domingo, 10 de mayo de 2015

El urbanismo en España (1900-1950).

El urbanismo en España 1900-1950.

PROPUESTAS Y REALIZACIONES DEL URBANISMO EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA. Comentario de: Solà-Morales Rubió, Manuel de. Urbanismo en España: 1900-1950 (182-196), Cap. VIII de AA. VV. Vivienda y urbanismo en España. Banco Hipotecario. 1982. 

EL ARTE DE CONSTRUIR CIUDADES.
«El primer tercio de nuestro siglo se caracteriza, en lo que al urbanismo se refiere, por la definición clara de sus instrumentos y objetivos. La tradición decimonónica consistió, básicamente, en perfeccionar las técnicas del trazado de ciudades y adaptarlas a las complejas necesidades que la ciudad industrial planteaba. Pero sólo a finales de siglo, cuando las experiencias en los distintos campos de la higiene, la vivienda, el tráfico, los servicios y la administración permitieron una acumulación de conocimientos suficiente, empezaron a elaborarse unas verdaderas técnicas de la actividad urbanística considerada como algo plenamente definido» [183].
Es un fenómeno que llega pronto a España, pese a su atraso industrial, gracias a que el país había gozado en el siglo anterior de un avanzado desarrollo teórico y técnico en el aspecto urbanístico, como se advierte en un artículo anterior de Solà-Morales. Se difunden en los primeros decenios del siglo XX las revistas y publicaciones especializadas, y se crean a partir de 1914 las primeras cátedras de urbanística en las Escuelas de Arquitectura.
«El plan, como instrumento analítico y propositivo, pasa de ser una herramienta sectorial a convertirse en el elemento de síntesis en el cual permanencia y cambio, forma y gestión, análisis y proyecto, se conjugan en un único documento técnico y político» [183]. El plan se convierte en paradigma de la actuación urbanística. Los planes de las reformas interiores de principio del siglo XX en las ciudades son el corolario de los planes de ensanche del siglo XIX, una nueva fase en el proceso de conversión de las ciudades del Antiguo Régimen, casi congeladas, en ciudades contemporáneas, en constante desarrollo.
Habrá dos tipos de planes de reforma: las intervenciones internas y las ampliaciones en el extrarradio.

Las intervenciones internas en las ciudades obedecían a múltiples motivos: higiene, creación o reforma de los servicios públicos, ampliación a nuevos espacios, remodelación y regeneración de los cascos antiguos, recalificación del patrimonio arquitectónico, etc.
En Barcelona, el Plan Baixeras (1879) es la reforma de un promotor, que propone abrir tres grandes vías, dos desde el mar hasta la montaña, una tercera en diagonal, para facilitar la comunicación y habilitar más terrenos para fines comerciales y de oficinas, que el Banco Hispano Colonial urbanizaría, consiguiendo una gran plusvalía. El resultado fue incompleto, con la sola apertura de la Vía Layetana (1908), que comunicaba directamente las dos partes de la ciudad, la nueva y la vieja.

Gran Vía de Madrid.

En Madrid, se abre la Gran Vía (1910-1929), tras decenios de frustrados proyectos, tras la aprobación en 1904 del proyecto de López Sallaberry. Suponía la apertura de un importante vía de comunicación a través del casco antiguo de la capital. Como en el caso anterior, los intereses económicos fueron vitales para su éxito, pues se sustituyeron las modestas residencias por grandes edificios de oficinas y servicios, y se remodelaron las zonas adyacentes.
Otras intervenciones parecidas son: el Plan Goerlich en Valencia (1928), el Proyecto Cort en Murcia (1926), el Plan Suazo en Bilbao (1923), el Plan Navarro en Zaragoza (1925). Las nuevas vías eran, en algunos casos, parte de planes más globales, que corregían defectos en la planificación del siglo XIX.

Las ampliaciones y experiencias externas son obras de mucha más enjundia urbanística, en las que se realiza la consumación de la filosofía urbanística del ensanche. Ejemplos de estos proyectos son la Ciudad Lineal de Arturo Soria, los barrios residenciales para la burguesía, las barriadas obreras, los barrios industriales y de servicios, etc.
Se comenzó con dos proyectos filantrópicos: la Ciudad Lineal de Soria en Madrid y la Sociedad Cívica de Ciudad Jardín en Barcelona.

La Ciudad Lineal en Madrid.
El madrileño Arturo Soria y Mata (1844-1920) propuso en 1882 la idea de una ciudad lineal, que le hizo famoso en el urbanismo mundial de su época y que se relaciona conceptualmente con la ciudad-jardín. La tesis es que la ciudad se debe desarrollar a lo largo de una línea, no necesariamente recta, que uniera dos núcleos. Llevando esta tesis al paroxismo, Soria incluso propondrá más tarde una línea urbana que una Barcelona y Valencia (lo que se realizará más tarde en la enorme Megapolis de Nueva Inglaterra entre Boston y Baltimore).


Aprobado el proyecto por el Gobierno en 1892, Soria fundó en 1894 la Compañía Madrileña de Urbanización para realizar sus ideas en una Ciudad Lineal a 7 km de Madrid, entre Vallecas y San Martín (la carretera de Aragón y el pinar de Chamartín), con una calle principal de 5,2 km de largo y 40 metros de anchura con un transporte público eléctrico, con servicios públicos de teatro, matadero, escuelas, hospital... Une el campo y la ciudad, pues las casas-jardín tienen una conexión trasera con el campo pues no hay casas en segunda línea. No era un proyecto para privilegiados sino para todas las clases sociales. Pero en la realidad actual las casas han sido reformadas, se ha perdido gran parte de su atractivo natural y se han concentrado en manos de las clases más pudientes.

La Sociedad Cívica de Ciudad Jardín, en Barcelona.
Otro proyecto relacionado con la ciudad-jardín de Howard, pero sin la originalidad de Soria, es el de la Sociedad Cívica de Ciudad Jardín en Barcelona, fundada en 1912. Su dirigente era Montoliu, que «tomó la idea de la ciudad jardín como un verdadero evangelio de la regeneración social» [184]. Su obra se plasmó en conferencias, informes sobre la ciudad de Barcelona y, sobre todo, en las Ciudades Jardín de Olot y Roses.

Estas experiencias privadas influyeron en las experiencias públicas que siguieron a continuación, impulsadas desde el gobierno central (en el breve periodo del gobierno Canalejas, 1910-12) y las autoridades locales (con mayor duración).
En 1911 se promulgó la Ley de Casas Baratas, que permitió varias experiencias interesantes, pero que fracasó en resolver el problema social, por la falta de capitales para unas construcciones a precios tasados y con escasas plusvalías. Hasta los años 1950 no se afrontó decididamente el problema de la falta de suficientes viviendas obreras y de su baja calidad.
Se edificaron barrios obreros en Sevilla y Barcelona, debido a las Exposiciones Internacionales de 1929, de los que destaca el Grupo de Casas Baratas Eduardo Aunós de Barcelona (1929). Otras experiencias se dieron en las periferias de Bilbao y Madrid, en general diseñadas en forma de ciudad-jardín con viviendas unifamiliares o adosadas.
Todas estas reformas interiores y las experiencias exteriores eran intentos parciales y puntuales de resolver la problemática global de las ciudades, por lo que surgió una «contraposición de intereses entre los propietarios del suelo, interesados en la simple ampliación del mercado inmobiliario, y las incipientes burguesías industriales, preocupadas por el problema de la total racionalización de la ciudad como unidad productiva» [187]. En respuesta a esta problemática se propusieron varios proyectos globales: el Plan de Enlaces de Barcelona (1903), del francés Jaussely, que no se aplicó por ser demasiado audaz en su objetivo de unir Barcelona con los municipios vecinos, mediante barrios especializados en funciones y un complejo sistema viario; el Plan Romeu (1917), más moderado y consensuado, se basó en el anterior y se aplicó gradualmente en el tiempo hasta la redacción del Plan Comarcal de Barcelona (1953).

El Plan Núñez Granés y otros en Madrid.
Similar al anterior de Barcelona es el Plan Núñez Granés (1910), para la urbanización del extrarradio de Madrid, con un sistema diversificado de zonas y la creación de grandes vías radiales y concéntricas de crecimiento. Este Plan se completaría con el Plan general de Extensión de Madrid (1923), de Aranda, García Cascales, Lorite y Sallaberry, «en el que ya aparecen las nociones de poblados satélites y de crecimiento discontinuo de la ciudad a través de un esquema radioconcéntrico de sucesivas actuaciones» [189].
Pero estos dos grandes proyectos metropolitanos fallaron en su concreción práctica al no destinárseles los suficientes recursos financieros. La burguesía española no consiguió aprovecharse ni impulsar la modernización de las ciudades.

EL URBANISMO RACIONALISTA.
La transformación ideológica, cultural y artística de Europa entre 1918 y 1939, sobre todo durante la II República (1931-36), también se extendió al urbanismo, con la corriente del racionalismo, que consistía desde el punto de vista metodológico en que «era necesaria una planificación global de los procesos urbanos, y de que estos deberían producirse a partir de elementos nuevos, diseñados adecuadamente a sus requisitos funcionales y coordinados mediante procesos lógicos que abarcasen desde los niveles más simples hasta las organizaciones más complejas» [189].


El movimiento más comprometido con el racionalismo fue el GATEPAC, una sociedad privada, formada por arquitectos comprometidos con la vanguardia europea, que se interesaron por el urbanismo. Su revista AC difundió las tesis de la ciudad funcional y una actitud crítica contra la tradición y los planteamientos dominantes en la Administración y las Escuelas de Arquitectura.
El GATEPAC estaba dividido en tres grupos: San Sebastián, Madrid y Barcelona, siendo este el más activo, bajo el nombre de GATCPAC para el ámbito de Cataluña, donde desarrolló tres importantes proyectos.
En 1931 presentó su proyecto de urbanización de la Diagonal de Barcelona, sustituyendo la ciudad-jardín por un trazado de bloques laminares a ambos lados del eje principal viario y según una ortodoxa organización de edificios y espacios libres verdes con vías secundarias de acceso.
Un segundo proyecto fue La Ciutat de repòs i vacances (1932-1934), una ciudad especializada en las playas del sur de Barcelona, pensada para una demanda masiva de servicios de ocio en el área metropolitana, con instalaciones deportivas, hoteles, residencias, etc. Era una unión de arquitectura y urbanismo en una ciudad en miniatura, con un trazado ortogonal y una jerarquía de supermanzanas especializadas en diversos usos.
En 1933, con la colaboración de Le Corbusier, se presentó el Plan Macià, el más ambicioso de los proyectos urbanos vanguardistas jamás hecho en España. El Plan Macià (o Nova Barcelona) regulaba el crecimiento de Barcelona, de acuerdo a un  trazado ortogonal y una jerarquía de supermanzanas (múltiplos de las manzanas del Ensanche), y de zonas especializadas en diversos usos, quedando las áreas residenciales, industriales y representativas radicalmente separadas, con un esquema de grandes ejes viarios que regulaba un crecimiento lineal de la ciudad en contraste con el anterior crecimiento en abanico.
El Plan Zuazo-Jansen para Madrid (1929), fue menos radical y teórico. El madrileño Zuazo y el berlinés Jansen conjugaron la tradición española con las ideas centroeuropeas, lo que se plasmó en un esquema básico de crecimiento para Madrid: «una línea de actuación clara en el interior del centro histórico, y la definición del nuevo centro monumental y representativo a través de la potenciación del eje Norte-Sur como nueva espina dorsal de la ciudad» [191].
El casco antiguo, en lugar de abrirse con nuevas vías, se esponjaría y se definían polígonos de actuación mediante la sustitución de los edificios antiguos por otros nuevos. El eje Norte-Sur de la Castellana se monumentaliza, con grandes espacios libres en relación con los edificios públicos y las áreas limítrofes. La ciudad crecería de forma radioconcéntrica, apoyándose en núcleos periféricos, separados del centro por un anillo de zona verde. Durante la República el Plan Zuazo-Jansen fue desarrollado en la práctica por las obras públicas del municipio de Madrid y el Gobierno central. El Plan Regional de Madrid (1939) fue la culminación teórica, a un excelente nivel europeo, del antedicho Plan, con la descentralización en núcleos satélites, de crecimiento limitado, con actividades residenciales e industriales. Pero estaba muy cerca el final del Gobierno republicano y no se realizó.
Otros proyectos de menores dimensiones reflejan la difusión de las teorías y técnicas de planeamiento urbanístico entre los arquitectos y urbanistas. F. Gracia Mercadal colaboró en el Plan de Extensión de Madrid y realizó proyectos para Bilbao (1926), Burgos (1929), Sevilla (1930), Ceuta (1930), Badajoz (1933) y Logroño (1935), uniendo tradición y novedad.

LA URBANÍSTICA DE LA AUTARQUÍA FRANQUISTA.
La Guerra Civil y el triunfo de los sublevados alteraron totalmente la línea de la política urbanística. Las instituciones, en especial el Instituto Nacional de Colonización y la Dirección General de Regiones Devastadas, se aprestaron a la reconstrucción de los grandes daños producidos en los núcleos urbanos, siguiendo en parte teorías conservadoras (el recurso a la tradición) y en parte fascistas (por su grandilocuencia). Se fomentaron en los años 40 las nuevas poblaciones agrarias, con el fin de asegurar el autoabastecimiento alimentario, como los pueblos de Seseña (Toledo), Vegaviana (Cáceres), Belchite, Brunete, estos dos últimos reconstruidos, etc. Son ejemplos de aplicación de la tradición de la plaza mayor y de la casa rural, pero junto a ellos se aplican la racionalización y la jerarquización en funciones. También esta mezcla ecléctica de tradicionalismo y de los principios de la racionalización y la zonificación, que habían calado entre los arquitectos, se pueden apreciar en los Planes de Salamanca (1939), Valladolid (1939), Bilbao (1943), Toledo (1943), Sevilla (1944), Valencia (1946), etc., con especial atención por nuestra parte al de Gabriel Alomar para Palma de Mallorca (1943). La retórica franquista exaltaba los valores tradicionales de los centros monumentales de los cascos antiguos de Salamanca y Burgos, Toledo y Valencia, que se querían reproducir en las nuevas zonas de crecimiento urbano.


PGO 1943

Plan General de Gabriel Alomar para Palma de Mallorca (1943).

El Plan Bidagor para Madrid (1941), fue el gran ejemplo de este eclecticismo entre racionalismo y tradición. Por un lado se basaba en el Plan racionalista de Zuazo-Jansen, pero por el otro debía ser el diseño de la capital nacionalista y tradicional del nuevo Estado, para el que incluso se ideó un posible Plan Nacional, que debería haber articulado todo el territorio nacional a partir de la centralidad de Castilla. Bidagor proponía la monumentalización del centro urbano con la reeestructuración de la edificación en manzana cerrada y la creación de una gran vía de comunicación y articulación urbana con la línea de la Castellana, Nuevos Ministerios, el estadio, las estaciones de ferrocarriles y los centros comerciales. A ambos lados del centro se erigían dos grandes líneas, una al Oeste en el Manzanares (con los grandes edificios públicos), otra al Este en la vaguada del Albroñigal.
En la periferia se retomaba el Plan Regional de 1939, aunque fuese republicano, para seguir su modelo descentralizado, con un sistema de núcleos satélites intercalado en un sistema radial de vías de conexión de la capital con los centros regionales del país.

Para Solà-Morales: «Los viejos materiales suministrados por la tradición moderna eran sabiamente reinterpretados en un nuevo esquema exaltante y sólo aparentemente tradicional» [196].

FUENTES.
Internet.

Libros.
Sica, P. Historia del urbanismo. IEAL. Madrid. 1980-1983.

Artículos
Solà-Morales Rubió, Manuel de. Urbanismo en España: 1900-1950 (182-196), Cap. VIII de AA. VV. Vivienda y urbanismo en España. Banco Hipotecario. 1982. Mis apuntes se realizaron durante un curso de doctorado dirigido por Miguel Seguí Aznar, profesor de la UIB.

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