Comentario: Velázquez y 'Las Meninas' (1656).
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez pintó en 1656 su
obra maestra, tal vez la obra cumbre de la pintura de todos los tiempos, él
óleo sobre tela conocido como Las meninas,
Retrato de la infanta Margarita o también
La familia de Felipe IV.
Su gran formato, de 318 x 276 cm, no es excepcional en
el género de retrato en su época, pues el mismo Velázquez tiene retratos de Corte
semejantes y casi todos los grandes maestros barrocos, como Rembrandt y Rubens,
lo abordaron en algún momento.
El cuadro, obra magna de la Colección Real, fue colocado
en sitios distinguidos de los aposentos reales: primero en el Cuarto Bajo (una pieza
del despacho de verano) del Real Alcázar de Madrid, donde consta en 1700 (nº
286); y luego en diversos lugares del Palacio Real Nuevo de Madrid, primero en
la Antesala de la Furriera, en 1747 (nº 4); en el Paso de Tribuna y Trascuartos,
en 1772 (nº 4); en el Cuarto dormitorio de la Serenísima Infanta, 1794 (s. n.);
y en la Pieza Amarilla del Palacio Real de Madrid, en 1814-1818 (nº 4), hasta
su paso definitivo al Museo del Prado en 1819.
Velázquez pintó el cuadro en una sala del Alcázar de
Madrid, el llamado Cuarto del Príncipe, cuyos planos nos han llegado hasta la actualidad,
y cuyo cotejo con el cuadro muestra varias incongruencias, la principal de las
cuales es que en el muro de la derecha había siete ventanas, que Velázquez
reduce a cinco, por lo que, salvo que se hicieran reformas hoy desconocidas, se
puede aventurar que el pintor transformó la realidad para adaptarla a sus fines
estéticos, probablemente para conseguir mejores efectos de claroscuro y mayor
profundidad.
El dominio de la técnica pictórica por Velázquez, en
la cima de su madurez como artista, es excepcional. Destaca la composición de
los personajes en su relación espacial en los distintos planos formados por
grupos (las meninas y la infanta, el pintor, el caballero en la puerta...) y no
es menos genial el realismo con que narra los detalles o lo que es lo mismo, la
complicidad del espectador con el espacio vivido de los reyes, que no aparecen en
el cuadro sino a través del reflejo especular, en la misma posición, pues, que el
espectador imaginario; la función notarial de la realidad por el artista; el
claroscuro sobre los personajes y los objetos; la conseguida perspectiva aérea
que inunda toda la habitación de una atmósfera tan luminosa como misteriosa; la
soltura de la pincelada y la vivacidad del colorido con una paleta que anuncia
dos siglos antes el impresionismo. Con razón, pocos decenios después, Luca
Giordano (conocido como Lucas Jordán en España) dijo de este cuadro: “Es la teología
de la pintura”, y posteriormente fue admirado y estudiado por Goya, Manet o
Picasso, entre una multitud de grandes maestros.
La infanta Margarita (1651-1673), vestida de blanco,
aparece en el centro, rodeada allí por sus “meninas” o damas de compañía, María
Agustina de Sarmiento e Isabel de Velasco, y en la derecha del cuadro
acompañada por dos famosos bufones de la Corte, María Bárbola y Nicolasito
Pertusato, y un perro mastín, detrás de los cuales, en la penumbra de un segundo
plano aparecen conversando un guardadamas, la dueña Marcela de Ulloa. Al fondo,
en una puerta abierta a una escalera, está el aposentador José Nieto, y cerca
de él, en la izquierda (a media distancia hacia el pintor), se ve el reflejo en
un espejo de los reyes, Felipe IV (1605-1665) y Mariana de Austria (1634-1696).
Sobre las paredes cuelgan unas copias de cuadros mitológicos
de Rubens, realizadas por el yerno de Velázquez, el notable pintor Juan Bautista
Martínez del Mazo, el mismo que terminó algunos cuadros dejados inconclusos a
la muerte del maestro y que imitó su estilo en los retratos, pero sin su excelencia
técnica y compositiva.
Simulación virtual del espacio interior sin los personajes.
La extraordinaria complejidad estructural y la ambigüedad
de los motivos y personajes han favorecido la multiplicación de las interpretaciones
sobre el significado de la obra.
Hay dos grandes propuestas sobre la narración de la
escena: según la mayoría de los autores, capta la escena de entrada de la infanta
Margarita en el taller, cuando el pintor está retratando a los reyes, en una habitación
cuyas zonas sucesivas de luz y sombra llevan nuestra mirada hacia el fondo en
el que descuellan los monarcas. La otra opción es que Velázquez está en el acto
de pintar el mismo cuadro que nosotros vemos (así pues, sería una metapintura,
una pintura sobre sí misma) y que son los reyes los que irrumpen en la escena.
La mayoría de los autores concuerdan en señalar que la
intención final de Velázquez es reivindicar la nobleza o al menos el carácter
liberal de la pintura frente al menor reconocimiento social de la artesanía,
pues muchos seguían viendo a los artistas como artesanos de poco valor. Era pues
un tema fundamental para Velázquez en el contexto de la sociedad clasista de la
España del siglo XVII y detalles esclarecedores al respecto serían el autorretrato
del artista a la izquierda del grupo, siendo esta la primera aparición de un
pintor en un retrato de la realeza, y la preciada cruz de Santiago (un símbolo
de alcurnia aristocrática y limpieza de sangre) que adorna su pecho y que según
una tradición pintó el propio rey después del fallecimiento de su amigo, aunque
lo más probable es que la pusiera su yerno.
Las radiografías del cuadro muestran que hubo una
primera versión en la que no aparece el autorretrato del pintor ni el gran lienzo
que éste pinta, sino que en su lugar hay un joven paje o caballero que lleva algo
en las manos, mientras que los otros personajes están básicamente iguales, salvo
pequeñas alteraciones que hacen pensar que se desarrollaba en esa escena el preciso
ritual de beber agua la infanta en un búcaro.
¿Qué significa este importante retoque?
Manuela Mena, conservadora
del Museo del Prado, aventura que el cuadro se pintó en 1656 con una concreta utilidad
política y que fue retocado en 1657 debido a un replanteamiento de esa utilidad.
En resumidas cuentas, Felipe IV, sin sucesor masculino en 1656, tardó en decidir
si debía jurar como heredera la infanta Margarita, la protagonista del cuadro, o
su hermana mayor María Teresa, que a la postre sería reina de Francia, y el cuadro
de Velázquez refleja esa duda y la preferencia que recayó inicialmente en 1656 en
la más joven para la continuación de la dinastía. Pero el nacimiento del infante
Felipe Próspero en 1657 alteró la situación y el cuadro dejó de tener un alto valor
político, por lo que Velázquez pudo retocarlo con preocupaciones particulares
suyas, relacionadas con su nombramiento como caballero de la Orden de Santiago,
logrado ese mismo año; se pinta entonces, con permiso del rey, con el hábito de
la orden en actitud de pintar un gran cuadro de la escena doméstica de la Infanta.
Fuentes.
Internet.
El cuadro (2019). Documental
sobre Las meninas, dirigido por Andrés Sanz, con animación y entrevistas
a Manuela Mena, Javier Portús, Matías Díaz Padrón, Francisco Calvo Serraller,
Jonathan Brown, Fernando Marías, Svetlana Alpers, Keith Christiansen, Michael
Gallagher, Antonio López... [] Reseña de Belinchón, G. Los enigmas de ‘Las
meninas’ se convierten en un thriller. “El País” (25-X-2019).
Exposiciones.
<Velázquez>. Madrid. Museo del Prado (1990).
Cat. Textos de Jonathan Brown, et al, 467 pp.
Libros.
Gállego, Julián. Velázquez, en Pijoan. Historia
del arte. Salvat. Barcelona. 1973. vol. 7, pp. 89-122.
Justi, Carl. Velázquez y su siglo. Espasa-Calpe.
Madrid. 1953 (1888 alemán). Istmo. Madrid. 1999. 735 pp.
López-Rey, José. Velázquez. Le peintre des peintres. Taschen. Colonia.
1996. 2 vs. 261 y 327 pp. 231 y 156 ilus.
López-Rey, José. Velázquez. The Complete Works.
Taschen. Colonia. 1997. 264 pp.
Maravall, José Antonio. Velázquez y el espíritu de
la modernidad. Alianza. Madrid. 1987. 154 pp.
Novela gráfica.
Intxausti, Aurora. Velázquez se lleva el Nacional de Cómic. “El País” (23-X-2015) 34. La novela gráfica Las Meninas, de Santiago González (guion) y Javier Olivares (dibujo).
Artículos.
Serra, Catalina. La austera genialidad de Velázquez. “El País” (18-X-2006) 55.