica. Rodley incluso la sitúa en el siglo IX, pero sin certeza.
PINTURA.
La evolución de los iconos.
A diferencia de la Iglesia católica, en la que la veneración de las santas reliquias fue habitual hasta el final de la Edad Media, la Iglesia oriental promovió el culto popular a los iconos. Estos retratos de santos y vírgenes representados en posición frontal solían ser imágenes estilizadas. Se representa a Cristo, a la Virgen con el Niño en brazos, o figuras de santos.
La mejor colección de iconos que muestra una panorámica general de su evolución, se encuentra seguramente en el monasterio bizantino de Santa Catalina en el monte Sinaí. Fundado por Constantino en el lugar de la aparición de Dios a Moisés, su colección se remonta al siglo VI y no se ha interrumpido desde entonces.
Los iconos surgen en el siglo VI en Bizancio. La causa es la abundancia de reliquias y su sacralización. Las reliquias se conservaban en unas cajas, las “eulogie”, en las que se pintaba una imagen del santo. Al final la misma imagen recibió veneración, asociada a la reliquia, pudiendo independizarse de la caja. Eso facilitó la difusión de la iconografía, al ser portátiles. Se guardaban en los templos y en las celdas de los monjes, y en el deuterobizantino incluso en las casas privadas.
El soporte es la tabla de madera, con la técnica de la encáustica, aplicando en caliente una cera con colores diluidos y cubriéndola de barniz. También se enriquece con piezas de metal, como vemos en los escapularios en el pecho.
Se produjeron iconos hasta la crisis iconoclasta y, más tarde, en el siglo IX, y contaron una gran difusión, que perdurará en la Iglesia ortodoxa de Rusia hasta el siglo XX. Se diversificaron en polípticos y llegaron a cubrir toda la superficie de la iconostasis. Fue un arte independiente de la Corte Imperial, más popular.
Los temas son primero los santos y más tarde prevalecen las representaciones de Cristo y de la Virgen.
En Santa Catalina del Sinaí tenemos dos piezas excelentes. El Icono de San Pedro, de mirada concentrada, que se reprodujo en obras posteriores, y la Theotokos. Otras obras son las del convento de Baurid (Egipto copto), con una suave angulación, o el Santo curandero Abbacir, ahora en Roma, o uno muy popular, de Siria, dividido en calles, con escenas de la vida de Jesús y de la Crucifixión.
Los artistas bizantinos del renacimiento macedónico (867-1056) aprendieron otra vez, estudiando los antecedentes clásicos, la representación de figuras vestidas en el estilo de paños o pliegues mojados. También intentaron sugerir la valoración de luces y sombras que crea la ilusión de espacio tridimensional y da vida a la superficie pintada. Sin embargo, las imágenes religiosas sólo se aceptaban si la figura humana no se representaba como una presencia física tangible.
Los artistas bizantinos resolvieron este problema a partir del siglo XI por medio de una creciente abstracción , es decir, por medio de diseños planos que conservaran el interés visual de la composición mientras evitaban cualquier modelo concreto y con ello cualquier apariencia corporal o incluso de perspectiva, y exagerando la inmovilidad y el hieratismo. De este modo establecieron convencionalismos para la representación de la figura humana que perduraron en los restantes siglos del arte bizantino.
La segunda fase más importante de la pintura en el periodo bizantino medio coincidió con el dominio de la dinastía imperial comnena (1081-1185). Su arte inauguró una nueva tendencia artística que se continuó en los siglos sucesivos. La temática y la composición del icono bizantino también influyeron en las Madonnas occidentales, sobre todo las italianas.
El icono de la Virgen de Vladimir (c. 1125-1130).
El icono de la Virgen de Vladimir (c. 1125-1130, Galería Tretyakov de Moscú) muestra un carácter humanístico bastante alejado del primer arte bizantino. Ahora la Virgen María, en lugar de mostrar el tradicional hieratismo, aprieta su mejilla con la del niño Jesús. En un fresco del año 1164 de la iglesia de San Pantaleón en Nerezi (Croacia) podemos encontrar el humanismo comneno en un nuevo tema iconográfico, el Threnos o Virgen dolorosa, representado con un intenso patetismo. Al igual que la Virgen de Vladimir, esta pintura al fresco es obra de un pintor de Constantinopla.
Icono de la Crucifixión. Siglo XIII. Monasterio de Santa Catalina del Sinaí.
Icono de la Virgen y el Niño (s. XIII, National Art Gallery de Washington). Muestra de la influencia italiana en la época final.
Los frescos murales.
Los frescos en las iglesias fueron escasos pero de gran calidad en los primeros siglos del imperio bizantino, pero ganaron en importancia justo al final, La influencia de los maestros pintores bizantinos fue permanente en la pintura románica del norte de Italia y de Cataluña, donde son evidentes sus rasgos de hieratismo y frontalidad.
Pero los frescos tenían una importancia mucho menor que los mosaicos en las iglesias bizantinas, hasta que la pintura mural remplazó a la costosa decoración con mosaicos, salvo algunas excepciones, como los espléndidos mosaicos de la iglesia de Chora en Constantinopla (1310-1320).
Este periodo del siglo XIV se caracteriza por la pervivencia de algunos rasgos anteriores, en especial las formas compositivas de las imágenes tradicionales, pero las normas que regían la disposición jerárquica de las figuras en las iglesias del periodo bizantino medio se abandonaron o se reinterpretaron con novedosa vitalidad. Las escenas narrativas ocuparon en algunos casos las bóvedas, y el tamaño de las figuras tendió a disminuir, estableciéndose un nuevo énfasis en los paisajes y en los fondos arquitectónicos.
Hay muchas e interesantes obras en Mistra, hoy una ciudad muerta, cerca de Esparta, en el valle de Europos; era entonces la capital del Peloponeso bizantino, e incluso el emperador vivía allí, como hizo el último antes de volver a defender (y morir en) Constantinopla en 1453. Las obras de Mistra se parecen a las del segundo periodo,
En un fresco de la iglesia de Peribleptos en Mistra se representa el tema de la Natividad con un inmenso erial rocoso de fondo que agrava el aislamiento de las pequeñas figuras de la Virgen María y el niño Jesús con los animales. Ella está vestida de oscuro destacando sobre el fondo luminoso de la naturaleza, con los Reyes Magos a la izquierda y los ángeles arriba.
En la iglesia del monasterio de Pantanasa de Mistra (1428 o poco después) hay numerosos frescos de gran clasicismo. En el fresco de la Resurrección de Lázaro una amplia hendidura entre dos altas cumbres simboliza el abismo de la muerte que separa al cuerpo momificado de Lázaro del Salvador lleno de vida. Aunque los artistas hicieron hincapié en los escenarios, fueron muy prudentes para evitar cualquier ilusión perspectiva que hubiera destruido el carácter espiritual de las escenas.
En la iglesia de Chora (en turco Karie-Djami) en Constantinopla) están las obras maestras del periodo, datadas c. 1310, con algunas obras todavía tradicionales y otras en las que se introducen elementos paisajísticos y arquitectónicos, que aún están descoordinados al faltar una perspectiva central, de modo que hay incluso perspectiva invertida. Estas estructuras arquitectónicas fantásticas evocan el cubismo del siglo XX.
La mejor de las obras de Chora es el gran fresco del ábside de la capilla funeraria contigua que muestra una Anastasis (Descenso de Jesús al Limbo) en el bema, con los sepulcros abiertos, de los que Cristo saca con la mano a Adán y Eva. Cristo resucitado es una figura muy innovadora estilísticamente (muy gótica, la podría haber realizado un Giotto), con notable tridimensionalidad, avanza victoriosamente a través de las puertas del infierno, hechas pedazos, para liberar a Adán y Eva de la condenación. Otras obras son La villa de Nazaret (con una perspectiva invertida, con el punto de fuga en el ojo, como será hasta Lorenzetti), el Empadronamiento ante Cirineo (con la misma perspectiva invertida, con temática tomada de la miniatura); el Viaje a Belén y El Juicio Final, con la Virgen intercediendo por los fieles.
Hay rasgos de retorno al clasicismo helénico, de movimiento y el cuidado por el volumen, en la Koimesis o Dormición de la Virgen de la iglesia de Sopocani (c. 1265, Serbia, que se representó de acuerdo a un simple pero efectivo orden: el cuerpo horizontal de la Virgen se contrapone a la figura vertical de Cristo, que sostiene en el aire su alma ascendente. Los discípulos cristianos tienen rostros isomórficos (casi iguales) pero hay plasticidad en las figuras, en los volúmenes y modelados de los vestidos y de las carnaciones, dentro de la bidimensionalidad que luego será típica de la escuela italiana de Siena. En la misma iglesia La Asunción de la Virgen muestra un novedoso interés por la espacialidad y profundidad. y Cristo se extiende a lo largo de una gran cohorte de ángeles, ordenados en un semicírculo alrededor de la figura del Redentor.
La miniatura.
De origen paleocristiano, se ilustraban los libros del AT y NT con ilustraciones de sentido narrativo. Es una decoración convencional (por escuelas o talleres), aunque con aportaciones personales de los artistas. Hay dos Evangeliarios del siglo VI:
Codex Purpureus, guardado en la catedral italiana de Rossano, por lo que se le conoce asimismo como Códice Rosanno. Es muy semejante al Génesis de Viena, está escrito en griego, con detalles tomados de iconos y escenas independientes del texto.
El Evangeliario de Rábula, c. 600, ya citado en la miniatura paleocristiana, está influido por el estilo cortesano, con texto intercalado, pájaros enfrentados, arcos de herradura.
La iluminación de códices sigue después la tradición siria, con los códices del siglo IX en los que se percibe una influencia helenística. Destacan los salterios, muy ricos los de ámbito cortesano, debido al impulso cultural del emperador Constantino VI Porfirogeneta, en cuyo reinado se ilustran también obras científicas y literarias.
La prohibición de llevar a cabo representaciones figurativas fue cancelada finalmente el año 843 y durante el periodo del renacimiento macedónico el arte del color experimentó un resurgimiento de las tradiciones clásicas. Este hecho puede comprobarse en los pocos manuscritos miniados que se han conservado de los siglos IX y X. Las miniaturas a página entera están basadas en el estilo helenístico del arte griego desarrollado durante el periodo tardío.
En el siglo X la miniatura cortesana recrea la herencia clásica paleocristiana. Se recuperan libros del siglo VI e incluso anteriores para volverlos a copiar (como el Rollo de Josué) y se intercalan motivos profanos. La mejor obra es el Salterio de París, del siglo X, con un formato bizantino de dos registros, con ilustraciones a pie de página separadas por texto. Hay claras influencias carolingias: en el Paso del Mar Rojo hay una sirena que parece copiada de la carolingia (aunque pudieron tener un modelo común). Las figuras son una cita clásica, con academicismo e intenso cromatismo, fondo arquitectónico a menudo. Destaca el desarrollo del paisaje. Las figuras de esta obra tienen los nombres a su lado. Otra representación del mismo Salterio de París es Ezequías enfermo y luego ya curado, con la misma influencia carolingia.
San Mateo, de la segunda mitad del siglo X, es otra cita clásica, con los útiles de escritura. El evangelista es representado de edad avanzada, según su prototipo, como filósofo.
El Evangelista San Lucas, siglo X. Pintura sobre pergamino.
Estas miniaturas serán consideradas como iconos, con un valor sagrado propio. Finalmente, hay que decir que respecto a las otras artes del color los frescos tendrán fondos azules, sustituyendo a los dorados del mosaico (lo que será copiado en Italia). La evolución por periodos es igual en los iconos.
La miniatura del Menologion de Basilio II en Biblioteca Vaticana (c. 1000), muestra al arcángel Miguel (alado), de rostro impasible, sosteniendo un texto al final de un palo, con dos montañas y demonios a sus lados sobre un fondo dorado. El término menologion proviene de mén (mes) y lógion (cuadro), y en liturgia es el martirologio ortodoxo usado en los oficios divinos.
En el siglo XI aparecen ilustraciones polícromas en viñetas marginales o páginas con varios episodios. En el siglo XIV destacan los retratos miniados de emperadores o dignatarios.
ESCULTURA.
La evolución de la escultura.
Las obras en relieve son escasas en los siglos V y posteriores, de modo que se ha afirmado que el arte bizantino sintió aversión hacia las imágenes esculpidas, pese a las representaciones del Pantocrátor y de la Madre de Dios, y esa tendencia se acentuó cuando llegó la crisis iconoclasta y prosiguió después del final de esta. Es evidente que se abandonan los temas paganos, como el desnudo, por motivos religiosos. La desmaterialización de la figura es temprana, pero su culminación esperará a la influencia de la iconoclastia. Es un arte ornamental sobre todo, pero también hay un arte funerario, con sarcófagos que siguen los modelos anteriores.
En escultura las formas propias aparecen a finales del siglo IV, en la época del emperador hispánico Teodosio I el Grande (379-395), con varios ejemplos significativos:
-La base esculpida del obelisco de origen egipcio que se implantó (390) en el gran hipódromo de Bizancio, en el que se representó el palco imperial con una perspectiva vertical de los personajes, representados estos con proporciones jerárquicas, con el emperador como figura dominante.
-Un estilo neoático manifestado en las estatuas togadas de retrato, halladas en Bizancio y la ciudad asiática de Afrodisia, como el sarcófago de Serigüzel (col. Museo de Arte de Estambul o MAE), cuyos lados mayores muestran unos relieves de ángeles voladores que sostienen el crismón.
En la escultura posterior a la época teodosiana destaca un obra maestra, la enorme estatua broncínea de un emperador, probablemente Marciano (450-457), saqueada en Bizancio por los cruzados en 1204 y hoy visible en la ciudad italiana de Barletta.
Del siglo VI son las cabezas en mármol de la emperatriz Ariadna, cuyas copias se admiran en Milán, Roma y París (col. Louvre) y la de la emperatriz Teodora, en Milán.
En Rávena hay dos piezas excelentes. El sarcófago de un obispo (tal vez Maximiano), sin fondos lisos ni figuras humanas, con símbolos: pavos enfrentados y cruces de crismón. La cátedra de Maximiano, el trono del obispo ravenés (553), tal vez hecha en Alejandría, cubierta con placas de marfil, con temas narrativos del AT (sueño del Faraón) y NT, representaciones de los Evangelistas, santos, pavos enfrentados, crismón, molduras en los brazos, decoración vegetal (tallos) y animal.
En el relieve destacan los capiteles bizantinos, de forma cúbica, con cimacio superior. Son del llamado tipo bizantino, con planos rígidos y un completo trabajo al trépano (calado). Los mejores son los de Santa Sofía y de Sergio y Baco. Abundan las formas orgánicas y geométricas, con esquematismo de las figuras animales. Hay tres tipos: cubo simple, doble cubo e imposta.
Los capiteles bizantinos del siglo VI siguen variantes del capitel corintio y aparecen dos formas nuevas: el capitel compuesto (recuperado de su olvido desde el siglo II, con volutas jónicas y acantos corintios), y el capitel teodosiano, con hojas de acanto más planas (casi pegadas al fondo) y naturalistas, con trabajo de trépano.
Con misma técnica se esculpen frisos, con motivos usuales.
Los canceles son piedras esculpidas para colocarlas en el santuario, como placas en las ventanas y en la iconostasis. Los mejores ejemplos son de Rávena, con iconografía semejante a la de la escultura: crismón, pájaros enfrentados, etc.
ARTES MENORES.
Las principales artes menores o suntuarias son las del marfil, la orfebrería, el textil, el vidrio y la cerámica. El mosaico es un arte parangonable a la pintura mientras que la miniatura se incluye como una variante dentro de la pintura, junto a los iconos. Son muy importantes además porque transmiten mejor la iconografía, sobre todo en el Occidente medieval.
Marfil.
Los marfiles más antiguos datan de circa 500. Son placas conmemorativas como la placa de la emperatriz Ariadna o tal vez de la reina ostrogoda Teodelinda (col. museo Bargello, Florencia); la placa de San Miguel (col. British Museum, Londres); y el gran conjunto de placas que recubren la cátedra (la silla obispal) de San Maximino, del siglo VI, en Ravena.
Díptico con dos escenas: la Theotokos y la Crucifixión.
Dípticos de santos.
Abundan los dípticos consulares, con función conmemorativa de los nombramientos de consules (que aparecen sentados, portando símbolos del poder imperial y la cruz). Se producirán más tarde variaciones de dípticos con añadidos de temas religiosos (la Theotokos). Fue un arte industrial con centros en Bizancio, Alejandría y Antioquía. Luego aparecieron trípticos y durante la crisis iconoclasta estos artesanos del relieve lujosos crearon cofrecitos o arquetas con variados motivos.
En Bizancio destaca el Marfil Barberini (col. Louvre, París), con la imagen ecuestre de influencia tardorromana del emperador Justiniano o Zenón, con la Tierra a sus pies, un guerrero en la izquierda, con un pantocrátor arriba, y abajo un escena con los pueblos dominados por el emperador.
Los marfiles post-iconoclásticos son de solemne pero suave labra: placas con el Pantocrátor, o conmemorativas de coronaciones, como la que nos presenta a Jesús coronando a Romano y Eudoxia (col. Gabinete de Medallas, París), el Tríptico Harbaville (col. Louvre, París), y la estatuilla de la Virgen y el Niño (col. Victoria & Albert Museum, Londres).
En los siglos X y XI se datan unos marfiles de un estilo abigarrado, de un movimiento casi barroco, con elaborados baldaquines cubriendo las escenas, y cofrecillos con temas paganos, como el Cofre Veroli (col. Victoria & Albert Museum, Londres). Este estilo influyó en los marfiles carolingios y otónidas coetáneos.
Orfebrería.
La orfebrería sigue la línea helenística. Al principio se hacen fuentes circulares o discos de plata repujada con temas mitológicos, simbólicos o conmemorativos, y patenas con temas sacros o eucarísticos, como las dos Patenas con la Comunión de los Apóstoles, labradas probablemente en Antioquía en el siglo V, hoy conservadas en los Museos de Estambul y Dumbarton Oaks.
Los orfebres bizantinos forjaron también otros objetos litúrgicos en oro y plata, y cálices de ónice o sardónice, de tal magnificencia que los devotos los reverenciaron como copias del auténtico cáliz de la Última Cena; la Cruz de Justino II (c. 700, de col. Museo Vaticano, Roma); los staurothékai (relicarios de la Cruz de Cristo) con lujosas placas (como una del siglo X, en la catedral de Limburgo, y otra del siglo XII en Esztergon, Hungría), y en los que en los siglos XIV y XV se emplearán formas y adornos de modelos góticos; y las tapas de libros, como la de oro, esmaltes y pedrería, representando a San Miguel, que se guarda en la catedral de San Marcos de Venecia.
Sobresale en orfebrería la especialidad del esmalte alveolado (técnica de cloisonné), que derivado de los esmaltes sasánidas, triunfó en la corte imperial de Bizancio y persistió hasta 1204, cuando se difundió por Occidente y Georgia, aunque su primera y muy temprana influencia se percibe en las coronas visigodas del tesoro de Guarrazar, del siglo VII. Entre los mejores ejemplos tenemos coronas como la famosa corona de Constantino IX (siglo XII), que hoy se venera en Budapest y es conocida como la corona de San Esteban de Hungría. Obras maestras son el altar de San Marcos de Venecia, conocido como Pala d'Oro (hacia 976) y las cruces esmaltadas, como la de Cosenza, y la de la reina Dagmar guardada en Copenhague. Hay también un gran número de suntuosos relicarios de esmalte alveolado.
Textil.
Los tejidos fueron muy valorados y en general desarrollaron una iconografía semejante a la pintura, como ángeles volando. Destacan los tejidos de lino con adornos morados y polícromos de Egipto, que se confunden con los del arte copto. Los tejidos de seda, realizados en Bizancio desde el siglo VI aunque los más antiguos que quedan están fechados en el periodo iconoclasta, son casi siempre polícromos, con fondo purpúreo si son para los miembros de la familia imperial, y algunos tienen motivos inspirados en los diseños de la antigua Persia. Son esplendidos los bordados y recamados, como la Dalmática de Carlomagno (h. 1400, col. Museo Vaticano, Roma). En las iglesias de Occidente se usaron estos tejidos, importados de Oriente, como cortinas del sagrario y sudarios de santos y gobernantes.
Vidrio y cerámica.
El vidrio y la cerámica bizantinos, de los que se conoce relativamente poco, también fueron famosos en la Edad Media. Los mejores ejemplos se hallan repartidos por los museos de Grecia, Turquía, Reino Unido, Francia y Alemania.
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