ARTE: MODERNIDAD Y POSMODERNIDAD (IV).
Jameson y la crítica de izquierdas.
¿Es posmoderno el arte realista?
Jameson y la crítica de izquierdas.
Frederic Jameson (1934), según Montolio [Celia
Montolio, en AA.VV. Claves Bibliográficas del arte contemporáneo.
“Lápiz” 109/110 (II y III-1995): 73.], ha conciliado el binomio marxismo-posmodernidad,
utilizando categorías marxistas para analizar el fenómeno posmoderno, desde la influencia
teórica de Adorno, Lukács, Bloch, Benjamin, Marcuse y Sartre. En los últimos años
ha sostenido múltiples debates con los principales representantes del pensamiento
estético francés como Lyotard, Baudrillard, Foucault, Lacan y Deleuze.
Jameson, en su libro El posmodernismo o la lógica cultural
del capitalismo avanzado (1985), reúne los síntomas o fenómenos culturales
de la sociedad actual, de una forma fragmentaria, con algunos ejemplos, a veces
sorprendentes. Los toma como metáforas explicativas de la confusión moderna y concluye
que el posmodernismo está inscrito en una sociedad poscapitalista (capitalista
avanzada y tecnológica); en definitiva, el análisis de la posmodernidad exige el
previo análisis de su sociedad en la que se inscribe. Jameson pretende una rigurosa
reflexión sobre las formas más eficaces que hoy puede adoptar una política cultural
radical. En la introducción explica los fenómenos que más le importan. El fin
de esto o aquéllo: la ideología, del arte o de las clases sociales; la crisis del
leninismo, la socialdemocracia o el Estado de bienestar; tomados en conjunto, todos
estos fenómenos pueden considerarse constitutivos de lo que cada vez con mayor
frecuencia se llama posmodernismo, hipotético producto de una ruptura radical (coupure),
que por lo general se remonta al final de los años 50 o principios de los 60
(¿cabe un consenso para fijar 1960 como año del corte?). Tal ruptura se relaciona
con la decadencia, extinción o repudio del movimiento modernista, que Jameson ilustra
con los ejemplos de Van Gogh y Munch. Las últimas aportaciones de la modernidad
serían el expresionismo abstracto y el informalismo en pintura, el existencialismo
en filosofía, las últimas representaciones en la novela, las últimas películas
clásicas, la escuela modernista en poesía (Wallace Stevens), etc. De su desgaste
ellos mismos dan fe, por ser creaciones últimas, agónicas.
Las manifestaciones del posmodernismo llenan una lista
interminable: Andy Warhol —el principal referente en su análisis— y el Pop Art,
John Cage, Los Beatles y los Rolling Stones, el punk y la new wave,
Godard y el vídeo experimental, arquitectura, literatura, mercancías, etc. Esta
permanente aparición de nuevos y efímeros movimientos emparenta con el principio
modernista de la innovación estilística, por lo que somos tentados a creer que el
posmodernismo es una continuidad fundamental del modernismo. Jameson nos propone
considerar el posmodernismo a la luz del concepto de norma hegemónica o de lógica
cultural dominante, relacionándolo con las más ambiciosas generalizaciones sociológicas
que anunciaron el advenimiento o la inauguración de un tipo de sociedad completamente
nuevo y a menudo bautizado como “sociedad postindustrial”.
Jameson, en Documentos de cultura, documentos de barbarie
(1989) (en inglés The Political Unconscious. Narrative as a Socially Symbolic
Art), concluye con un tono optimista: han de concebirse nuevas formas de pensamiento
y cultura colectivos más allá de los límites de nuestro propio mundo. Jameson diserta
sobre «una silla vacía» que en un futuro será ocupada por una forma de producción
cultural situada más allá del arte realista y del moderno. La referencia polémica
la constituyen Lukács y Adorno, quienes habían sentado en esa silla, respectivamente,
al arte realista y al arte moderno-vanguardista, entendiendo que eran entonces
las mejores políticas culturales. Jameson, sin embargo, se abstiene de asignarle
mérito político especial a ninguna producción artística concreta, dejando la puerta
abierta a la realización de una alternativa estética por la que llevar a cabo
la propuesta marxista de una praxis transformadora.
¿Es posmoderno el arte realista?
Jameson propone en sus textos que se reinvente un nuevo
“realismo” adecuado a este mundo, un realismo que suponga una alternativa radical
a un arte que padece de estar escindido de la percepción. Un realismo literario
(que tendría en Raymond Carver su representante emblemático) y un realismo artístico
(con Cindy Sherman como posible propuesta).
Y lo cierto es que en el arte vivimos un retorno al realismo.
Un realismo del sentido común, con un consenso subterráneo, poco evidente, entre
los artistas y el mercado.
Hagamos ahora una breve visita a nuestro propio país.
Durante la dictadura franquista, sobre todo desde los primeros años 60, era habitual
pensar que el arte tenía la función y la obligación de transformar la sociedad.
Un gran número de artistas y espectadores, así como de escritores y lectores, o
partícipes de cualquiera de las artes del espíritu, creían a pies juntillas que
había obras progresistas y reaccionarias, que las primeras tenían valor estético
per se y que las segundas carecían enteramente de él. Lo que poseía cierto
atisbo de mensaje conservador, era deleznado como franquista, rechazado como reaccionario,
un objeto sin valor. La coincidencia ideológica generaba adhesión, y la disidencia
rechazo. Pero el tiempo pasó y la obra que basaba su mensaje en la ideología del
momento es ahora ignorada, olvidada. Hoy apenas se leen los poemas militantes
de Gabriel Celaya, como el Pido la paz y la palabra, o el entonces famoso
poemario catalanista de Salvador, La pell de brau. En arte, las obras pop
del Equipo Crónica nos interesan sólo como manifestación de una época, no por
su validez estética. La lista sería interminable, pero es evidente hoy en día que
el arte realista —pretendidamente ideológico— ha sido arrumbado por el tiempo,
hasta el melancólico límite del olvido. ¿Por qué tal pérdida de valor? Porque renunciaron
a la creación de un mundo creíble. Pretendieron hacer un arte concreto para un
momento concreto, como las hojas de los árboles surgen un día de primavera, y pasado
este inician su implacable conversión en hojas muertas a la espera de su caída otoñal.
Pero para esas obras de arte no habrá seguramente el cíclico retorno de la naturaleza
sino que pasará por ellas el tamiz de los años y su polvo sólo será interesante
para los eruditos de lo muerto. Si nada nos dice tal obra, nada veremos, nada apreciaremos.
Ausente la forma, el fondo tiene caducidad extrema, apenas un hilo de viento en
el mar de la historia. Auden lo expresó, con su habitual ironía, en menos palabras:
«Una obra de arte es un espejo. Si un asno se mora en él, no puede esperar que
se le aparezca un ángel». Más poético, más estético en su juicio, Oscar Wilde, en
El crítico como artista, se refiere al placer y la catarsis que le produce
la música, lo que por extensión se puede extender a cualquier obra de arte: «Después
de escuchar a Chopin, siento como si hubiera llorado por pecados que nunca cometí,
como si me hubiera lamentado por tragedias que no han sido las mías. Siempre me
parece que la música me produce este efecto: crea para nosotros un pasado que ignorábamos
y nos llena de un sentimiento de dolor que había estado ocultado de nuestras lágrimas.
Soy perfectamente capaz de imaginar un hombre que haya llevado una vida completamente
corriente que, escuchando por azar una determinada pieza musical, descubre de
pronto que su alma, sin ser consciente de ello, ha pasado por terribles experiencias
y ha vivido temibles alegrías o amores románticos salvajes o grandes renuncias».
Ese fondo universal y constante de las cosas propias de la vida eterna es el que
corresponde a la obra eterna. Macbeth de Shakespeare será siempre la ambición,
y esta obra sobrevivirá porque la ambición siempre anidará en nuestras almas.
Argullol [Argullol, Rafael. Figuració o abstracció?
“El País”, suplemento Quadern 718 (5-12-1996) 3.] apuesta por superar la dicotomía
entre figuración y abstracción, contra la tendencia de muchos artistas y críticos
actuales de pretender que la figuración vuelve a superar a la otra. Para algunos
la figuración es el camino que no habría de haberse abandonado jamás, para otros
este retorno es la manifestación del conservadurismo que impregna el ambiente social,
el advenimiento de un nuevo orden conservador en el arte que interrumpiría la dinámica
revolucionaria de la modernidad. Son argumentos parciales, interesados sin duda,
pues olvidan la esencial entidad estética de ambos bandos. No tiene sentido pensar
que la figuración es el único movimiento históricamente existente sin cortes temporales
—la tradición abstracta en las culturas primitivas es ya demasiado conocida para
suponer aquello— y que la vuelta de lo figurativo es el triunfo del arte verdadero
tras una época de locura o falsedad artísticas. Pero tampoco la modernidad puede
asociarse únicamente a la abstracción, pues desde siempre esta ha existido, incluso
en épocas consideradas “no-modernas”. La modernidad, tras la difuminación de la
“vanguardia”, que parecía encarnarla, en múltiples movimientos y grupos, sólo puede
asociarse hoy a una voluntad de búsqueda estética, de innovación en las respuestas,
de recuestionamiento constante de las bases del arte y la cultura. No hay modernidad,
evidentemente, en los “academicismos de la vanguardia”, en esa dictadura de lo
nuevo que parecía dominar el arte de los años cincuenta y sesenta. El canon de
la modernidad era la abstracción, naturalmente, y los dioses de la crítica abrían
su caja de los truenos contra quienes olvidaban la imperiosa obediencia a ese canon.
Y el canon debía haber llevado en su seno la espoleta de su destrucción, a base
de extinguir y reducir lo expresado a lo esencial. El minimalismo llevado a la
nada. Duchamp encarnado en la no-existencia, en el no-ser. Pero el arte ha encontrado
vías para sobrevivir a su propia misión de autodestrucción. De hecho, la autodestrucción
del arte se convertía en falacia, en pretexto de mercado, en un mensaje hueco para
encubrir miles de propuestas autofágicas.
Xavier Miserachs.
Xavier Miserachs.
Entre las figuras de la fotografía española en Barcelona
descuellan Xavier Miserachs, Leopoldo Pomés, Colita y Oriol Maspons [Entrevista
de Ana Maria Moix, a Xavier Miserachs, Leopoldo Pomés, Colita y Oriol Maspons,
en “El País Catalunya” (4-IV-1997).]. Los cuatro rechazan la nueva fotografía que
renuncia a representar la realidad —que intenta imitar a las nuevas manifestaciones
artísticas y en ese sentido sería un neopictorialismo-. Dice Miserachs: «los cuatro
aquí presentes nos sentimos conectados con la cultura y el mundo que nos rodea.
Para nosotros, nuestro trabajo es compromiso vital. Siempre lo ha sido. Ahora
existen diversas tendencias en el mundo de la fotografía, hay un movimiento completamente
desvinculado del mundo de la cultura y de la vida de la gente. La fotografía, a
nuestro entender, es comunicación. Para ellos es creación desvinculada del entorno
social, humano, etc. y separada de lo que es simplemente el trabajo del fotógrafo».
Opinan que la fotografía no debe intentar imitar el arte abstracto, y que los fotógrafos
no profesionales no son artistas, como dice Pomés: «Ni artistas de domingo, ni
de sábado. Se es artista cada día o nunca», y sigue: «La fotografía de investigación,
o que apunte a una búsqueda interesante, o a un lenguaje más intimista, me parece
muy bien. No tengo nada en contra, al revés. Pero siempre y cuando sea buena. Cuando
algo me gusta no me detengo a considerar a qué tendencia pertenece. Pero lo que
estamos viendo hoy en día es deprimente. Y responde a una especie de sarampión
que también afecta a la pintura y a las demás artes. La belleza, el testimonio,
el trabajo de encargo bien hecho, todo esto hoy no interesa. La realidad, en arte,
sólo se tolera si el artista la tapa, la afea...» Miserachs, por su parte, dice:
«En realidad, en 1950 todo eso ya se había hecho, lo agotamos entre todos. Lo que
ocurre es que ahora lo presentan como una vanguardia agresiva». Colita piensa
lo mismo: «¿Vanguardia? ¿qué vanguardia? En el 50 Leopoldo ya había retratado paredes,
como si fueran cuadros de Tàpies, pero entonces sí tenía sentido. Vanguardia eran
Bassaï, Man Ray, Bresson, Stand...» y remacha, «Eso de la “fotografía artística”
ni es fotografía ni es pintura». Su apuesta por el realismo es aparentemente contraria
a su asunción como arte, pero lo que están impugnando realmente es el estilo pictorialista,
el que renuncia a los valores estéticos inherentes a la fotografía.
La misma posición comprometida manifiesta un gran hombre
del teatro, Dario Fo [Torres, Rosana. Entrevista con Dario Fo. “El País”
(4-IV-1997).], autor de Muerte accidental de un anarquista, y también director,
actor, escenógrafo y figurinista, para quien «Si el teatro vale, indigna». Sólo
el teatro apasionadamente comprometido con la vida, con la realidad, es arte teatral.
«Se puede hacer teatro cómico sin tomar posición, pero estamos ante una bufonada,
un divertimento vacío; nosotros lo que hacemos es sátira y, para que surja, necesita
como base principal la indignación que provoca la tragedia y sus diferentes formas...,
miseria, falta de libertad, de felicidad, opresión». «La función social del teatro
no puede ser otra que hablar de los problemas de toda la sociedad, pero sobre todo
debe suscitar una atención acerca de las dificultades y los vergonzantes desastres
que ocurren entre nosotros. Lo extraño es que son muy pocos los intelectuales que
se interesan por ellos, que toman posición y se indignan, porque el teatro que
vale es aquél que pone por delante algo que indigna. Hoy tenemos un teatro que
propone extraordinarias elegancias, que se preocupa por grandes autores antiguos,
pero no propone la vida ni la desesperación de los otros. Son intelectuales no
comprometidos y su teatro no arriesga».
Dario Fo creó en 1969 un grupo, en cuyos
estatutos se recogía como objetivo «ponerse al servicio de las fuerzas revolucionarias,
no para reformar el Estado burgués con una política oportunista, sino para favorecer
el crecimiento de un verdadero proceso revolucionario que lleve a la clase obrera
al poder». Hoy sigue sin distanciarse de aquéllo: «No hay que ceder, aunque los
que formaron con nosotros han huido y hoy los desastres son otros». Añade: «Hay
una gran confusión, se teme nombrar la palabra obrero, hoy se ha olvidado la idea
de la defensa de la colectividad y lo más grave es la falta de solidaridad». El
teatro de Fo es un arma: «En nuestro teatro siempre se da un juego de equilibrios,
siempre situamos una parte contra otra parte, confrontando y admitiendo incluso
los errores, hacemos un teatro de riesgo y compromiso, frente al teatro que se
hace hoy que es de intereses».
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