Su dedicación más teórica y sistemática a la psicología en relación con la pintura y las artes visuales se recoge en dos libros: Arte e ilusión (1959, fecha de publicación del original) y El sentido de Orden (1979). Sobre los temas tratados en el primero volverá en diversas ocasiones con una serie de trabajos reunidos en La imagen y el ojo (1982). Meditaciones sobre un caballo de juguete (1962) fue su tercer libro. En él recogió algunas conferencias, entre ellas el trabajo germinal que da título al volumen, y varias reseñas, entre ellas dos muy importantes sobre Las voces del silencio de André Malraux y La Historia social de la literatura y el arte de Arnold Hauser.
El arte del Renacimiento fue un tema de estudio constante para Gombrich que desarrolló en el Warburg y en sus cursos universitarios. Su trabajo en este terreno está recogido en cuatro libros: Norma y forma (1966), Imágenes simbólicas (1972), El legado de Apeles (1976) y Nuevas visiones de viejos maestros (1986). Sus numerosas reseñas y conferencias en las que se ocupó, entre otros temas, de los enfoques y valores en la historia del arte y de la cultura fueron recogidos inicialmente en Ideales e ídolos (1979). En Tributos (1984) reunió estudios y conferencias sobre diversos autores influyentes en la historia del arte y de las ideas. Temas de nuestro tiempo (1991) agrupa sus trabajos más relacionados con temas contemporáneos. Reflections on the History of Art (1987) es una recopilación de sus reseñas. En sus últimas entrevistas anunciaba la próxima publicación de un libro sobre un tema en el que había trabajado durante toda su vida: The Preference for the Primitive.
Gombrich ha tenido buena fortuna en español. La versión española de Rafael Santos Torroella de la Historia del Arte apareció en la editorial Argos de Barcelona en 1951, un año después que el original. Ha sido reeditado luego por diversas editoriales: Garriga, Alianza, Debate. Su segundo libro, Meditaciones sobre un caballo de juguete fue traducido por José María Valverde y publicado en Seix Barral. En 1977 se tradujo en la editorial Ariel Tras la historia de la Cultura, donde se recogen algunos de sus ensayos más importantes y que luego serían reunidos en Ideales e Ídolos, publicado por la editorial Gustavo Gili, que también editó Arte e Ilusión y El sentido del orden entre 1979 y 1981. En Alianza Forma se publicaron en los ochenta media docena de sus libros, entre ellos los estudios dedicados al arte del Renacimiento. En 1991, el Fondo de Cultura tradujo Tributos, con lo que quedaba editado en español la práctica totalidad de su obra. La editorial Debate está reeditando, al parecer, la mayor parte de sus obras, a las que hay que añadir una antología, Gombrich esencial realizada por Richard Woodfield, su editor en otras ocasiones.
En un libro de entrevistas con Didier Eribon, Gombrich recorre los acontecimientos de su vida, habla de las personas con las que se relacionó y de los temas de reflexión que le preocuparon. Fue publicado en español por Debate con un extraño título, parecido al que tuvo en francés,
Lo que nos cuentan las imágenes. Un profesor de la Universidad de Navarra, Joaquín Lorda publicó en 1991 un trabajo muy notable (
Gombrich, una teoría del arte, Eiunsa), impecable desde el punto de vista académico, en el que trata de ordenar las ideas fundamentales dispersas en los abundantes ensayos de Gombrich. Sólo cabría hacerle una objeción que no llega a defecto, su amplitud y exhaustividad.››
[Rubio Navarro, Javier
. En la muerte de E. H. Gombrich.
“La ilustración liberal”, nº 10.]
Francisca Pérez Carreño comenta:
“La teoría ilusionista del arte.
La definición del arte como ilusión tiene una larga vida. Desde los escritos de Plinio sobre Zeuxis y Parrasio, pasando por el rechazo de Platón hasta los planteamientos de principios de siglo de Alexander Samuel y la obra fundamental de Ernst Gombrich. Pudiera parecer hoy que los artistas han perdido interés por crear ilusión y que la teoría ilusionista del arte, por esa causa, goza de pocos adeptos, sobre todo cuando se identifica con su versión más ingenua: la que identifica la ilusión producida con el naturalismo en la representación que sería su causa. En los escritos contemporáneos dudo que pueda hacerse esa inferencia, mientras que en los clásicos la teoría de la mímesis no es en absoluto identificable a lo que hoy consideramos en el habla menos rigurosa del realismo de la representación.
Los escritos de Plinio el Viejo, autor romano del siglo I sobre el arte, constituyen el tratado de historia del arte más antiguo que conocemos. La anécdota sobre la competición de Zeuxis y Parrasio, pintores, es una de las más comentadas de la teoría del arte, sobre todo en referencia a los problemas de la mímesis. Según Plinio, «Este (Zeuxis) presentó unas uvas pintadas con tanto acierto que unos pájaros se habían acercado volando a la escena, y aquél presentó una tela pintada con tanto realismo que Zeuxis, henchido de orgullo por el juicio de los pájaros, se apresuró al quitar al fin la tela para mostrar la pintura, y al darse cuenta de su error, con su ingenua vergüenza concedió la palma a su rival, porque él había engañado a los pájaros, pero Parrasio le había engañado a él, que era artista» [Plinio, Escritos sobre el arte, edición en castellano de Esperanza Torrego, Madrid, Visor, 1989. Los escritos sobre el arte forman parte de la inmensa obra de Plinio, Historia Natural.]. En el texto se habla del “realismo” con que había sido pintada la tela, sin embargo, la competición no es ganada por Parrasio por ello sino por haber conseguido engañar a Zeuxis. El efecto que la pintura provoca sobre el espectador es en este caso lo decisivo, de tal manera que no es el realismo la causa del engaño, sino que más bien la calidad de este engaño mide el grado de realismo de la pintura.
Fue Platón quien hizo hincapié en la idea de que engañar, hechizar, era el propósito último del artista. El filósofo ateniense consideraba el arte como una copia sensible de los objetos sensibles, que eran a su vez copias de las Ideas. Pero el problema no consistía en que el arte fuera una copia en segundo grado de la realidad. Este hecho no era inocuo, sino que tenía consecuencias epistemológicas y políticas fatales. El problema era que el espectador tomaba las copias por ciertas, es decir, era ilusionado, engañado. Ni siquiera llegaba a hacer un juicio sobre el objeto porque no era su mente quien se sentía aludida por el artista, sino la parte más irracional de su alma. En manos del artista, el espectador es un juguete. Aquél le puede hacer creer y, sobre todo, sentir, lo que quiera. Y siendo así que no es la verdad y tampoco la justicia la meta del arte, los poetas (los artistas en general) no tienen lugar en la ciudad: «Y si admites también la musa placentera, en cantos o en poemas, reinarán en tu ciudad el placer y el dolor en vez de la ley» [Platón, La República, X. 607a. Trad. J.M. Pabón y M. Fernández Galiano, Madrid. Centro de Estudios Constitucionales, 1981 (3ª), p. 163.].
En sentido estricto, la teoría ilusionista del arte implica el hecho de que ante una pintura, como viendo una película o leyendo una novela, el lector de la obra pierde la conciencia de estar ante una obra de arte, una ficción, y reacciona como si se tratara de algo real. El defensor de una teoría ilusionista mantiene, coherentemente, que es imposible ser a la vez consciente de que lo que se tiene ante sí es ficción y es real. Que no existe un estado de conciencia que pueda aprehender esa dualidad. De tal manera que, hemos de concluir, cuando un receptor se alegra o se entristece por el destino de un personaje, está, en alguna medida pero ciertamente, reaccionando como si se tratara de un carácter realmente existente.
Hay varias críticas con las que se tropieza una teoría ilusionista del arte. Me referiré en particular a dos de ellas. La primera toma, como referencia la teoría ilusionista de la pintura. La crítica afirma que una teoría ilusionista consecuente de la pintura debería proponer como ideal el trompe l'oil. Sin embargo, aunque haya propósito de engañar al ojo en ese sentido en algunas obras, no se trata en absoluto de un objetivo demasiado apreciado de la pintura. El ilusionista se defiende afirmando que mientras un trompe l'oil es sólo una ilusión óptica hay otros modos de ilusionar no sólo a los ojos, sino a los sentimientos e, incluso, a la inteligencia.
La segunda crítica, relacionada con la anterior tiene un alcance más amplio. Richard Wollheim [Wollheim, R. Painting as an Art. Thames & Hudson. Londres. 1989. En español en Visor.] o Michel Podro [Podro, M. Depiction and the Golden Calf, en Bryson (ed.). Visual Theory. Polity Press. Londres. 1992.] atacan la idea, defendida por Gombrich y asumida por todos los ilusionistas de que el espectador de la pintura no pueda tener en cuenta, a la vez, el medium de la representación y lo representado. Efectivamente, frente a un trompe l'oil el espectador se engaña también en lo referente al medio, que no considera pictórico, y, por tanto, no cree encontrarse frente a una representación. Por el contrario, dicen los críticos, el espectador habitual de una pintura se hace cargo de la dualidad de medio y contenido de la representación y en eso consiste precisamente su experiencia estética. [Gombrich, E. Arte e ilusión, Barcelona. Gustavo Gili.]
Para los ilusionistas, el estado mismo de la ilusión impide ser consciente de su carácter ilusorio. Según Gombrich, uno de los mayores placeres proporcionados por el arte es el del paso entre la ilusión y la realidad. A este cambio se refería el historiador del arte Kenneth Clark cuando «trataba de observar qué sucedía cuando las pinceladas y las manchas de pigmento en la tela se transformaban en una visión distinta de la realidad cuando daba un paso atrás» Clark afirmaba que las dos visiones eran incompatibles. Para Gombrich se trata de una imposibilidad psicológica, la de percibir dos objetos al mismo tiempo. No se trata, por tanto, de negar la importancia de los aspectos materiales, técnicos y formales, sino al contrario, de constatar cómo contribuyen a la creación de la ilusión, en el caso del analista y de gozar de la diferencia y de la transición entre ambas para el receptor.
La creación de ilusión no depende del naturalismo de la representación, en tanto que lo entendamos como la semejanza objetiva entre la representación y lo representado. Para Gombrich entre los factores determinantes de la ilusión se encuentra el espectador. La percepción no es ni en la vida ni en el arte el registro de las impresiones visuales, sino que la expectativa, basada en experiencias pasadas y en deseos respecto al futuro, y la colaboración del espectador son imprescindibles. Negarse a colaborar impedía a los primeros espectadores del Impresionismo transformar las pinceladas y las manchas sobre el lienzo en una imagen de realidad, el color en luz, la superficie en profundidad. «La imagen, puede decirse, no tiene un anclaje firme en el lienzo, es sólo conjurada en nuestra mente».
En el ámbito de la teoría de la literatura, los autores de la Estética de la Recepción, Iser en particular, han puesto de relieve la importancia de la colaboración del lector en un sentido inspirado en los escritos de Gombrich. Crear la experiencia de un mundo literario implica que el lector colabore con el texto para conjurar esta imagen. En la lectura del texto literario, la imposible dualidad que mantienen los ilusionistas se hace más problemática, porque parecen cualidades inherentes al texto literario el que llame la atención sobre sí mismo, bien por su ambigüedad semántica ‑y por tanto, exija dos interpretaciones al tiempo‑, bien por su estructura sintáctica o fonética. Iser reconoce que «La necesidad de la ilusi6n en el proceso de formación consistente de la lectura no es discutible ni siquiera cuando el texto parece poner tal resistencia a la ilusión que nuestra atención se ve movida a buscar sus causas» [Iser, W, 1979, El proceso de lectura, en Warning, R. (ed.). Estética de la recepción. Visor. Madrid. 1989: 157.]. Ahora bien, el proceso de tránsito entre la ilusión y la estructura del texto es igualmence ineludible. Lo cual hace que, en palabras de Iser, «en la lectura se revela claramente el estado transitorio de la ilusión» [Iser, W, 1979, El proceso de lectura, en Warning, R. (ed.). Estética de la recepción. Visor. Madrid. 1989: 158.].
La visión de la lireratura como ilusión, como creación de mundos de ficción en los que el lector se sumerge, perdiendo el sentido de la realidad, es, sin duda, la que se expresa con mayor fuerza en la literatura y la cultura occidentales. Don Quijote y Madame Bovary son los personajes que representan el poder de la ilusión y la frontera sutil que separa la ficción y la realidad. Pero también Marcel, el narrador de En busca del tiempo perdido, o la lectora de Si una noche de invierno, un viajero o tantos otros manifiestan la fuerza que tiene en nuestra cultura la consideración del arte como ilusión y, al mismo tiempo, cómo la observación del estado mismo de la ilusión es un tema recurrente. Quizá sea una respuesta la imposibilidad de percibirnos presos de la ilusión lo que incline a crear imágenes de otros en esa situación.
La teoría del arte de E.H. Gombrich.
Sir Ernst Gombrich es quizá el historiador y teórico del arte vivo más importante de este siglo. Pero además de ser el más citado de los autores contemporáneos en la bibliografía especializada es también el autor de uno de los libros sobre arte más vendidos y conocidos por el aficionado en general. Se trata de la Historia del arte, escrita tras el éxito alcanzado con una anterior de divulgación histórica, La historia del mundo contada para niños. El joven historiador del arte que escribiera estos libros, un vienés exilado en Gran Bretaña a causa del nazismo, habría de ser una de las personalidades claves del pensamiento contemporáneo sobre el arte por otros trabajos. Son muy diversas las influencias presentes en su pensamiento: el ambiente intelectual y artístico que vivió en su juventud en Viena, la cultura clásica, la filosofía, el psicoanálisis, la psicología de la percepción o la iconología. Estas y otras influencias dotan a su obra de una complejidad y una variedad de perspectivas difícil de encontrar en otros autores.
El interés de Gombrich por el arte no se deja calificar de filosófico, por demasiado general, ni de histórico, ni tampoco de erudito, por demasiado particular. Para él, la existencia de las obras de arte no necesita de ninguna justificación, ni como forma de expresión de un espíritu filosófico o histórico, ni de una necesidad psicológica especial. Y, sin embargo, el comportamiento artístico está enraizado en las profundidades de la mente, en la forma de ser y de relacionarse de los humanos. A pesar de que no elabora una teoría antropológica sobre la esencia de lo artístico, es consustancial al pensamiento de Gombrich la idea de que el impulso artístico está presente desde siempre en la historia de la humanidad. Desde la sencillez de los movimientos rítmicos que mecen nuestra cuna o acompañan nuestros juegos infantiles hasta la complejidad de la música para concierto; desde los dibujos infantiles a la artesanía textil y a la pintura de caballete; en todos estos fenómenos de expresión artística encuentra Gombrich el desarrollo de una capacidad innata, que tiene que ver con la orientación espacial, el orden, el reconocimiento de objetos y expresiones y el placer que provocan en nuestro organismo y nuestra mente.
A la confianza en explicaciones que podríamos llamar naturalistas acompaña la renuncia e incluso el rechazo de explicaciones “metafísicas” de la actividad artística. Quizá no sepamos por qué, ni para qué, existe el arte, ni importa. Gombrich expresa su deseo de que tenga algo que ver con un tipo de experiencia especial, relacionada de alguna manera con el placer; reconoce que compromisos muy estrechos con la moral lo ahogarían y que una descripción adecuada del mundo se consigue mejor mediante otros medios, como la ciencia o la técnica [Ideals and Idols. Phaidon. Londres. 1979. (Ideales e ídolos). Gustavo Gili. Barcelona. 1981).]. Sin embargo, no considera que estas ideas conduzcan a una definición. No hay una definición de arte. En realidad no existe el arte, sino sólo las obras de arte: objetos, procesos o fenómenos que provocan un placer que se experimenta en la sensibilidad, a través de la imaginación, o con el intelecto.
¿Por qué entonces una psicología del arte?, ¿para qué una teoría del arte? La pregunta necesita de otra formulación más precisa. En un sentido, la tendencia antimetafísica de Gombrich eludiría la respuesta a una cuestión tan general; mas, en otro, a lo largo de sus escritos se repiten algunas afirmaciones y se aventuran algunas hipótesis sobre el tema que vale la pena tratar de resumir. Gombrich no es un psicólogo del arte, que estudiase la personalidad del artista o la respuesta estética en términos psicológicos, sino un historiador que busca en la producción artística la expresión de mecanismos fundamentales de la mente y de la naturaleza humana.
Parece pues básico intentar dar alguna explicación sobre qué sea la naturaleza humana para nuestro autor. En primer lugar, hay que señalar que esta naturaleza humana no se concibe como algo dado, cuya esencia fuera atemporal y ahistórica, y que se pudiera por tanto explicar todas las conductas desde la objetividad de las ciencias naturales. El hombre no está determinado por las leyes de la naturaleza, pero tampoco es un producto cultural, determinado por el ambiente o la sociedad en la que nace. No puede establecerse una diferencia tajante entre naturaleza y cultura, sino que procesos convencionales o aprendidos forman necesariamente parte de fenómenos aparentemente tan naturales como la percepción. Por último, hay que señalar que la universalidad y el carácter abierto e indeterminado de la naturaleza humana no son una cuestión de hecho, sino más bien una opción moral y que, por tanto, «ser humano» significa también «deber ser humano» y «tener derecho a ser humano». [Gombrich cita un verso de Goethe: «Ser aquí un hombre es mi derecho», en el que aquí se refiere a la naturaleza. Relativism in the Humanities, en Topics of our Time. Phaidon Press. Londres. 1991. p. 43.] El carácter ético de la naturaleza humana pertenece al ideal de «humanidad» que Gombrich ve nacer y crecer en la tradición cultural y artística occidental, a cuya defensa dedica una parte significativa de su producción.
En segundo lugar, Gombrich mantiene la idea de una psicología evolutiva, que parte de la hipótesis de que son las conductas adaptativas las que se imponen. Critica la noción empirista de mente, como una tabula rasa sobre la que se van imprimiendo nuestras percepciones y creencias, para defender la tesis de que, desde los procesos más sencillos, la mente actúa en algún sentido que no se ve perjudicado por el entorno. Por el contrario, las conductas poco adaptativas fracasan. De este modo se introduce uno de los elementos más recurrentes del pensamiento de nuestro autor, el de la falsación como método de aprendizaje. La mente no aprende por inculcación, sino a partir de esquemas que guían su percepción y comprensión de la realidad. Cuando estos esquemas, que son como hipótesis sobre el mundo, se manifiestan falsos o inadecuados, son abandonadas por otras. En este procedimiento de ensayo y error consiste la racionalidad de toda actividad humana, desde la perceptiva y de reconocimiento de objetos, a la artística o la teórica.
Orden y significado.
En el sentido más básico, producir e interpretar obras de arte consiste para Gombrich en producir y percibir orden y significado. Distintas formas artísticas enfatizan una u otra tendencia, cuyos extremos serían la pura ornamentación y la representación más realista, pero ambas se encuentran a menudo interrelacionadas. Nuestra experiencia del arte, pero también del mundo, se basa en la percepción de significado y de orden. La tendencia a buscar uno u otro dirige y determina ya la percepción del mundo y en el arte encuentran una forma de expresión. Dos obras teóricas fundamentales de Gombrich exploran cada una de estas tendencias: Arte e ilusión. Estudio en la psicología de la representación pictórica (1960), que analiza la obra de arte como representación, y El sentido de Orden. Estudio sobre la psicología de las artes decorativas, que estudia los principios presentes en la producción de la ornamentación. La repercusión de ambos ha excedido, con mucho, el campo de la psicología del arte. Además su influencia ha sido independiente, hasta el punto de que con frecuencia se obvia la concepción general del autor sobre el arte, en la cual los puntos de vista expresados en estas obras son complementarios.
La atención hacia la representación y el interés por la decoración están presentes por igual, aunque a veces en sentido opuesto, en el arte occidental. En la primera se expresa el impulso en pos del significado; en la segunda, en busca del orden. La idea tiene un antecedente conocido, en la obra de Worringer, Naturaleza y abstracción, en la cual se trataba de mostrar cómo estos principios guiaban la actividad artística en función de la relación armoniosa o conflictiva del hombre con su entorno. De tal manera que el impulso «naturalista» se liberaba cuando el hombre se encontraba confiado en la naturaleza, en la que no percibía ninguna amenaza y con la cual empatizaba [El título en alemán de la obra de Worringer es Abstraktion und Einfülung, en el que se recoge esta idea de simpatía (empatía) entre hombre y naturaleza como principio opuesto al de abstracción.]. Por el contrario, cuando se siente amenazado por la naturaleza el hombre reacciona imponiéndole un orden, desde el cual dominarla, al menos intelectualmente, pero, también aproximándola. Este es el principio de abstracción.
No existe una explicación de tipo parecido en Gombrich. Epocas y modas antidecorativas o antirrepresentativas se suceden en la historia del arte, sin que se trate necesariamente de impulsos contrarios ni favorecidos por factores históricos o sociológicos. Sin embargo, los que él denomina «islotes naturalistas» de la historia del arte, el arte clásico y del Renacimiento hasta la Vanguardia, vienen a coincidir en su nacimiento al menos con períodos aparentemente optimistas y confiados de la historia occidental.
El sentido de orden en el arte desarrolla el que es considerado por Gombrich «... el hecho más básico de la experiencia estética, el hecho de que el deleite se encuentre en algún lugar entre el aburrimiento y la confusión» [El sentido de orden. Gustavo Gili: 32.]. Se trata de un orden que se busca en la variedad, que evita la monotonía y la uniformidad tanto como el caos. La repetición, el ritmo, es el fondo en el que se perciben los cambios, que sirven a su vez, como motivo de un nuevo orden. Sin embargo, el mero orden concebido como combinación de un motivo según una relación matemática no crea arte. El principio estético no es suficiente para que se hable de actividades artísticas. En lo que llamamos artes (bellas o aplicadas, tanto da) se encuentra presente en mayor o menor medida la relación entre el orden y el significado, o entre el orden y la imitación. En la actividad intencional en qué consiste lo artístico ha de considerarse, además, el efecto sobre el espectador, la influencia del gusto (e incluso de la moda) y la historia interna del arte o del género en cuestión.
El sentido de Orden analiza estas, entre otras cuestiones, inscribiéndolas en la tradición formalista y destacando en ellas a Adolf Riegl y su «voluntad de forma» y H. Wölfflin y su «sentido de la forma». Fue sobre todo el primero quien mostró que también en las artes decorativas se expresaba el espíritu humano en toda su complejidad. Que en ellas se manifestaba, por tanto, un estilo y que poseían una historia. Riegl mostró que la utilización de la hoja de acanto en la decoración arquitectónica es continuada desde el arte egipcio hasta el árabe, y que sufre una evolución. Gombrich trata de encontrar los principios que rigen la representación geométrica y el arte decorativo y que explican su evolución. Continúa esa tradición de respeto y admiración por estas consideradas artes inferiores, cuyo principio, el sentido de orden, las emparenta directamente con la música, paradójicamente considerada el arte por excelencia en tantas ocasiones.”
LECTURAS:
GOMBRICH ARTE E ILUSIÓN.
Gombrich, E.H. Arte e ilusión. Estudio sobre la psicología de la representación pictórica. Gustavo Gili. Barcelona. 1979 (Phaidon. Londres. 1960). 394 pp.
La tesis fundamental [Lorda. Gombrich: una teoría del arte. 1991: 24.] es que el ascenso de la pintura desde el símbolo convencional al realismo figurativo se debe a un doble progreso técnico de la pintura: por un lado, la acumulación de procedimientos técnicos eficaces (tela, pigmentos, óleo, perspectiva…) y por otro lado, la creación de hábitos perceptivos en el espectador, que aprende a mirar adecuadamente un cuadro.
Arte e Ilusión es el libro más influyente de Gombrich y quizá el más citado en la bibliografía sobre historia y teoría del arte de las últimas decadas. Una vez constatada la historicidad de las formas de representación naturalista, que sólo aparecen en Occidente en el Arte Clásico y en el Renacimiento, Arte e Ilusión se pregunta por la evolución de este tipo de representación, ¿por qué la representación posee una historia? Es aquí donde surge el aspecto más conocido de la teoría de Gombrich. La representación visual tiene una historia porque la creación y la percepción de lo que llamamos con poco rigor parecido naturalista en la obra de arte no son naturales, sino básicamente convencionales, o mejor, aprendidas. La historia del arte occidental, en lo que a la representación visual del mundo se refiere, es la historia de este aprendizaje, mediante el cual el arte alcanza cada vez una mayor ilusión de realidad. La representación visual sigue el ritmo de ensayo y error que en general guía todo nuestro comportamiento adaptativo y cognitivo. Una vez admitido que uno de los objetivos del arte, aunque no el único, es crear ilusión de realidad, la cuestión estriba en averiguar cómo se consigue. La idea vulgar de que la pintura consiste en la traducción al lenguaje pictórico de una imagen perceptiva del mundo es radicalmente criticada. Gombrich se basa en una psicología de la percepción que considera sin sentido la idea de que exista algo así como una imagen mental del mundo exterior que se deje traducir a la superficie pictórica. Es un hecho que la percepción de los mismos objetos, colores o relaciones por individuos diferentes no conduce a la misma representación. Así, los paisajes de Poussin y de Constable consiguen crear ambos la ilusión de naturalismo; por otro lado, ambos artistas percibían básicamente igual la naturaleza y, sin embargo, sus imágenes varían considerablemente. Igual sucede con las pinturas de ambos respecto de una fotografía, o una fotografía en color respecto a una en blanco y negro. ¿Cuáles son las razones de esta disparidad?
En primer lugar, no es en absoluto fácil apresar esa, tan familiar en nuestro modo de hablar, imagen perceptiva. ¿Qué es lo que se pinta? ¿Lo que ve Constable o lo que ve Poussin? ¿O quizá lo que ve «un ojo inocente», un ojo liberado de los errores fortuitos de percepción, en la mejor o más neutra de las condiciones lumínicas, sin proyecciones psicológicas y sin prejuicios culturales? Pero ¿dónde está ese ojo inocente?, ¿por qué ha de ser inocente el ojo de Constable? El mito del «ojo inocente» es uno de los principales blancos de la crítica de Gombrich. Nuestras experiencias pasadas y nuestras expectativas, nuestros deseos y conocimientos determinan nuestra percepción del mundo. En cierta manera es cierta aquella de que sólo se ve lo que se quiere ver, o de que sólo se encuentra lo que se busca. Y lo que se busca son, según Gombrich, significados, objetos significantes, que sean algo para nuestra experiencia. En segundo lugar, aunque todas sus percepciones coincidieran, el pintor no copia lo que ve porque, en palabras de Gombrich, «el hacer precede al comparar». El artista no pinta lo que ve, sino que ve lo que pinta, de tal manera que sólo una vez que tiene una mancha sobre la tela podría compararla y decidir si se parece o no a lo que percibe. Pero ni siquiera hace eso: no compara dos imágenes, una material y otra mental, sino que examina la respuesta de un espectador (él mismo) ante lo pintado de tal manera que reconozca en ella un parecido con la respuesta ante lo real. Su prueba de naturalismo no consiste en contrastarse con lo real, sino en conseguir un efecto de realidad en el espectador. La actividad del artista consistiría en partir de un esquema para con sucesivas correcciones acercarse a la ilusión que pretenda, en este caso de realidad.
En tercer lugar, la tarea del artista no consiste en copiar sino que debería en todo caso traducir su percepción al lenguaje de la representación. Como tal, el lenguaje del arte posee sus propias reglas, su historia y debe ser aprendido. Crear una ilusión de realidad es el objetivo que según Gombrich se persigue durante los llamados islotes naturalistas del arte occidental, los períodos de la Antigüedad Clásica y del Renacimiento hasta nuestros días. En ellos, el artista pretende crear para el espectador la ilusión de «estar allí», de ser testigo presencial de lo que se representa. Este objetivo manifestado en el arte Clásico y del Renacimiento hasta el siglo XX no es, sin embargo, el único ni el más importante para el arte. La función del arte en la sociedad no está predeterminada, ni los objetivos que en él se persigan. El cambio que se produce en Grecia en el siglo V aC hacia la consecución de una imagen naturalista, es, en opinión de Gombrich, un cambio revolucionario. Sólo se explica en el contexto social en que se produjo y en relación con un creciente interés por el cómo de la representación y no sólo por el qué se representa. Cambia la función del arte y con ella el sentido mismo de la representación y de la imagen. En contraposición al arte religioso del antiguo Egipto, cuyas imágenes pretendían ser «un conjunto para dominar la eternidad» [Arte e Ilusión: 113.], el arte clásico es básicamente profano, pretende atrapar la apariencia de las cosas, ilusionar, como «un sueño para los que están despiertos» [Arte e Ilusión: 120.].
Representar fielmente la realidad, objetivo del arte otra vez desde el Renacimiento hasta la Vanguardia, no es, por tanto, una intención natural o esencial del arte. Sólo mediante el aprendizaje de una técnica y un procedimiento y dentro de una tradición es posible realizar y comprender lo que, sin embargo, nos parece casi automático. El artista no goza de una sensibilidad especial ni de una capacidad expresiva innata, sino que aprende una técnica, domina un material, se enfrenta a un problema, y mediante la imaginación y la manipulación de una técnica y un lenguaje consigue crear obras que ilusionan.
Es un rasgo esencial de la ilusión creer que no se está realizando ningún trabajo de interpretación. Que la magia del arte consiste en que sin reglas nos coloca delante de un mundo, o mejor, nos introduce en él, como si fuera real. En lo que a la pintura se refiere la ilusión era explicada tradicionalmente recurriendo a la habilidad del artista para la creación de una copia perfectísima, un doble, de la realidad. Gombrich ha mostrado cómo eso no es posible. Cada imagen, por muy fiel a la realidad que parezca, puede ser la representación de infinitos estados de cosas. La óptica muestra, por ejemplo, como podría ser tanto un mundo de gigantes como uno en miniatura ‑circunstancia que se aprovecha habitualmente en cine‑. El espectador interpreta los signos sobre la tela, que sin su cooperación no dejarían de ser manchas sobre una superficie. La ilusión, dice Gombrich, consiste en creer que sólo una interpretación es posible, que la imagen lo es de un único y determinado estado de cosas. En último término, la ilusión permite que los signos se hagan tan transparentes que a través de ellos penetramos un mundo.
Los valores en el arte.
Vamos a ver por último algunas de las ideas de Gombrich sobre la importancia moral del arte y su función en la sociedad. Es una preocupación constante en la obra del autor y está en la base de su interés por el resto de cuestiones historiográficas y teóricas. La relevancia del arte para la vida humana no estriba sólo en su poder para crear orden o para reproducir la realidad. El pensamiento de Gombrich está atravesado por una idea ética: en la historia del arte vemos encarnados valores. El arte los crea, los transmite o los critica y rechaza. Las obras de arte forman parte tanto del mundo de los hechos como del mundo de los valores. Por su parte, también la crítica y la historia estñan inevitablemente penetradas por ellos. La objetividad no es un rasgo, ni siquiera deseable, del mundo del arte. Existen, claro está, elementos de una obra que pueden juzgarse objetivamente, como la maestría o el dominio técnico. Sin embargo, no determinan el valor de la obra ni siquiera en un nivel más bajo de análisis. Una obra puede ser perfecta técnicamente, pero no arriesgar nada formalmente o repetir estereotipos. Su importancia, aisladamente y en el seno de la tradición, consiste principalmente en ser expresión de una forma de vida.
La imposibilidad de una evaluación objetiva del arte y su historia permite que el esnobismo, los prejuicios o las modas sean acompañantes no siempre deseables pero ineludibles del mundo del arte [La lógica de La feria de las Vanidades, en Ideales e ídolos.]. Incluso el pluralismo que caracteriza el panorama artístico actual es criticable porque permite la proliferación de obras de poca o nula calidad al amparo del «todo vale». Gombrich afirma, sin embargo, que este pluralismo es síntoma de vitalidad y que en él pueden nacer y cultivarse las mejores soluciones a un problema artístico. A pesar de la dificultad que conlleva, también en este ambiente puede y debe intentarse una crítica rigurosa, basada en principios compartidos en los que, por otro lado descansa la posibilidad misma de una historia del arte.
Así pues, en la historia del arte se encarnan valores, distintos según la época, el gusto, o incluso la moda. Valores que se inscriben dentro de concepciones del arte y del mundo, intelectualistas o sentimentales, científicas o morales, políticas o privadas, racionalistas o irracionalistas. No se puede acotar un territorio propio del arte. Hasta el banal campo de la moda le es propio: el conflicto de gustos, las envidias entre artistas... Y, sin embargo, «... la feria es preferible a la plaza del cuartel» [Arte e Ilusión: 109.]. Forma parte de su esencia un delicado equilibrio entre la virtud y la felicidad, que suele saldarse en favor de la segunda; y es que, para Gombrich, demasiada moral ahogaría el arte, como ahogaría el sentimiento por el que comienza toda admiración y reflexión estética, el amor.
Al mismo tiempo, para Gombrich, existe un núcleo de valores «sin los cuales no habría historia del arte» [Approaches to the History of Art, en Topics of Our Time: 73.]. Se trata de aquellos sin los cuales sería imposible incluso concebirla. Son los que nos hacen preferir a unos artistas sobre otros, y señalar aquellos que definen el canon del arte. Son principios aceptados por un consenso que, sin embargo, cambia y es revisable. Es un consenso que implica también un compromiso con la tradición, en la que Gombrich percibe precisamente su carácter crítico y tolerante. Un consenso sin el cual sería imposible cualquier discusión sobre arte y cuyos principios, el antidogmatismo y la tolerancia son también los valores esenciales del arte y la cultura.
Por último, hay que señalar que la transmisión de esos valores se hace en arte también a través de la ilusión, que también la expresión y su interpretación está sujeta a las dulces cadenas de la ilusión. Así termina Arte e Ilusión: «Entre las manos de un gran maestro la imagen se hace translúcida. Al enseñarnos a ver el mundo visible renovado, nos concede la ilusión de penetrar en los dominios invisibles de la mente ‑sólo con que sepamos, como dice Filóstrato, como usar nuestros ojos» [Arte e Ilusión: 329.] .
GOMBRICH. NORMA Y FORMA.
Gombrich, E.H. Norma y Forma. Estudios sobre el arte del Renacimiento I. Alianza Forma. Madrid. 1984 (1966).
La tesis fundamental [Lorda. Gombrich: una teoría del arte. 1991: 24.] es que la norma (las ideas formuladas por humanistas y teóricos) preceden a la forma artística concreta.
GOMBRICH. EL SENTIDO DEL ORDEN.
Gombrich, E.H. El sentido del orden. Estudio sobre la psicología de las artes decorativas. Gustavo Gili. Barcelona. 1980 (Phaidon. Oxford. 1979). 498 pp.
La tesis fundamental [Lorda. Gombrich: una teoría del arte. 1991: 24.] versa sobre las artes decorativas, que evolucionan desde el símbolo convencional al realismo figurativo gracias a un doble progreso técnico: por un lado, la acumulación de procedimientos técnicos eficaces, y por otro lado, la creación de hábitos perceptivos en el espectador, que aprende a mirar adecuadamente un cuadro.
GOMBRICH. EL LEGADO DE APELES.
La tesis fundamental [Lorda. Gombrich: una teoría del arte. 1991: 24.] es que los recursos de la tradición antigua se perpetúan.
GOMBRICH. ICONES SIMBOLICAE.
Gombrich. Icones simbolicae.
La tesis fundamental [Lorda. Gombrich: una teoría del arte. 1991: 24.] es que detrás de las imágenes simbólicas existen teorías filosóficas sobre el ser humano.
GOMBRICH. NUEVA LUZ SOBRE VIEJOS MAESTROS.
La tesis fundamental [Lorda. Gombrich: una teoría del arte. 1991: 24.] es que el papel del humanista es mostrar virtualidades siempre presentes en las grandes obras de arte.
GOMBRICH. TRAS LA HISTORIA DE LA CULTURA.
Gombrich, Ernst H. Tras la historia de la cultura. Ariel. Barcelona. 1977. Art. Tras la historia de la cultura (1969). p. 9-73. Lo divide en capítulos: El término y su contenido. El sistema hegeliano. Burckhardt hegeliano. Hegelianismo... pero sin metafísica. Síntomas y síndromes. Movimientos y períodos. Tópicos y técnicas. Las actitudes académicas.
El término y su contenido.
Gombrich defiende la cultura y la necesidad de su estudio, contra la tendencia moderna a aborrecerla (al menos como término). El Instituto Warburg se propone como una institución para la preservación de la cultura. Este desdén se debería a causas históricas cercanas (el uso germano del término Kultur) y la utilización poco valorativa del término en los estudios sociológicos, desproveyéndolo de su contenido esencial. Gombrich se rebela contra la mirada fría, científicamente desligada de una escala de valores, sobre la cultura.
El interés por la historia de la cultura se basa en la preocupación por las distintas condiciones de vida de las sociedades humanas y por el surgimiento de la fe en el progreso de la Humanidad. Los conceptos de cultura y civilización se opusieron a los de barbarie o salvajismo. La historia de la cultura fue una historia de la evolución de la Humanidad, desde las cuevas hasta los palacios, con el cultivo de las artes y las técnicas, la razón y la belleza, los valores de la civilización. Los estudios de la historia de la cultura, propios de esta concepción optimista del progreso, afloraron a fines del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX: Roscoe en Life of Lorenzo di Medici (1795), Macaulay en The History of England (1849). Había que afrontar el problema de distinguir las nociones de cultura y civilización, y surgió la cuestión de si era cierto tal progreso continuo. Vico, Rousseau, lo dudaron. El mismo Winckelmann, tan amante del mundo clásico griego, al proponerlo como modelo para las siguientes civilizaciones, negaba inconscientemente la posibilidad de reeditar aquella Edad de Oro clásica. Gombrich opina que no hay un determinismo histórico: «Si es verdad que el arte está inserto en la cultura, hemos de aceptar que en diferentes culturas han de producirse artes también diferentes» [14]. Herder ya rechazó la idea de una jerarquía de valores a la que pudiese someterse toda cultura.
El sistema hegeliano.
Por contra, Hegel -al que Gombrich rechaza- aboga en su sistema por la férrea necesidad de la lógica histórica, lo que supone un determinismo histórico.
Hegel sentía una radical inclinación hacia la teología, aunque su sistema fuese herético. «La historia del universo, para Hegel, no era otra cosa que la historia de Dios mismo creándose a sí mismo constantemente, y la historia de la humanidad constituía para él, de modo análogo, una encarnación del espíritu» [16]. Gombrich ve en este sistema determinista, que en el fondo niega la libertad del hombre individual, una «deformación del enfoque providencialista cristiano de la historia» [17], con el final advenimiento del Espíritu Santo. Hegel asigna a los pueblos germánicos el papel histórico de conductores del progreso del Espíritu [19], a través del reino del Padre (la conquista del Imperio romano), del Hijo (la monarquía feudal en la Edad Media) y del Espíritu Santo (la Reforma protestante). Este mismo ciclo ocurrió en la etapa precristiana de la historia, con los persas (el Padre), los griegos (el Hijo), los romanos (el Espíritu Santo), teniendo cada uno de estos pueblos un papel, como «encarnación de una fase necesaria dentro del despliegue ascensional del Espíritu; su espíritu individual, su Volkgeist, no es sino una forma temporal que reviste el Espíritu en su caminar a través de la historia» [19]. Hegel pensaba que «El arte vivifica y anima (...) lo que de sí es meramente sensual y lo reviste de forma que expresa el alma, el sentimiento, el espíritu (...)» [cit. 22]. El Renacimiento aportó «un vuelo del espíritu hacia una humanidad más elevada» [cit. 22], el amanecer de la Reforma, la educación, la floración de las bellas artes, el descubrimiento de América...
En sus Lecciones de Estética, Hegel presenta el desarrollo de las artes «como un proceso lógico que acompaña y revela el desarrollo del espíritu» [23]. Establece un sistema jerárquico de las artes, iniciado con la arquitectura -la más material de las artes-, que llega a la escultura y, finalmente, a la pintura -la más inmaterial de las artes-, que está reservada a la edad cristiana de la fe (Hegel no podía conocer la pintura griega). La pintura tiende a la música, como arte más intangible, para ceder ante la poesía, y esta ante el puro pensamiento. El desarrollo de las artes sería un proceso de desmaterialización -por despojamiento material-, de progresivo perfeccionamiento espiritual. De este modo, «la poesía dejaría de existir cuando el Espíritu no necesitase de imágenes para su manifestación, sino que se dejaría ver en la filosofía abstracta» [23-24]. Es una interpretación enormemente influyente en las ciencias sociales y en la historia del arte, que así puede estudiar los estilos artísticos como manifestaciones de ese perpetuo cambio del Espíritu. El hegeliano historiador del arte Carl Schnaase escribirá en 1843 que «el arte de cada periodo es a la vez la más completa y fidedigna expresión del espíritu nacional. (...) Una historia del arte en toda su continuidad nos proporciona así el espectáculo de la evolución progresiva del espíritu humano» [25].
Burckhardt hegeliano.
En el fondo, pese a sus protestas en contra, Buckhardt era un hegeliano, que pretendía investigar en el arte y la cultura las diversas etapas de la evolución del Espíritu. Sus conceptos son evidentemente hegelianos: espíritu, pueblos escogidos para misiones históricas, la cultura y el arte como manifestación del espíritu, etc. Hay un determinismo histórico: la evolución ineluctable del Espíritu, que en Hegel es absoluto, y que en Burckhardt es más relativo, más abierto.
Hegelianismo... pero sin metafísica.
El hegelianismo -aunque a menudo enmascarado o negado- perdurará en Wölfflin y los otros autores “culturalistas”, como Lamprecht o Dilthey, Riegl, Dvorâk, Panofsky.
Síntomas y síndromes.
Los movimientos artísticos como síndromes -manifestaciones- de la historia.
Movimientos y períodos.
Hegel confunde ambos: todo periodo es un movimiento.
Gombrich cree que la historia de la cultura progresará si centra su atención en el ser humano.
Niega que el Gótico y el Manierismo sean un movimiento, como sí lo fue el Renacimiento.
Tópicos y técnicas.
Reivindica la necesidad de la historia de la cultura, para comprender y salvaguardar el recuerdo del pasado.
Las actitudes académicas.
Las disciplinas universitarias actuales son sólo técnicas y deben agruparse, conjuntarse, en una historia de la cultura, globalizadora de las humanidades, que afronte las grandes cuestiones de la humanidad. El historiador de la cultura ha de ser más un humanista que un científico, un “conocedor” del todo, antes que un investigador especializado.
GOMBRICH. MEDITACIONES SOBRE UN CABALLO DE JUGUETE.
Gombrich, E.H. Meditaciones sobre un caballo de juguete. Seix Barral. Barcelona. 1968 (inglés 1963). 241 p. Una recopilación de artículos, conferencias y críticas de libros.
Prefacio (7-11).
Aboga por una “teoría del arte” o “ciencia del arte”, en contraposición a una estética o una crítica. Roger Fry explicó: «nuestra grave necesidad de estudio sistemático, en el que han de seguirse métodos científicos siempre que sea posible, a la vez que en todo momento ha de estimularse la actitud científica y evitarse la actitud sentimental» [Roger Fry, conferencia inaugural como Slade Professor of Fine Art, en Cambridge, 1933. Cit. Gombrich, 1963: 7-8.]. Ello exige una multidisciplinariedad que escapa por lo general a la formación normal del historiador de arte, pues se requieren numerosos idiomas (desde los modernos a los clásicos), antropología, psicología, sociología, derecho, filosofía, etc. Pero ciertamente los humanistas, los de hoy tanto como los del Renacimiento, han de romper las barreras entre las especialidades [Gombrich, 1963: 10], siguiendo el espíritu de los miembros del Instituto Warburg.
Meditaciones sobre un caballo de juguete o las raíces de la forma artística (11-23).
Gombrich medita sobre el “representar”: «evocar, por descripción, retrato o imaginación; figurar; colocar; colocar semejanzas de algo ante la mente o los sentidos; servir o ser tomado como semejanza de... representar; ser una muestra de; ocupar lugar de; sustituir a». Estudia la función “representacional” de las formas.
Toda obra artística es una abstracción de un objeto, de una idea, de una forma. Por tanto, todo arte es, hasta cierto punto, abstracto, pues es imposible la réplica perfecta, el arte figurativo perfecto. De hecho, la ilusión “óptica” y “objetiva” que persigue el arte naturalista es notoriamente fácil de conseguir, como demuestran los estudios de psicología [Gombrich, 1963: 16-17].
Todo arte moderno es conceptual, pues se basa en un repertorio de imágenes, en una cultura, en una tradición, que hacen imposible el “ojo inocente”.
Metáforas visuales de valor en el arte (25-46). [Este artículo se puede relacionar con las obras de Joan Miró con una “función” moral.]
Gombrich explica cómo las experiencias artísticas han llegado a representar, incorporar o expresar algunos de los valores más altos, incluyendo los valores morales. El símil y la metáfora son recursos constantes de la literatura y el arte, para expresar unos valores. Los símbolos se convierten en códigos de significado.
Gombrich asume que el arte es un valor espiritual además de material. «El arte no es sólo “la expresión de nuestro tiempo” [es la misma posición idealista expresada por George Boas, 1950]; es la obra de unas personas que han de hallar aprobación si quieren vivir». La aprobación de los críticos, del público, del mercado del arte, que imponen o guían preferencias o tabúes.
El psicoanálisis y la historia del arte (47-63).
[Al socaire de este artículo, introduzco una reflexión sobre Joan Miró, ¿por qué se dedicó a la pintura? ¿Por rebeldía contra el padre, por influencia de algún familiar, por huida de un mundo desagradable? No hay una sola mención clara en sus entrevistas. Parecería como si hubiese nacido con un don y que nadie le hubiera impulsado por el camino artístico]
Sobre la percepción fisiognómica (65-76).
Expresión y comunicación (77-92).
La idea romántica del arte como lenguaje de las emociones.
El logro en el arte medieval (93-102).
André Malraux y la crisis del expresionismo (103-111).
La historia social del arte (113-123).
Gombrich critica duramente el “método social” de Hauser. «Lo que se propone describir a lo largo de su texto no es tanto la historia del arte o de los artistas, cuanto la historia social del Mundo Occidental tal como la ve reflejada en los modos y tendencias cambiantes de la expresión artística: visual, literaria o cinematográfica. Para su propósito los hechos sólo tienen interés en cuanto se relacionen con su interpretación» [113]. El materialismo dialéctico es su metodología para el estudio del pensamiento y del arte.
La tesis básica de Hauser es que los estilos rígidos, hieráticos y conservadores son preferidos por la aristocracia agraria, mientras que los elementos de naturalismo, inestabilidad y subjetivismo reflejan la mentalidad de la clase media urbana. Las numerosas excepciones las explica por razones diversas e incluso llega a desmentir el carácter de explicación universal de su tesis.
Gombrich se considera no hegeliano, pero sus ideas son a menudo hegelianas.
Tradición y expresión en la “naturaleza muerta” occidental (125-137).
Arte y saber histórico (139-154).
Malraux ha señalado el poder del Arte para transformar el pasado en mito.
«El arte es largo y la vida es corta, y en nuestro campo es inevitable cierto grado de especialización» [144].
«¿Sabemos realmente hasta qué punto puede variar el estilo de un mismo maestro en condiciones de crisis? ¿Lo sabremos nunca, a no ser que nos apartemos de lo particular y nos enfrentemos con el problema de Vasari, sobre las causas y raíces del estilo?» [145].
«El saber histórico es una actividad; y la enseñanza, según la veo yo, consiste en estimular el espíritu de aventura del estudiante, señalándole las zonas en blanco que siguen existiendo en el mapa del conocimiento» [152].
Gombrich reivindica el papel de la tradición en la explicación de la aventura artística [152]. La cultura, la formación, las imágenes percibidas en el pasado, explican las modalidades de la creación en el presente.
Imaginería y arte en el periodo romántico (155-162).
El arsenal del caricaturista (163-181).
La moda del arte abstracto (183-191).
Cita una tontería dicha por André Masson (1953): «...lo que va en contra del gusto dominante es para mí la cosa más preciosa (...). Todo lo que es despreciado, mofado e incomprendido por la sociedad en que uno vive, tiene perspectivas para el futuro (...)» [185]. La novedad por la novedad es absurda, pues en el futuro el mercado la prestigiará, por lo que no tendrá futuro...
«Lo que se llama vagamente “arte moderno”, en efecto, surgió de una protesta contra la mentira en el alma, una revulsión contra los valores falsos» [186]. Esa es la leyenda que justifica y legitima el arte moderno, una leyenda que reivindican los artistas, pero que encierra el peligro de confundir el arte con la novedad [186].
Gombrich, a pesar de sus proclamas antihegelianas, parece creer en la tesis hegeliana del progreso del arte, pero afirma que el progreso del arte no es la evolución al arte abstracto o no-objetivo [189]. Mi opinión es que cree en la ley hegeliana del progreso, pero circunscrito a uno que reivindique el tema de la figuración. La tradición, omnicomprensiva, siempre presente en cada época, aplicada como base estética al arte de un tiempo, hace que este se eleve sobre el arte anterior. Critica el arte abstracto (Kandinsky, Mondrian, Ben Nicholson) como un arte decorativo, que no resiste la comparación con las obras musicales que le gustan [189]. Si le gustan Picasso o Klee es porque son unos artistas figurativos.
Ilusión y punto muerto visual (193-203).
Gombrich y el arte judío en la Viena del 1900.
Gombrich considera que los hebreos fueron las víctimas del paso del feudalismo al capitalismo, o, en palabras de Popper, del paso de una sociedad cerrada a una abierta, un trance que se ha demostrado psicológicamente traumático. [Gombrich, E.H. Il concetto di “cultura ebraica” fu un invenzione di Hitler. “Il Giornale dell'Arte”, año 14, nº 159 (X-1997) 40, 85-87.]
GOMBRICH, E.H. TEMAS DE NUESTRO TIEMPO. PROPUESTAS DEL SIGLO XX ACERCA DEL SABER Y DEL ARTE.
Gombrich, E.H. Temas de nuestro tiempo. Propuestas del siglo XX acerca del saber y del arte. Debate. Madrid. 1997 (1991). 223 pp. 158 ilus.
Un apunte autobiográfico (11-24). Un resumen de su vida en Viena y Londres.
Las humanidades en pie de guerra: la Universidad en crisis (25-35): El deber del profesor es “Hacer todo lo que esté en sus manos para promover, por medio de la investigación o de cualquier otro modo, el avance de su especialidad”. El deber del estudiante según John Pope-Hennessy es aprender hechos (con manuales o clases) y dudas (para avanzar más allá). Las lenguas modernas (inglés, alemán…) y clásicas (latín y griego) son herramientas esenciales.
Relativismo en las humanidades: el debate acerca de la naturaleza humana (36-46)… Gombrich alude a menudo a la influencia de su amigo Karl Popper en sus ideas sobre el saber (un camino siempre inconcluso).
Relativismo en la historia de las ideas (47-55). Gombrich fue amigo de George Boas (un historiador de las ideas, colaborador de Lovejoy, otro interesado por el primitivismo; le advirtió que el relativismo significa sólo que las ideas se relacionan unas con otras, así que no debe ser rechazado sin más) Otro amigo historiador de las ideas fue F.P. Walker (estudioso, como Francis Yates, del esoterismo antiguo), que como Karl Popper y Thomas Kuhn, le han advertido que los errores de la ciencia del pasado también han hecho avanzar el conocimiento. Pone ejemplos de cómo la historia de las ideas ha abordado las interrelaciones entre ideologías y desarrollos de la ciencia: ejemplos como los de Panofsky y Francastel, que han intentado explicar la introducción de la perspectiva en el Quattrocento en términos de cambio de ideología [49]. O el ejemplo de la resistencia a aceptar el origen cósmico de los meteoritos, o las ideas de Warburg sobre la relación entre sus obsesiones particulares y sus interpretaciones sobre la Florencia de los Médicis o la continuidad de los símbolos desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, o la persecución de las brujas.
Relativismo en la apreciación del arte (56-61). Un ejemplo de relativismo en una conversación (c. 300 ac) entre los taoístas chinos Chuang-tzu y Hui-tzu, que sirve para inquerirnos sobre los límites del conocimiento. Gombrich advierte que el crítico puede dejarse llevar por las primeras impresiones e intuiciones, pero no el historiador, que debe permanecer desconfiado (atento sólo a los hechos probados) y pone ejemplos de títulos erróneos, como La ronda de noche (que es diurna) de Rembrandt o una estatua de grupo romana.
Enfoques de la historia del arte: tres puntos de discusión (62-73).
I. El problema de explicar (62-67). Los humanistas, al contrario que los científicos, no pueden explicar los hechos como una secuencia de causa-efecto porque su campo de estudio es inmensamente complejo. Hay que partir de eliminar primeros las explicaciones erróneas. Critica la historiografía romántica por estar llena de expresiones como “espíritu del tiempo o del pueblo” (Zeitgeist o Volksgeist) que nada explican en realidad. La Escuela de Viena aspiró a dar a la Historia del Arte el rango de ciencia, con su misma precisión, y así Riegl la asoció a la psicología de la percepción (vista y tacto, esto es, óptica y háptica, con cambios en la representación de la naturaleza en la historia del arte al pasar a dominar una sobre la otra y viceversa por el deseo del hombre, Kunstwollen; p.e. los egipcios el tacto, los impresionistas la visión). Hoy, advierte, Gombrich, conocemos mejor la psicología de la visión y damos más importancia al movimiento en la percepción del espacio, aunque respetemos las aportaciones de Riegl en su época. Y plantea la necesidad de ampliar saberes y dialogar con las distintas especialidades del conocimiento (p.e. el sánscrito), para conocer mejor el arte.
II. Tecnología y tradición (67-71). Gombrich “creo que la historia del arte puede concebirse en términos de progreso tecnológico, una serie de invenciones técnicas que conducen a la perfección creciente de la imitación de la naturaleza, que naturalmente no es lo mismo que la perfección estética” [67] y menciona que también así la vio Plinio el Viejo. Gombrich acepta que es interesante conocer la sociedad de Florencia y sus ideas, pero proclama que lo esencial es conocer el arte del pintor. Apunta la escasez de estudios sobre cómo se han pintado los ojos o las hojas, la luz en la pintura, la representación de la textura, el dominio artesano de las tecnicas…
III. ¿Humanidades “sin valor”? (71-73). Las humanidades han de depender de un sistema de valores y eso las distingue de las ciencias naturales. Y la historia del arte ha de organizar los valores del arte, ha de seleccionar lo mejor; en contraste con la aspiración de la “nueva historia del arte”, que pretende abordar incluso las obras más elementales. Gombrich comparte la idea de Huizinga de que la historiografía debe ser selectiva: “El pasado como tal sin una cualificación posterior no significa más que el caos” [73].
La conservación de nuestras ciudades: el mensaje de Ruskin para la actualidad (74-91). Cita a John Ruskin [Las siete lámparas de la arquitectura, cap. VI.] en su defensa de que los edificios históricos deben ser conservados porque pertenecen a los que los construyeron y a las generaciones que nos seguirán. Gombrich comparte con Ruskin una ley de “compensación”: cuánta más rápida es la transformación de las ciudades más intenso es el deseo de permanencia (de tener “una visión que nos resulte familiar”), para evitar la alienación. Ruskin se oponía a la idea de la restauración “pura” de Viollet-le-Duc (demasiado intervencionista) y optaba por una restauración conservadora y fiel.
Los artistas en su tarea: compromiso e improvisación en la historia del dibujo (92-130).
Los procedimientos cambiantes del boceto (92-94). El dibujo se basa en la interacción del ojo y la mano, con ejemplos de Hubert Robert y Houdon; y el dibujante debe partir siempre de un esquema previo, un punto de partida.
Compromiso e improvisación (94-95). El qué dibujamos lo determina la intención, mientras el cómo lo determina la interacción entre el dibujante y el objeto.
Dibujar y escribir: la voluntad y la habilidad (96-100). Estudia los garabatos infantiles y la escritura manual, incluida la firma.
Imagen y escritura (100-101). Ambos están relacionados, como evidencian ejemplos de aprendizaje del dibujo. El qué puede ser planeado pero el cómo no puede ser enteramente previsto.
Los límites de la planificación (101-102). Al efectuar el trazo hay siempre un margen para la improvisación no planificada.
Creación continua: Leonardo da Vinci (102-108). La reflexión de Leonardo sobre los procedimientos de trabajo: asume el error y la rectificación en el dibujo, como hace un poeta con sus versos, en contraste con Giotto, que planificaba con rigor y dibujaba con perfección inmediata (la técnica del fresco exigía esa presta perfección). Leonardo, en cambio, apreciaba lo confuso: “le cose confuse destano la mente” (las cosas confusas estimulan la mente), como las grietas de una pared o las ascuas de un fuego.
El intelecto dominante: Miguel Ángel (108-115). Hay un contraste entre Leonardo (prefiere la inspiración inmediata) y Miguel Ángel (más planificador: una mano firmemente controlada por el intelecto, como reclama en un famoso soneto). La mayoría de los numerosos y perfectos dibujos a prima de Miguel Ángel fueron destruidos por él mismo.
La línea elegante: Rafael (115-117). Rafael equilibra el impulso y la claridad de la forma, y Gombrich destaca que es un maestro por su perfecta interacción de ojo, mano y mente.
De la invención a la ejecución: dos maestros del siglo XVII (117-111). Compara a Domenichino y Rubens. Domenichino plantea en el dibujo un esquema de la situación de las figuras en el cuadro y pasa luego a dibujar los detalles con la ayuda de modelos; Rubens, como Leonardo, es rápido y descuidado en sus esbozos y en sus bocetos al óleo.
Notación y sugerencia en el paisaje (121-123). Cita a Wölfflin (el Renacimiento lineal y el Barroco pictórico) y estudia a Rembrandt (capaz de dibujar tanto con precisión como con descuido) —los pintores holandeses de paisaje dibujaban del natural y pintaban en el taller— y Turner.
Variedades de dibujo: el siglo XIX (123-127). Un siglo con una amplia variedad. Daumier, Delacroix, Millet, Pissarro, Manet (el más conciso)… con una tendencia a subrayar el perfil general de la figura más que su estructura, siguiendo el consejo de Leonardo de “No articuléis demasiado”.
El gesto creativo: el siglo XX (127-130). Finalmente, el triunfo del impulso (la mano domina al ojo), en Rodin, Picasso… y se emparenta con la enseñanza de la pintura oriental, que funde escritura e imagen en su caligrafía. Gombrich, finalmente, insiste en el valor de la disciplina lenta y ardua, que sólo al final permite la libertad del gesto, y lanza una crítica al surrealismo por su pretensión de que primero es la libertad total: “la falacia de que cualquier movimiento espontáneo de la mano revelará el contenido del inconsciente directamente y sin elaboración”.
GOMBRICH, E.H. GOMBRICH ESENCIAL. TEXTOS ESCOGIDOS SOBRE ARTE Y CULTURA.
Gombrich, E.H. Gombrich esencial. Textos escogidos sobre arte y cultura. Richard Woodfield (ed.). Debate. Madrid. 1997 (1996). 624 pp. 486 ilus.
Richard Woodfield: Introducción (9-17).
Un apunte autobiográfico (21-36). [Ya leído y comentado arriba.]
Los viejos maestros y otros dioses familiares (37-39). Sobre el libro Una historia del arte.
La imagen visual: su lugar en la comunicación (41-64). Publicado en revista en 1972 y en La imagen y el ojo (1982). Un mundo actual dominado por la imagen. Bühler distingue entre las funciones de expresión, activación y descripción, o también síntoma, señal y símbolo. La imagen visual se relaciona bien con la activación (una señal que activa una respuesta emocional), pero lo hace mal con la expresión (o enunciado). La conclusión es que el arte no se ha de equiparar con la comunicación verbal o escrita, pues el mensaje del creador es difícil de comprender enteramente. [Esto se aplica asimismo a muchas obras de Joan Miró, cuyo mensaje permanecerá siempre cerrado al no informarnos el pintor]
El arte y los artistas (65-81). Introducción a La historia del arte (1950). “No existe, realmente, el Arte, tan sólo hay artistas.” Necesitamos desprendernos de prejuicios visuales para captar el arte. Se debe visitar un museo para ver y gozar las obras de arte, no para (casi sólo) revisar el catálogo o las cartelas. “Hablar diestramente acerca del arte no es muy difícil, porque las palabras que emplean los críticos han sido usadas con tantos sentidos que ya han perdido toda precisión. Pero mirar un cuadro con ojos limpios y aventurarse en un viaje de descubierta es una tarea mucho más difícil, aunque también mucho mejor recompensada.” [80].
La psicología y el enigma del estilo (83-88). Extracto de la introducción a Arte e ilusión (1960). Defiende un estudio lingüístico de la imagen visual. Se cuestiona porqué las culturas y épocas tienen estilos marcadamente distintos para representar la naturaleza, por encima de los criterios objetivos, lo que desmiente que el arte sea un producto individual, desgajado de su contexto cultural, social e histórico.
La verdad y el estereotipo (89-112). Cap. 2. de Arte e ilusión (1960). El arte naturalista ha evolucionado hacia una mayor veracidad en la representación, desafiando los estereotipos, aunque es difícil superar completamente su influencia. No debe confundirse la manera en que se copia una cosa con la manera en que se la ve, y hay que conocer tanto la voluntad como la habilidad del artista, pues el artista tiende a ver lo que pinta más que a pintar lo que ve, y a pintar sólo lo que sabe pintar, de acuerdo a un “vocabulario” previamente conocido. p. 108.
NOTAS VARIAS SOBRE GOMBRICH:
Las influencias sobre Gombrich de Wölfflin, al que estudia en Berlín. Kris y Kurz publican La leyenda del artista, que influye en Gombrich.
Gombrich critica a Warburg por culturalista, por demasiado ligados a Burckhart. Están demasiado concentrados en el Renacimiento, como etapa superadora del Espíritu, al recuperar la cultura clásica. Warburg realza la importancia del arte en el conjunto definido por Burckhart y escribe lo que tal vez este habría escrito. Warburg se concentra en las etapas de transición en el Renacimiento, que no es uniforme.
Gombrich es, pese a sus renuncios y críticos, hegeliano en sus conceptos y su trasfondo metodológico, evidente en su concepción de la historia de la cultura como una evolución desde un principio (Wickelmann) hasta su perfección en el presente, con su propio sistema (el de Gombrich -aunque no lo invoque como tal-, que no será cerrado como el hegeliano, sino abierto, autocrítico). Pero añade el principio de falsabilidad de Popper, lo que cierra el sistema, al introducir en sí mismo la antítesis, la autocrítica. No hay pueblos destinados a misiones espirituales: pero sí que los hombres asumen esta misión, concretada en la Universidad (“los hombres cultos”, el historiador de la cultura). Esto le permite ligar las disciplinas científicas -nacidas de la revolución kantiana sobre la epistemología- al conocimiento de la cultura.
Popper, en Miseria del historicismo, las disciplinas históricas no son científicas con criterios axiológicos. Sólo es comprobable la falsabilidad, la certeza.
¿Gombrich en contra del evolucionismo? Lamprecht (1856-1915), profesor en Marburgo y Leipzig, tiene una concepción de la Historia como social y cultural, más que política. Dilthey (1855?-1911) comprende todas las manifestaciones culturales en una sola visión metodológica, de Geisteschichte. Huizinga establece una reivindicación del “Renacimiento nórdico”, que sería el equivalente artístico de la Reforma; es un resultado de la influencia hegeliana, pero sin determinismo.
Gombrich, Ernst H. Tras la historia de la cultura (1969).
Al final, critica a otros historiadores de arte (Vickhof, Wölfflin, Schlosser o Riegl de la Escuela de Viena), en una crítica de la Historia de la Cultura. Defiende el formalismo, el estructuralismo... Ataca el Wille de la Escuela de Viena. La línea neokantiana de Warburg, Cassirer, Panofsky. A diferencia de Pächt, desde el formalismo, mira con prevención al culturalismo.
Pächt, Otto. Historia del arte y metodología (1977). Cap. La posición adecuada. Legitima la historia del arte como disciplina autónoma, con estatuto científico, y la consider la ciencia central en el campo de las artes plásticas. Reivindica que es la ciencia que proporciona a las demás el objeto de arte, el objeto de estudio de las demás ciencias relacionadas con el arte.
A finales de los años 60 la historia del arte se replantea. Hay una crisis epistemológica, metodológica en el campo de las ciencias sociales y, en concreto, de las propias del saber humanístico. Surge nuevamente el problema de la distinción entre el saber científico y el saber técnico. La ciencia, antes de 1960, se relacionaba más directamente con la sociedad, y con la crisis posmoderna, se escinde, pierde su independencia respecto a su entorno social, y así entra en crisis su modelo moderno como ciencia al servicio de la humanidad, comprometida con ella, pero desde la independencia. El científico se aliena.
La reflexión sobre la disciplina de la Historia del Arte. Gombrich, Pächt, etc. se diferencian... Argan. En 1982 el Congreso Internacional de Historia del Arte, plantea si hay una ciencia llamada Historia del Arte y su estatuto científico.
Bialozstocki y Kubler, entre otros, se replantean la función de la Historia del Arte. Se confiaba antes en que la reflexión epistemológica sobre la Historia del Arte la desarrollasen otras disciplinas, como la Filosofía o la Estética.
El estructuralismo fracasa como modelo global, justo cuando se aplica en la historia del arte. Un buen ejemplo es Sedlmayr.
No hay comentarios:
Publicar un comentario