Comentario: La Libertad guiando al pueblo (1830), de Delacroix.
La Libertad guiando al pueblo (1830). Óleo sobre tela (260 x 325). Col. Museo del Louvre.
La pintura de Eugène Delacrois (1798-1863) es una obra maestra del
romanticismo y del ate contemporáneo, como señaló el historiador Argan, en la
que, como Géricault en La balsa de la Medusa (1819), que
cuelga en el Museo del Louvre en la misma sala a apenas unos metros de
distancia, se escoge un gran formato, propio tradicionalmente del género
histórico, para reflejar un evento contemporáneo, la lucha el 28 de julio de
1830 en las calles de París durante la revolución contra el rey Carlos X, que
poco antes había disuelto el Parlamento y pretendía restringir la libertad de
prensa, y que resultó en su cambio por un rey más proclive a la burguesía, su
primo Luis Felipe.
El lugar es probablemente un barrio al norte del Sena
y próximo al centro, pues se distinguen al fondo derecho las torres de la
catedral de Notre Dame.
La escena es una composición llena de energía, cruzada
por diagonales que enlazan un caos de cuerpos en movimiento o en posturas
forzadas en su quietud, con una perspectiva aérea desvaída por el sfumatto de
los disparos. Las pinceladas son sueltas, de un colorido variado y brillante,
de contrastados azules y rojos, con una pigmentación muy matérica, difuminando
las líneas hasta que los contornos fluyen, enfatizando todo ello el movimiento
y la pasión, y en su mismo inacabado, tan antiacadémico, insisten en el
carácter innovador de los pintores románticos franceses.
La compleja pirámide central toma como elemento
aglutinador a la bandera, el único punto de referencia ordenada, de esperanza
en un retorno a la serenidad tras la victoria.
Marianne, la mujer símbolo de la república, alegoría
de la nación francesa y de la libertad, personificación de la lucha revolucionaria,
enarbola la bandera tricolor. Marianne muestra un perfil decididamente clásico,
inspirado en las cabezas de la estatuaria grecorromana. Su cuerpo enhiesto
sobre la barricada, un recurso defensivo con el que los rebeldes cerraban las
calles de la antigua ciudad para defenderse de las tropas monárquicas, convoca
al pueblo para un acto ofensivo, traspasar el muro, avanzar, ganar…
Delacroix ya había representado este motivo femenino en Grecia expirando en las ruinas de Missolonghi (1826).
El pueblo
integra tanto a burgueses como a las clases populares urbanas, sujetos capaces
de entregar sus vidas para combatir a la monarquía reaccionaria y alcanzar la
libertad, encarnados sobre todo en los dos personajes a la izquierda del
cuadro, el descamisado (un sans culotte) armado con pistola y
tocado con un gorro (inspirado vagamente en el famoso frigio de 1789) y el pequeño
burgués (probablemente un autorretrato, aunque Delacroix no participó en los
sucesos) armado con un fusil, vestido de chaqueta y tocado con un sombrero de
calidad, mientras que en la derecha avanza un estudiante, casi un niño, armado
con dos pistolas.
En el suelo, en primer plano, yacen dos soldados monárquicos
y un civil semidesnudo (en camisa de dormir, con un solo calcetín,
probablemente un indicio de que fue sacado de su cama y fusilado poco antes,
cuyo cuerpo se proyecta hacia el espectador reclamando nuestra identificación
con los revolucionarios), víctimas todas ellas, en ambos bandos, que
representan el violento precio a pagar por las libertades.
El rey Luis Felipe decidió comprar esta pintura
monumental para los Museos Nacionales en 1831, para incidir en su posición de
estadista que representaba el nuevo orden burgués. Pero se devolvió en 1839
porque pronto se percibió al cuadro como una amenaza: Luis Felipe solo duró
unos pocos años más en el poder, hasta que otro estallido revolucionario lo derrocó
en 1848. Enseguida el nuevo director de los Museos Nacionales lo reclamó: en
1863 entró en el Museo del Luxemburgo y finalmente en 1874 en el Louvre, ya
durante la III República.
Delacroix y el rey Luis Felipe.
FUENTES.
Internet.
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