Comentario: El Juramento de los Horacios
(1784), de David.
El Juramento de los
Horacios (1784), un óleo sobre tela (330 x 425) de la colección del Louvre de
París, es una obra maestra del estilo neoclásico. Jacques-Louis David
(1748-1825) realiza una pintura de gran formato, apropiado para un tema épico
tomado de la historia de la antigua Roma.
El tema.
El
tema surge de un hecho histórico ocurrido en 669 aC y contado por Tito Livio en
su libro Ab Urbe condita libri, y adaptado para una barroca adaptación
teatral en el Horacio (1640) de Pierre Corneille.
Los
tres hermanos Horacios, en el lado izquierdo del cuadro, juran ante su padre,
en el centro, defender la ciudad de Roma en un combate crucial contra tres
hermanos de la vecina ciudad enemiga, Alba Longa. Ambas ciudades, hermandadas
por la vecindad y el comercio, pero de intereses contrapuestos, han decidido no
combatir con sus ejércitos sino escogiendo cada una tres hermanos campeones que
decidirán la suerte de la guerra en un duelo decisivo. A la derecha, las tres mujeres
y dos niños de la familia lloran por el peligro que corren los tres jóvenes, y dos
de ellas más tristemente porque una, Sabina, vestida de toga marrón, es una hermana
de los Curiacios casada con un Horacio, y otra, Camila, ataviada con una toga
blanca, está prometida con otro Curiacio. La otra mujer es una aya, que cuida
del hijo y la hija de Sabina.
La
escena no sugiere el resultado final: iniciado el combate, dos Horacios mueren,
y el tercero arroja su escudo y corre ligero, perseguido por los Curiacios
totalmente armados hasta que estos se agotan y separan. Entonces el
superviviente, más descansado, se enfrenta a cada uno en combate individual y
los vence.
Regresa
como vencedor pero en su casa encuentra a su hermana Camila gimiendo por la
muerte de sus hermanos y a la vez reprochándole haber matado a su amado
Curiacio. Enfurecido, el hermano la mata. La ley de Roma es implacable: los
fratricidas deben morir. El padre implora clemencia: ha entregado todos sus
varones a la causa de la ciudad y ahora toda su estirpe perecerá. Conmovido, el
Senado perdona la vida al último hijo.
Análisis.
Los
referentes artísticos son evidentes: la estatuaria y la cerámica de la
Antigüedad de Grecia y Roma.
El
escenario, de escasa profundidad y enmarcado por una clásica arcada de columnas
toscanas y tres arcos de medio punto y un pavimento de geométrica regularidad,
ayuda a concentrar nuestra atención en la escena del primer plano. Enhiesto en
el centro, el padre, de rostro severo, afronta un destino que imagina aciago: morirán
sus hijos o sus yernos. Sostiene las tres espadas que bendice a punto de
entregarlas a sus tres hijos, creando una composición equilibrada entre los
grupos a izquierda y derecha, incluso balanceados en masas y colores, con triángulos
que refuerzan la sensación de estabilidad y serenidad pese al dramatismo
implícito en el tema. Los hijos se yerguen en una composición corporal de rígidos
triángulos engarzados en una sólida unidad, con una sutil perspectiva diagonal
y aérea que enfatiza su común propósito,
su juramento con los brazos extendidos y la palma abajo, enfocado al perfecto punto
de fuga, la mano del padre sosteniendo las espadas.
El
grupo secundario de mujeres y niños a la derecha está en un nivel inferior. Las
dos mujeres de la derecha, de cuerpos curvilíneos en oposición a los rectilíneos
de sus hermanos, tienen los ojos cerrados y adoptan poses entregadas a su
destino fatal, asumiendo un papel pasivo en vida ciudadana, tal como la
filosofía ilustrada les concedía: sus valores son individuales o familiares, no
cívicos.
Incluso la pequeña hija cierra los ojos, mientras el pequeño infante los
abre encarando el destino. Aunque pronto Olimpia de Gouges y otras feministas
avanzadas reivindicarán un papel para ellas más activo en la revolución,
incluso al precio de sus vidas.
El
cuidado trabajo de reproducción del vestuario y calzado, y el minucioso estudio anatómico, patente en la carnal musculatura, satisface
igualmente la pasión neoclásica por la ciencia y el ejemplo del realismo idealizado
del clasicismo antiguo y del Renacimiento. El colorido es suave ya
relativamente variado, de notable calidad pues David era un consumado colorista
aunque su predilección era el dibujo, como se advierte aquí en el esmero de las
líneas.
Contexto.
Vista de la sala central del Salon de 1785, con el cuadro de David colgado en el centro en la parte superior.
El
cuadro fue encargado por el rey Luis XVI para que sirviera como un alegato de
lealtad al Estado, sin advertir que en realidad socavaba las bases ideológicas
del absolutismo. Se expuso en el Salón de 1785, con un inmediato y sonado
éxito, causando asombro por la novedad de su tema y tratamiento, rompiendo con
el gusto rococó de Boucher o Fragonard predominante hasta entonces, de acuerdo
al gusto de la aristocracia.
El
nuevo público burgués se sintió representado por el neoclasicismo, que realzaba
los valores de la Antigüedad grecorromana: el valor individual unido al
esfuerzo colectivo en bien de la comunidad, la ciudad-Estado, como demandaba el
filósofo y crítico de arte Diderot, y encajaba en el pensamiento de otros
ilustrados como Voltaire o Rousseau. El pensamiento racional iluminaría las
tinieblas en las que vivía la tradición, sustituyendo el mito por la razón, la
opresión por la justicia, y la desigualdad estamental por la igualdad basada en
el mérito (y la riqueza). Pronto, en 1789 llegó la Revolución Francesa para
barrer el Antiguo Régimen e iniciar el mundo contemporáneo. El mensaje de
sacrificio del Juramento de los Horacios sería un ejemplo para los artistas
posteriores, como mostrará el propio David, un revolucionario que llegará a
votar a favor de la ejecución del rey, en otra de sus obras maestras, la Muerte
de Marat (1793).
FUENTES.
Internet.
David, Oath of the Horatii. Comentario en inglés por Beth Harris y Steven Zucker. 6 minutos.
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